Las percepciones sensoriales  como simbolización del mundo             « El mundo es la  emanación de un cuerpo que lo penetra. » « La antropología de los sentidos se apoya en la idea de que las   percepciones sensoriales no surgen sólo de una fisiología, sino ante  todo de  una orientación cultural que deja un margen a la sensibilidad   individual. »   No hay un mundo que pudiéramos  percibir tomando distancia sin estar  impregnados de sus emanaciones y que un  observador indiferente podría  describir con total objetividad. No hay otro mundo que el de la  carne. El cuerpo es un filtro semántico. Nuestras  percepciones sensoriales, enredadas con las significaciones, marcan  los  límites fluctuantes del entorno donde vivimos. La carne siempre es   impactada por una forma de pensar el mundo, una manera del sujeto para  situarse  y actuar dentro del entorno, que es interior y exterior a la  vez. El  relevamiento del mundo no es solamente una cuestión del  pensamiento, sino  también de los sentidos. Antes del pensamiento, y por  lo tanto mezclados con  él, están los sentidos. No podemos afirmar con  Descartes « pienso, luego  existo », y denigrar los sentidos como  inagotables fuentes de error o como  escorias que sólo tienen un status  menor en la relación con el mundo.  « Siento, luego existo » es otra  manera de instalar que la condición  humana no es totalmente espiritual,  sino, y en primer lugar, corporal. Entre la  carne del hombre y la  carne del mundo no hay ruptura, sino una continuidad  sensorial siempre  presente que responde simultáneamente a una continuidad de   significaciones. Las percepciones  sensoriales parecen la emanación  de la intimidad más secreta del sujeto, pero  están social y  culturalmente fabricadas. La experiencia sensorial y  perceptiva  del mundo se instaura en la relación recíproca entre el sujeto y su   entorno humano y ecológico. La experiencia de los ciegos de nacimiento,  que  descubren tardíamente la visión después de una operación de  cataratas, es  reveladora de los aprendizajes infinitesimales que son  necesarios para ver. La  aptitud de ver parece fluir con la naturalidad  de un manantial para quienes no  padecen de ceguera, pero por el  contrario, es el resultado de un complejo  aprendizaje. Estos hombres o  estas mujeres a quienes se les abren los ojos  repentinamente sobre el  mundo, son incapaces de comprender y de organizar  aquello que ven. Las  formas, las distancias, la profundidad, las dimensiones,  no tienen para  ellos ningún sentido. Se estrellan contra un caos que los  aterroriza, y  que les llevará muchos meses domesticar. Tienen que aprender a  ver, y  no solamente a abrir los ojos. Ciertos ciegos descriptos por  Van Senden  (1960) se sienten aliviados de  volver a la ceguera para no tener que  batallar más contra lo visible. Descubren  con espanto la inmensidad del  mundo que los envuelve como una insoportable  profusión en donde  piensan que jamás sabrán desenvolverse. En tanto que no  hayan integrado  los códigos, los nuevos videntes devienen ciegos a las  significaciones  de lo visual, porque han recobrado la vista pero no su uso.  Algunos  asimismo rehúsan abrir los ojos y continúan moviéndose como antes, con   la ayuda del tacto, del oído, de sensaciones térmicas, kinestésicas,  olfativas.    La experiencia perceptiva de un grupo se  modula a través de la  sucesión de intercambios con los otros. Las discusiones,  los  aprendizajes específicos, modifican o afinan las percepciones que nunca   están congeladas por la eternidad, sino que permanecen siempre abiertas  a la  experiencia y ligadas a una relación presente con el mundo. Una  modesta  experiencia de enología por ejemplo, devela en pocos días una  infinidad de  matices sensoriales que el individuo no pudo siquiera  percibir en su jarra de  vino. Antes del pensamiento o de la acción,  siempre están los sentidos y el  sentido, una manera para el actor de  ser atravesado por su entorno de una  manera comprensible. Del mismo  modo que hay mucho para ver, para escuchar, para  degustar, para tocar, o  sentir, en una palabra, mucho de todo para comprender,  la mayor parte  del tiempo la vida transcurre justamente en la indiferencia de  aquello  que no ha podido ser percibido, a menos que la curiosidad haga que el   sujeto preste más atención.     La dimensión de los sentidos evita el caos.  Las percepciones son  justamente la consecuencia de la selección efectuada sobre  el flujo  sensorial que baña al hombre. Los sentidos se deslizan sobre las cosas   familiares sin prestarles atención en tanto no sea necesario. La  categorización  es más o menos laxa y no desea producir esfuerzos de  comprensión suplementaria.           La abundancia del mundo no  es equivalente a la abundancia del  lenguaje, siempre las percepciones están en  deuda con todo aquello que  podríamos percibir. El individuo fracasa en capturar  todo, y esa es su  posibilidad. Siempre hay más para ver, para escuchar, para  sentir,  para degustar o para tocar, y aún más, lo real nunca es solamente un   teatro de proyecciones de significados que necesitamos percibir, sino  también,  y en primer lugar, es algo que debemos crear. Esta creación  supone un recorte  aplicado a escenas visuales, olfativas, gustativas,  táctiles, auditivas. La  concepción del mundo está sostenida por una  cultura, y esparcida en cada uno de  sus miembros, y no cesa de marcar  una frontera entre lo visible y lo invisible,  lo olfativo y lo inodoro,  lo gustoso y lo insípido, lo audible y lo inaudible,  lo táctil y lo  insensible. Los desacuerdos de la percepción son solamente  conflictos  de interpretación, y traducen los desacuerdos del mundo. Las   percepciones sensoriales dibujan un mundo de significaciones y de  valores, un  mundo de connivencia y de comunicación entre los hombres.  El hombre de ningún  modo es un ojo, una oreja, una mano, una boca o una  nariz, sino más bien una  mirada, una escucha, un toque, una probada,  una olisqueada, vale decir una  actividad. En todo momento instituye el  mundo sensorial donde esá inmerso como  un mundo de sentidos y de  valores. La percepción no es una coincidencia con las  cosas, sino una  interpretación. No es lo real lo que los hombres perciben sino  un mundo  de significaciones. Todo hombre camina en un universo sensorial ligado   a aquello que su historia personal ha hecho de su educación. Los  sentidos no  son « ventanas » al mundo, « espejos » dispuestos para  reflejar  las cosas con total indiferencia respecto de las culturas o de  las  sensibilidades, son filtros que retienen en su tamiz aquello que  el individuo  ha aprendido a  incorporar o que  busca  identificar  movilizando para ello  sus recursos. Las cosas no existen en sí mismas,  siempre son investidas de una  mirada, de un valor que las vuelve dignas  de ser percibidas. La configuración y  el límite del despliegue de los  sentidos pertenece al trazado de la simbología  social. Estamos inmersos  en un entorno que no es otra cosa que lo que percibimos.  El hombre ve,  oye, siente, gusta, toca, prueba la temperatura ambiente, percibe  el  rumor interior de su cuerpo, y eso hace que el mundo sea una medida de  su  experiencia, lo vuelve comunicable a los otros inmersos como él en  el sentido  del mismo sistema de referencias sociales y culturales. La  percepción adviene  de los sentidos. Las significaciones que se ligan  con las percepciones están  marcadas de subjetividad : encontrar un café  dulce o el agua de mar más  bien fría, por ejemplo, suscita a menudo un  debate que demuestra que las  sensibilidades de unos y de otros no son  exactamente homologables, que hay  matices aún cuando la cultura sea  compartida, pues sentir nunca se da sin que  se pongan en juego  significados.•              
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