domingo, 20 de junio de 2010

Escenas de la vida post punk

El movimiento juvenil más importante del último fin de siglo no agota sus cartuchos, a pesar de la muerte del mentor Malcolm McLaren. En su autobiografía, Johnny Rotten cuenta la verdad en torno de los Sex Pistols.

JOHNNY ROTTEN. Su nombre real es John Lydon.Se crió en Londres. Famoso por componer himnos punks como “Dios Salve a la Reina” o “Anarquía en el Reino Unido”. En 1978, luego de que Malcom McLaren le prohibiera legalmente utilizar el nombre “Rotten”, creó Public Image Limited.

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Una existencia rebelde

Por Leonor Silvestri

Actitud y diferencia. Dos palabras claves del "movimiento" punk. Si alguien ha hecho de estas dos características un culto fue Johnny Rotten, o deberíamos decir hoy, John Lydon, cantante de Sex Pistols, cabeza de lanza de aquella movida londinense que parece haberse extinguido y quedado en la nada. Su autobiografía, No irish, no blacks, no dogs, publicada en 1994 y recientemente arribada a esta región en una traducción (de Tomás González Cobos y José Elías Rodríguez Cañas) que le costaría entender, dado sus modismos vernaculares, hasta a Pedro Almodóvar, no viene a dar cuenta nostálgicamente de aquel año, 1977, que cambió la música y la estética para siempre. Rotten/Lydon, quien escribiera estas páginas desde el éxito de su segunda banda, Public Image Limitated (PiL), viene a dar cuenta de su verdad: "Se ha escrito mucho sobre los Sex Pistols, pero la mayoría ha sido sensacionalismo o periodismo pseudopsicológico. El resto ha sido puro rencor. Este libro es lo más cerca que puede haber de la verdad." Consciente del commodity en el cual se convirtió la banda, gracias a su mercenario manager, Malcolm McLaren, quien llegara a prohibirle, mediante argucias legales, el uso de su propio apodo –Rotten–, Lydon, hijo de un peón de obra irlandés, exento de todo tono meloso, cuenta la preciosa historia de la manera más honesta que consigue sobre esta movida estético-musical colpasada por alfileres de gancho, suciedad y desaliño generalizado. Precioso recuerdo y postal de época de una música estridente y saturada que en el mismo gesto se embarcaba en la búsqueda de una utopía individualista. Lydon monta un teatro donde se dan cita los protagonistas de la escena y los actores de reparto de aquellos años salvajes: dan su testimonio desde famosos como Chrissie Hynde, la cantante de The Pretenders; la periodista Caroline Cook, quien, según cuenta la leyenda, aplicó por primera vez el adjetivo punk para este tipo de escena; hasta voces ignotas tales como varios barras bravas ingleses y su esposa, Nora, 15 años mayor que él, y madre de la cantante de la banda punk The Slits, a través de quien se conocieron. A su vez, el relato viene a desarmar varios mitos. Algunos desde el resentimiento, tales como la figura de la diseñadora Vivianne Westwood, dueña de la tienda de ropa Sex que vio nacer a Sex Pistols y que queda retratada como una infradotada que robaba diseños o el manager de la banda, Malcom McLaren, el "malo" de la película. Otros como la ausencia total de nihilismo de Lydon, la excelente relación con sus padres –para quienes crean que un punk es siempre un forajido, incomprendido que se lleva mal con mamá.

Si el punk tuvo tres o cuatro vertientes –la seriedad de The Clash, el teatro de The Damn, el jolgorio romántico de Buzzcoks–, Sex Pistols fue no sólo la primera banda con derecho a decirse punk (es decir, idiota), sino la única con derecho a usar ese mote: un grupo ora de fracasados incoherentes, ora lleno de contradicciones inherentes a su estética que lograron hacer del vicio virtud sin jamás resolverse. Originalmente la formación incluía, además de Rotten en voz, al guitarrista Steve Jones, el baterista Paul Cook y al bajista Glen Matlock, que solía poner música a las ideas del primero con quien se llevaban como perro y gato. Matlock abandona la banda superado por las controversias y los escándalos. Así ingresa a la formación la efigie del punk de remera infantil y centro comercial: Syd Vicious, cuyo nombre, por falsa transparencia lingüística en español, parece querer decir vicioso, epíteto que le sienta tanto mejor que "cruel". No obstante las cargadas tintas sobre la novia yonki, Nancy Spungen, especie de Yoko Ono, sin talento, del punk, de la mano de los desvaríos de Vicious, Sex Pistols se convirtió en todo lo que no querían ser: rockeros drogadictos. Su mayor valor: la carencia de todo virtuosismo. Su principal máxima: Do it yourself; desde componer canciones, tocar un instrumento, hasta hacer tu propio ajuar. Hijos de la nada y del deterioro de un mundo que se derrumbaba hasta donde está hoy, los punks probaron, con un voluntarismo propio de aquello que les molestaba tanto del Estado benefactor, que para sacar un disco lo único necesario es el deseo. Sex Pistols fue un club de feos y deformes, como su cantante lo explica, con el escándalo por toda política pero con imaginación y ganas de agitar el avispero. Si bien se ha exagerado e intelectualizado sobre lo que en el fondo no era más que un grupo que tenía que entenderse entre sí y tratar de hacer canciones, nadie puede negar la chispa de Lydon para tomarle el pelo a la sociedad de sus días con letras como "Pretty Vacant" y con el mega hit "Dios Salve a la Reina", primera vez que se expresaba mediante el arte una opinión anti real en tierra inglesa y que tantos problemas les trajera: procesos judiciales, pérdidas de contratos y hasta ser apuñalados en la vía pública. Cada año, alguna banda o algún o alguna performer al frente de un grupo de nadies, en algún lugar del mundo reactualiza el recuerdo de Rotten y de Sex Pistols, no tanto como mito o legado sino como postura inconformista frente al statu quo. Sus rostros desconocidos no se muestran en lo que los medios ponen en circulación como punk, y, en la mayoría de los casos su postura no se sostendrá por mucho tiempo. Como una vela que arde por ambos extremos, más temprano que tarde sucumbirán a la tentación de ser (re)conocidos o por la encarnación de la norma social convirtiéndose en personas dóciles. Sin embargo, mientras dura, se derrite y se quema la cera de su existencia rebelde, qué bella luz que brindan.


Un terrorista cultural

Por Fernando García

1.Una imagen: Malcolm McLaren parecía siempre el conspirador que escapa de trasnoche, dejando atrás un desastre y preparándose para formar donde se pueda un minúsculo ejército de fantasmas envenenados dispuestos a matar el aburrimiento del mundo. Recordémoslo, así, de impecable tartán rojo, sacudiendo al aire un bastón y articulando con esa voz amanerada un manifiesto del malestar contemporáneo.

2.Terrorista cultural. Baudelaire empresario.

3.Aún mantenía reflejos de su estirpe conspirativa cuando apareció de invitado en ArteBa 08 bancado por una bodega. Los muchachos de marketing andaban de aquí para allá con escarapelas escocesas y pins de los Sex Pistols: un tardío carnaval sobre la efectiva muerte del punk. A partir de una instalación de video McLaren calificaba como "artista multimedia" y de hecho podría haber venido como cualquier otra cosa desde consultor de negocios a visionario, diseñador de ropa, integrante V.I.P de Big Brother y candidato a la intendencia de Londres. Lo trajeron para que diera una charla y aburrió a su auditorio dando la enésima versión de su manual de manipulación cultural. ArteBa... nadie sabía muy bien que estaba pasando con ese dandy inglés de paradojal cadencia suave y verba ultra punzante. Un ejecutivo jr. me preguntó cómo había estado la entrevista que habíamos hecho en el Sofitel. Me dejó frito con sus halagos hacia el invitado. Lo definió: "un pibe re-tranqui"; "un pan de dios".

4.Ahora repaso las escenas del Jubileo Real de 1977 en la película The Great rock&roll Swindle (Variety, 1978: "El Citizen Kane de las películas de rock") y vuelvo sobre aquella situación en la feria de arte. En la película, en un tramo documental, se escucha "se llevan a Malcolm" y lo que hay es un racimo de bobbys esposando al escurridizo manager de los Sex Pistols. McLaren había alquilado un pequeño barco para que el grupo remontara el Támesis en paralelo con los festejos populares. Desde el río llegaba la brisa blasfema: "Dios salve a la reina ella no es humana/El régimen fascista os hará idiotas, potenciales bombas H". Esa imagen de la policía londinense tratando de adaptar a Mc Laren y sus tremebundos dickens boys al festejo parecía espejarse en esta rara conferencia en la que McLaren ya no mordía.

5.Hablar con McLaren seguía siendo una de las experiencias más ricas de la cultura rock. Aun cuando en términos de obra llevase años de anuncios erráticos, disparatados (una película de gran presupuesto sobre Led Zeppelin, el primer supergrupo de pop chino) conversar con McLaren era poner en términos vitales todas esas conexiones entre las vanguardias y la cultura de masas que definieron la contracultura. Nada lo llevó más lejos en eso que instigar el único hit single ("God save the queen") que durante una semana apareció en el primer lugar del ranking inglés sin nombre. Alto arte conceptual. 6."Los Beatles están copiando a Oasis eso es lo que le está pasando a la historia ahora", definió el zeitgeist posmoderno, diez años atrás, por teléfono, en la víspera del show porteño de unos Sex Pistols reunidos por, decían, la plata que McLaren les había timado en sus días de juventud. Displicente, McLaren había advertido que ese show sacado de contexto no tenía sentido. En efecto, fue la ocasión soñada por el tribunal de la crítica reaccionaria para confirmar la ineptitud musical (¿?) del grupo. Llegaron tarde porque el mismo svengali (George Du Maurier inventó a McLaren ya en 1984) se había anticipado a todos con esa película iconoclasta que se guardaba el derecho de pisotear primero que nadie la tumba del grupo para desalentar el culto mórbido y la fetichización. Sí, la estafa como forma de arte.

7.Lo que hizo McLaren con los Sex Pistols fue utilizar a una banda de rock para diseñar un software de radicalidad (cruzando la potencia icónica del rock&roll con las estrategias de la Internacional Situacionista) que cada generación actualiza a su manera. La dramática relación del conspirador y su intérprete fundamental, Johnny Rotten, catapultados a enemigos número 1 del Reino Unido en menos de un año puede entenderse mirando la escena de V de Vendetta en la que Evey (Natalie Portman) descubre que su carcelero es el mismísimo enmascarado. La revelación le arranca a la chica un odio que dinamita la arquitectura de sus huesos; el Svengali decía que Rotten cantaba así porque sacaba el odio que sentía hacia McLaren y las canciones de los Pistols.

8.Y nadie, nunca, volvió a cantar como Johnny Rotten. Nadie, nunca, volvió a poner a Quasimodo al frente de los Rolling Stones.

9.Como en V, en la historia de McLaren y los Sex Pistols hay un claro programa vengativo. Las motivaciones hunden raíces en la mismísima historia de Inglaterra y McLaren algo entendía de esto cuando dispuso como primera escena de "The Great rock&roll swindle" una teatralización de las revueltas de Gordon, 1780. "La turba londinense inventó la anarquía en el Reino Unido" subtitula. En V, cuando miles se rebelan contra el régimen fascista, uno de los enmascarados anónimos avisa a punta de revólver: "Anarquía en el Reino Unido". La máscara de V recuerda a Guy Fawkes (1570-1606) y a la amenaza de la sedición; la de látex que usa McLaren en Swindle a un flaneur S&M.

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