Con una estructura propia de una exhibición condenada a las giras internacionales, Picasso. La mirada del deseo llegó a la Universidad de Tres de Febrero, en Caseros, ofreciendo un recorrido tan básico como revelador.
MIRADA. En este video, Diana Weschler, coordinadora académica de la muestra, recorre parte de la misma con Ñ digital.
Tiene ocho capítulos. Tiene más de sesenta obras. Tiene en exposición una, dos, diez, treinta mujeres que son una misma, otra, una más y finalmente dos solas. Tiene, por un lado, una curadora española demasiado habituada a organizarla (Lourdes Moreno, directora de
Decir mirada, decir Picasso, decir deseo y agrupar dibujos, grabados y gigantografías sobre el cuerpo femenino, la mujer, los amores verdaderos y los modos falsos de representar la percepción que el clasicismo impuso es, por lo menos, elemental. Sin embargo, la exhibición del Museo de
Si el eterno femenino cansa, la exposición compensa ese hastío al proponer una última escala - la zona de las Dos mujeres desnudas –. Porque si hasta ese momento la mujer deseada no era más que un objeto mil veces representado, las obras del final refieren a Dora Maar y Françoise Gilot, señaladas como los dos grandes amores del artista. Toda una clave, entonces, porque ellas, a diferencia de las otras innominadas, aparecen frontalmente expuestas. Son propias. Están cerca. Un ideologema insoslayable. Nada menor, entonces. Nada menor.
En la videonota que acompaña este texto, Weschler aporta una visión que evidencia el ánimo pedagógico de la institución, que encara un programa educativo con actividades especiales y visitas guiadas. Un trasfondo de las muestras que el periodismo especializado se empeña en ignorar, y en el que ocurre algo, mucho, y diferente, tan diferente a la inhibición de las salas que un único acercamiento al momento bastaría para decretar el silencio y trabajar en serio por el futuro de la reseña cultural y su razón de ser en el siglo XXI.
Si el desembarco de Picasso en Caseros y no el desembarco de este Picasso expuesto de esta manera en Caseros, provincia de Buenos Aires - suscita preguntas obvias en esa periferia tan céntrica que es la crítica homologada - la muestra se vuelve acontecimiento. Porque ciertamente Picasso. La mirada del deseo no problematiza. Una condición que no clausura la experiencia personal de un visitante y su eventual asombro. Por la negativa o desde la celebración, Picasso en Caseros vale tanto como Fernanda Laguna en Villa Fiorito. A menos, claro, que algunos sigan creyendo en esa alta cultura europea de la que, se supone, ya descreían.
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