|                               Escribe Luis  Alberto Stoppiello                         |                                            El hombre se traslada de un lugar a otro  desde tiempos  remotos. Si en sus orígenes lo motivaba la búsqueda de alimentos,  huir  del  enemigo o invadir otros territorios; actualmente las causas pueden  ser muchas y  muy variadas: trabajo, turismo, razones políticas  (autoexilio o exilio  forzado), estudio, escapar de las crisis  socioeconómicas, guerras, motivos  familiares, una decisión personal,  etc.   Gracias al desarrollo general alcanzado con  la tecnología, la  globalización, las comunicaciones y los medios de  transportes, pero por  sobre todo, gracias al impulso nómade del  hombre, nos hemos convertido  hoy en día en “ciudadanos del mundo”. El tema de la emigración ocupa   un lugar preponderante en la actualidad, y no solo a nivel de políticas  de Estado,  sino mas bien en lo concreto y cotidiano de la vida de las  personas. En nuestro  país ¿quién no ha vivido o está viviendo la  situación del familiar o amigo que se va al  extranjero?   El traslado de un continente a otro, que  hace siglos demandaba meses,  en las últimas décadas se redujo a días y  actualmente con el avión,  llegamos en pocas horas a destino. De seguir así, en  breve la velocidad  del transporte igualará o  superará a la del  deseo, con lo cual el  cuerpo estará llegando al lugar antes de que la conciencia  termine de  enterarse… ¿Qué produce el partir? ¿Cómo es tramitado  esto? ¿Cuáles son las  resonancias corporales que se generan? Desde la vivencia seguramente cada uno lo  hará “a su manera”, a partir  de la propia subjetividad puesta en juego, pero también,  en tanto seres  humanos, compartimos   semejanzas que nos reflejan en nuestra  humanidad. Quisiera ejemplificar lo dicho, contándoles  mi experiencia de estar en  Italia desde hace un año.              La antesala de la  espera (o de la  desesperación)   Varios fueron los motivos que me impulsaron  a “cruzar el gran  charco”: el deseo de estudiar y trabajar en el exterior; ver  qué pasaba  afuera con mi profesión y vivir una nueva experiencia.   No resultó para nada fácil “dar cuerpo” al  proyecto: si en el plano   de las ideas era todo perfecto, en lo real me llevó un largo proceso  interno de  un año de reflexión, de idas y vueltas, de “si” y de “no”.   Fue un “parir con dolor” este deseo: “Uno  sabía lo bueno y lo malo  que dejaba, pero no sabía lo que iba a encontrar; de  ahí que a la  incertidumbre, la angustia, la sensación de vacío, la culpa, la  bronca y  el desarraigo, también se le sumaban las ilusiones de una nueva  vida”(1).   La ambivalencia y la ansiedad habían  llegado para instalarse en mi  vida y hacían estragos conmigo: una fuerza me  estimulaba y empujaba  hacia adelante para avanzar e “ir a la conquista del  viejo mundo” pero  al mismo tiempo, otra fuerza me retenía, me hacía dudar, me  paralizaba  en la marcha e intentaba convencerme con todo tipo de argumentos  acerca  de la locura que estaba a punto de cometer: “¡Cómo vas a dejar todo lo   que sos y conseguiste acá con tanto esfuerzo!”.   Recuerdo como mi cuerpo se hizo receptor de esa  tormenta emocional en  la que me encontraba y varios síntomas aparecieron en  escena: noches  de insomnio, cansancio diurno, dolores y tensiones en mi cuerpo,   problemas intestinales, dolor de cabeza, irritabilidad… ¿A quién escuchar?…aposté a mi mismo e  invertí mi deseo en la terapia  que estaba haciendo en aquella época. Me conecté  con mi espíritu de  aventurero y de viajero, con mis inseguridades, con mis  raíces  italianas y las ganas de algo nuevo…la balanza se inclinó “naturalmente”   y  pude tomar la decisión.  “las valijas se armaron entonces con ropas,  miedos, yerba y mate,  esperanzas y fotos queridas; pero no entraron en ellas  todos los  familiares, los amigos, el barrio, los asados del domingo, el equipo   preferido de fútbol, el idioma, la cultura; es decir: el país”(2). El equipaje extra lo constituían mis  expectativas sobre Italia (la cual  no conocía), pero más que nada, mis  fantasías sobre el pueblo en el  cual iba a vivir. Por Internet vi algunas fotos  del lugar y obtuve  algunos datos: menos de  6000 habitantes, ubicado en una zona  agrícolo-ganadera, construcciones antiguas  y calles angostas…muy  diferente a Buenos    Aires.               La llegada y las primeras impresiones               Tarde de domingo del 3 de   noviembre de 2002 en el  aeropuerto internacional de Milán. Después de  los trámites de rutina  salí con las personas que me vinieron a buscar y fuimos  al auto,  cargamos las valijas y tomamos la autopista. Hacía un frío que me  golpeaba  los huesos; el corazón me latía fuerte. El cielo de otoño  estaba poblado de  nubes muy bajas y densas, la neblina no dejaba ver  con claridad el paisaje y  todo parecía pintado de color gris plomo.               El viaje a casa fue una continuación de  autopistas y  caminos que atravesaron pueblitos y campos, muy pocas personas en  la  calle pero si en cambio, muchos automóviles por todas partes. Fueron dos   horas en las que no paré de hablar ni un minuto.               La primer semana estuve aturdido, lento,  embotado y  bloqueado. No me animaba a salir solo porque me perdía con facilidad  en  las callecitas zigzagueantes del  pueblo, no me orientaba en el  espacio-tiempo. Parecía como si flotara en la nada, no sentía el  piso.  Necesitaba dormir mucho, tenía mis ritmos alterados. A pesar de contar   con una buena base del  idioma italiano, la gente me hablaba y yo no les  entendía.               Con el tiempo pude encontrar una imagen que  describiera  lo que había vivido: era un sobreviviente de un terremoto. Mis  bases se  habían sacudido y se derrumbaron mis coordenadas espacio-temporales   habituales, como  así también mis referentes cotidianos.               Me sentía como vacío, sin contenidos. Una sensación de   “pérdida de algo” me atormentaba. A la alegría del presente, se le sumó  una angustia que me  acompañó por mucho tiempo. Los síntomas  anteriormente descriptos volvieron a  manifestarse y solo se despidieron  de mi después de varios meses. Más de una  vez tuve el impulso de  gritar, salir corriendo y tomarme un avión de vuelta a la Argentina.               Transcurrida la primer semana algo pareció  cambiar, como   si se hubiera producido un “click”. Tal vez a la necesidad de  adaptación por la  diferencia horaria (4 horas más tarde en ese momento)  se le sumó un tiempo  interno de adaptación; no lo sé, no lo tengo muy  claro, pero si sentí la  diferencia en “mi despertar” después de una  semana. De a poco, empecé  a “sintonizar”, a estar mejor, más relajado,   más despierto y a entender a la gente cuando me hablaban.               En otro artículo describí los primeros  meses  transcurridos de la siguiente manera: “al principio ‘todo nuevo’:   establecerse en el lugar, conocer a los vecinos y tal vez a parientes  vistos  antes solo en fotografías, la sorpresa en cada esquina, lo  diferente  apareciendo en cada ocasión. Conseguimos un trabajo,  visitamos lugares famosos  por los siglos de cultura acumulados entre  sus ruinas, les contamos a los  nuestros que se quedaron allá lo  fascinante que es vivir acá y así, juntos por  el teléfono o el email,  pero separados al mismo tiempo por miles de kilómetros,  vamos tejiendo  una red de ilusiones compartidas”(3).               Quisiera contarles un miedo particular hoy  ya casi  superado (“somos bichos de costumbre”): el temor de ser atropellado por   un auto en el pueblo, debido a la casi ausencia de veredas y la  estrechez de  las calles.  Tengo  muy presente todavía la descarga de adrenalina y la angustia  experimentada al  escuchar el ruido de un auto que se aproximaba… (será  por eso que cuando manejo  y paso cerca de una persona me tensiono y  aminoro considerablemente la  velocidad). Más de una vez me imaginé siendo “el hombre  araña” (podría caminar por  las paredes y así evitar esas “callecitas  proasesinas” de mi fantasía).                El “shock  linguístico” inicial (o los  “psico-oídos” tapados)   Resultó traumático para mi dejar de  escuchar el español de un día  para el otro.   De repente se juntaron, como  en La Torre de  Babel,  todos los idiomas más los dialectos regionales a mi alrededor. Italia,   debido a la inmigracián, se ha convertido en una comunidad multiétnica y  plurilinguística,  por lo cual junto al italiano y los dialectos,  conviven los idiomas hablados  por los extranjeros. En mi pueblo escucho  el dialecto local (que se parece a  una mezcla del  catalán con el  francés), el italiano, el árabe, el hindú, el albanés, el  rumano, etc.   Semejante variedad de sonidos,  entonaciones, acentos, ritmos y  palabras pareciera que “me bloqueron”  inicialmente los oídos y la  capacidad de comprensión: durante semanas oí pero  no comprendí lo que  me decían en italiano (a pesar de tener, como  dije, una buena base del   idioma). Necesitaba que alguien me tradujera lo que yo ya sabía.   Cuando entraba a un negocio me ponía  nervioso, tenía verguenza porque  se iban a dar cuenta enseguida que no hablaba  bien. Como en  todo  proceso, llevó su tiempo superarlo y hoy, cuando lo veo a la distancia,  me  río de mi “paranoia idiomática”. Actualmente   transito la etapa de  estar convencido que con entender y que me  entiendan es suficiente.   A la gente le resulta exótico y pintoresco  mi particular italiano con  acento hispano, hasta diría que gusta mucho, lo cual  me ayudó a  desinhibirme en la comunicación oral y en mi trabajo.              El impacto visual   La “belleza de lo viejo” entra por los ojos  a través de  construcciones antiquísimas y la predominancia de colores de la tierra   (ocres, marrones, amarillos y tonalidades naranjas).   Los siglos, las guerras y los hombres  fueron sacándole partes a las  fuentes, los castillos, las iglesias, los  frescos, las estatuas y lo  que resta del  Imperio Romano. El efecto que me producen es el de  estimular mi imaginación  para completar lo que falta y “ver” la obra  entera.   Italia pareciera ser una mujer escultural,  muy atrayente, de una  belleza enigmática pero, paradójicamente, con un cuerpo  viejo,  deteriorado, fragmentado; con ropas descoloridas y una piel reseca,   descascarada y muy arrugada.   En algunos lugares, una sensación  placentera se instala ante el  impacto de la belleza y la emoción de conocer  algo famoso que uno  estudió en la escuela; pero confieso que otras veces he  sentido un nudo  en la garganta y una opresión de angustia, sobre todo allí  donde hoy  caminan tranquilamente los turistas y hace siglos corrieron la sangre  y  el dolor de miles de personas asesinadas del modo más brutal.   La urbanística es muy diferente a la  nuestra, no abundan las calles  rectas y con cruces de 90 grados, en su mayoría  hay callejuelas  angostas y serpenteantes, con curvas y contracurvas. El terreno  suele  ser ondulado, con colinas, valles, montañas y túneles que parecen   atravesarles las entrañas. Hay pueblos y ciudades ubicados en  las  llanuras, pero otros están divididos  entre un sector bajo (en el llano)  y otro sector alto (en la colina o montaña):  la ciudad de Bergamo  es  un ejemplo.   Me tuve que acostumbrar a la campiña, la  tierra y un nuevo verde (el  de los maizales y el de los viñedos de la zona),  también a ver  automóviles lujosos por todos lados, hasta en los costados de la  ruta,  donde los estacionan para ir a trabajar al campo.   La estética de la imagen personal está muy  cuidada. En general, la  gente viste bien y hay una cultura, sea en las mujeres como en los  hombres, de  salir a la calle siempre arreglados y peinados. Es muy  pintoresco ver en el  pueblo a las diez de la mañana una mujer muy  elegante, con tacos y maquillada  que está haciendo las compras…en  bicicleta.   Respecto a las vestimentas, hay una mezcla  de tendencias entre lo  occidental y lo “étnico” de cada comunidad extranjera,  por lo cual en  la misma mesa de un bar, se pueden ver una mujer con una camisa del  diseñador del  momento y una hindú o una árabe con sus trajes y  accesorios tradicionales.               Cuando el mundo  entra por la boca (los  sabores)   Con los alimentos sufrí un impacto muy  fuerte: todo tiene un gusto  diferente y mi lengua necesitó también de su  período de adaptación. Las  comidas son distintas y los productos que también se  encuentran en  Argentina,  acá tienen otro sabor.  A  modo de ejemplo: las bebidas gaseosas contienen menos gas y son “más  suaves”. Los  postres tipo flanes y budines son “super suaves” al punto  que, para mi,  pareciera que no tienen azúcar. La polenta se come  mayoritariamente sola, sin  nada, porque es el acompañamiento de un  plato principal, aunque el sabor es  exquisito. Las pastas llevan poca  salsa y si son rellenas sin tomate, apenas  con manteca y salvia, para  que el protagonismo  sea del  relleno y no quede “tapado” por la salsa.  El final de todo almuerzo o cena es  un ritual sagrado: una taza de café  y en poca cantidad (apenas un sorbo de oro  negro muy fuerte). A modo de síntesis diré que no obstante la  diferencia de sabores, en  general la comida es de muy buena calidad, con una  gran variedad de  productos nacionales e importados (incluso argentinos) y hay  una  cultura de los alimentos naturales y caseros.              Los olores...   Lo más impactante para mi fue asimilar “los  aromas del campo”: no me  refiero al perfume de  las flores, sino más bien al olor del  estiércol  de los animales!. Hay días, según la humedad del  ambiente y la  dirección del  viento, en que pareciera que las vacas y los chanchos  están con uno ¡en el  living de casa!   Más de una vez tuve la sensación de náuseas  o de sentir que mis fosas  nasales se lastimaban con la inspiración (pero  confieso que esto ha  sido una interesante gimnasia para mi carácter).   El olor corporal también es diferente, en  general ellos no tienen la  obsesión nuestra de la higiene personal, los  desodorantes y los  perfumes…en más de una ocasión el olor a transpiración del  cuerpo, fue  el único perfume que portaba en ese momento una persona.   Las comidas también producen otros aromas  (ya hace un año que no  huelo por estas tierras un asadito…).               El  oído y la  sonoridad   Los idiomas producen sonidos y cada uno  tiene su cadencia particular.  El italiano tiene otra acentuación, otro tono,  otro ritmo y el  resultado es que al hablar, parece escucharse “otra canción”,  distinta a  la producida por el español. Si esto lo multiplican por la cantidad  de  idiomas que  hablan los extranjeros,  el resultado es una superposición  de melodías que muchas veces es divertida,  pero otras veces llega a  irritar, es como  un bombardeo de estímulos sonoros heterogéneos que  llegan en forma simultánea a  los oídos (mucho “ruido” y no se entiende  nada).   En el pueblo tuve que realizar un proceso  de “desaprendizaje” y  “reaprendizaje”: archivar en mi memoria corporal los  ruidos de la  ciudad para incorporar el canto de los pájaros y las palomas, el   susurro del viento, el rumor de la lluvia, los gritos de las tormentas y  los  maullidos de los gatos en el medio de la noche (especialmente  cuando salen de  amoríos).   Un sonido en especial, me tuvo a los  sobresaltos por un buen tiempo:  vivo a pocos metros de una iglesia que tiene un  campario enorme (en  funcionamiento). ¿Se imaginan el ruido que producen varias  campanas al  anunciar la hora, la hora y media (durante las 24 horas), las  misas,  los fallecimientos, los funerales, los casamientos y las fiestas   religiosas?…en fin, es el noticiero local que nos mantiene a todos  informados  de lo que sucede en el pueblo.   El ritmo cambia completamente en las  ciudades. Italia es 9 veces más  pequeña que Argentina pero con casi el doble de  habitantes. El alto  poder adquisitivo alcanzado, permite a los italianos tener  un auto a  casi todos, aunque es común que en una familia, cada integrante tenga   el suyo.  Resulta  muy problemático encontrar un lugar para estacionar y las  calles están  atestadas de gente y de autos que circulan en todas las  direcciones…lo bueno es  que se respetan las señales de tránsito y al  peatón (la ley de tránsito y las  multas por infracción son muy  severas). Un ejemplo: en Bologna, en muchas avenidas importantes no  hay  semáforo pero si senda peatonal. Basta que uno cruce para que todos los   automovilistas se detengan, lo dejen pasar y luego retomen su marcha. Los celulares provocan una verdadera  contaminación sonora.  Los  italianos tienen una manía con esos aparatitos, parecen apéndices o   prótesis del  propio cuerpo, no se despegan nunca de ellos. Viven  recibiendo mensajes  escritos y llamadas, como  así también enviándolos y  llamando a todo el mundo. Viajar en tren o en  colectivo es como   asisitir a un concierto: una orquesta de celulares suenan con las  músicas y  timbres más extraños y extravagantes posibles.              Contacto (pero  con mucho tacto)   El uso proxémico del  espacio y el intercambio “piel a piel” es  diferente del que hacemos los argentinos. Por lo que  pude observar, acá  no andan a los besos y a los abrazos como nosotros.   El espacio que separa a dos personas es más  amplio que el nuestro y  es mayor cuanto menos familiaridad hay entre ellas. El  contacto  prevalente es de tipo visual y con un saludo verbal, o a lo sumo, la   primera vez un apretón de manos, que en el segundo encuentro se  convierte en un  saludo verbal.   Entre los jóvenes observo una mayor  variedad de conductas corporales,  que van desde el apretón de manos, al saludo  verbal y hasta los besos,  pero en este último caso, “el menú” es más  diversificado: se dan un  beso en la mejilla contraria a como besamos nosotros;  se dan un beso en  la misma mejilla que lo hacemos los argentinos; se dan dos  besos (uno  en cada mejilla) o se dan tres besos (comenzando por la mejilla  contraria  a como lo hacemos nosotros). Confieso que a veces es un poco  engorroso…”el  papelón” está a la orden del día si uno no  forma parte  del  grupo que maneja un código determinado: “¿Por dónde empieza/empiezo  el beso?”.   El cuerpo comunitario o social parece  desmembrado; en cada esquina,  plaza o bar se aprecian sus partes no integradas,  constituídas por  pequeños subgrupos de italianos jóvenes, italianos ancianos,   marroquíes, rumanos, peruanos, albaneses, etc. que interactúan al  interno de  los mismos, pero no con los otros.              Algunas  reflexiones   Cuando emigrar es producto de un proyecto  personal, puede resultar  una experiencia muy positiva y enriquecedora. En los  casos de fuerza  mayor, cuando hay circunstancias que a uno lo obligan a irse,  se agrega  lo traumático. De cualquier modo, me parece conveniente tener siempre   un criterio realista, porque no todo resulta “un lecho de rosas”…(en más  de una  oportunidad y por mucho tiempo, sólo sentí las espinas, en vez  de las rosas). “El antes, el durante y el después” constituyen  un largo proceso a  transitar con el cuerpo y el alma. En el camino hay etapas o fases con sus  propias características que es  bueno conocer, reconocer y aceptar  para hacer la travesía más  llevadera. En el “antes” están las ganas y los miedos.  Las fantasías y las  expectativas suelen dejar a un lado los datos objetivos y  la realidad.  Uno se encuentra en el medio de un torbellino de emociones  que es muy  difícil ordenar y manejar. Es  bueno dejar que las cosas sigan su curso  (y uno ir acompañando). El “viaje hacia afuera” empieza con “un  viaje hacia adentro” de uno  mismo para ir explorando cada rincón interno, ver  qué hay, quién está  ahí y qué se siente. Empezar a reconocer las piezas del rompecabezas:  “acá están mis inseguridades, mis  fantasías; allá está la información  que busqué; ese es el contacto que tengo  para conseguir un trabajo o  casa; este nombre es del amigo de mi amigo al que voy a llamar  apenas  llegue; etc.” En el “durante” está la mayor movilización:  llegada; adaptación  inicial; el bombardeo de estímulos; conocer gente y lugares  nuevos;  incorporar información ilimitada y otros usos y costumbres; hacer   trámites; modificar o desechar el proyecto que uno tenía; buscar casa y   trabajo; aprender y/o practicar el idioma; extrañar; estar feliz; estar  muy  mal; querer volver; querer probar suerte en otro lugar; etc. Según  mi  experiencia, en esta etapa puede pasar “de todo” (desde lo más  hermoso a lo más  espantoso). Hay que estar en contacto con uno mismo,  muy centrado y con los piés en  la tierra (“las sacudidas” pueden resultar muy  fuertes y  movilizadoras), hablar mucho de lo que a uno le pasa; “aferrarse con   uñas y dientes” al proyecto (para protegerlo y apuntalarlo, como así  también  para protegerse y apuntalarse); no aislarse; hacer las cosas  que a uno lo hacen  sentir bien (yo por ejemplo escribo, hago gimnasia y  me conecto a Internet) y  no olvidar nunca que la decisión tomada fue    y es “una apuesta a la vida”. En el “después” hay básicamente dos  posibilidades: o no se soporta la  experiencia y se pega la vuelta o uno se  adapta. En el segundo caso,  las aguas poco a poco se van aquietando y aparece  un nuevo ritmo, el de  la cotidianeidad. Paulatinamente uno va  construyendo y organizando su  vida como lo hacen todos, la  cual incluye una casa, un trabajo, los  amigos, éxitos y fracasos, los  familiares, los hijos y la escuela,  alegrías y tristezas, los paseos y las  vacaciones, etc. Para arraigarse en el lugar elegido, es  necesario desarraigarse del  anterior, lo cual  implica transitar la profundidad del dolor, la   soledad y la  nostalgia. Uno tiene que elaborar el duelo de lo que dejó  para poder crear un  espacio que se pueda “habitar” con lo nuevo, de lo  contrario se vive  melancólicamente la realidad de no estar en la  Argentina. Se  trata de acomodar cada cosa en su lugar y sumar algo más a  lo que ya somos y  tenemos. No tiene porque perderse nada,   mas bien  se  puede agregar y ganar  mucho. Si la apuesta es fuerte y resiste los  embates propios y de la  adversidad, de a poco se ven  los brotes del  deseo y el florecer del proyecto. En todo este proceso no nos olvidemos de  nuestro cuerpo porque es una  forma de no olvidarnos de nosotros mismos. Los  capítulos de esta  historia se pueden leer en  los músculos relajados o contracturados, las  emociones, los dolores, los síntomas,  las vivencias de placer y de  displacer, etc. Estemos atentos y  conectados…escucharlo es escucharnos.             Para finalizar, quiero transcribir un párrafo de una   entrevista a una persona que también emigró y cuenta su experiencia,  porque me  veo reflejado en sus palabras: “Pude entender que no  había perdido sino que  había cambiado, y puse toda mi energía en crecer  en la elección que había  hecho, que era este lugar” (4).                            Bibliografía             1-Stoppiello, L. “Emigrar: ¿Oportunismo u   oportunidad?”. Artículo publicado en la revista “Ritornare”  de la Associazione Nazionale  Italo-Argentina Ritornare. Año 1 N° 3,  Brescia,  Italia. 2003.             2-Stoppiello, L. Ibidem.             3-Stoppiello, L. “Argentinos e italianos:  ¿Somos  iguales o diferentes?”. Artículo publicado en la revista “Ritornare”  de la Associazione Nazionale  Italo-Argentina Ritornare. Año 1 N° 4,  Brescia,  Italia. 2003.             4-Abadi, J. Y Mileo, D. “Tocar fondo”. Ed.   Sudamericana, Buenos Aires,  2002.                      |                               Luis  Stoppiello es psicólogo y terapeuta  corporal.                                       |                               Nota publicada en Kiné  Nº64.  |                               |   |                               Cuerpo y  emigración (segunda  parte)                     Nuevas resonancias corporales  de  un argentino en Italia                                          |                               Escribe Luis  Alberto Stoppiello                                                 |                                            Al recibir la invitación para escribir la  segunda parte de  “Cuerpo y Emigración, resonancias corporales de un argentino  en  Italia”(1), un terremoto interno me sacudió (alegría, agitación,  nostalgia).  Me pregunté qué me pasaba y me di cuenta que la propuesta  era un “volver a”,  revivir desde las memorias de mi cuerpo mi venida a  Italia y lo vivido hasta  hoy (¡ya pasaron más de tres años!).             Muchas cosas sucedieron desde que escribí  el primer  trabajo: dejé el pueblo y me mudé a la ciudad de Boloña, cambié de   trabajo, hice un master en grupos en la Universidad de Boloña, conocí  gente nueva y pasé  por distintos estados afectivos (alegría, ansiedad,  paz interna, duda,  angustia, tristeza, desesperación, claridad mental,  confusión, etc.).             Este nuevo artículo significa dar un paso  más en el proceso  de elaboración de mi experiencia  migratoria… gracias Kiné!                Nuevas  resonancias corporales Del pueblo a la ciudad. Después de  algunos meses de paz pueblerina, de escuchar a los  pájaros, los gatos,   las campanadas de la iglesia… ¡no aguanté más! Me descubrí como un  “producto urbano”: me faltaba la  ciudad y todo lo que ella conlleva  (cines, teatros, librerías, bares, tránsito,  ruidos y gente por todos  lados).                 Acepté sin dudar una interesante propuesta  laboral en  Boloña. Todo hermoso, pero se venía otra mudanza en mi vida y ya  van...  Desarmé una casa, hice las valijas con mis cosas y mis nuevas ilusiones   y me fui. Limpié mi nuevo departamento, acomodé todo y cuando llegó el  momento  de relajarme y disfrutar… esa misma noche un cólico renal me  mandó al hospital  por seis días.                 Sabio (como  siempre) mi cuerpo, después lo entendí:  tanto sostener, aguantar, poner el  hombro y todo el resto del  cuerpo…  ahora le tocaba a él tomarse unas vacaciones junto conmigo. Fue muy   extraño, pero por primera vez en mi vida sentí que internado en un  hospital  estaba bien, “alguien” se hacía cargo de mi, me cuidaba, me  contenía y me  sostenía después de tanta  sacudida interna y externa.                 Una vez ya dado de alta, empecé “mi nueva  vida urbana”:  sólo conocía al director del centro que me había contratado, por lo  cual durante  meses para mi fue cierto eso “de casa al trabajo y del  trabajo a casa”. Caminaba por la ciudad,  veía a mucha gente y no  hablaba con nadie. El anonimato era aniquilante. Me  sentía “un NN  viviente”. De a poco empecé a hacer las primeras amistades y  reviví  otra vez, ahora me miraban, me escuchaban, me sonreían… ¡volvía a   existir para alguien!               Idioma(s).  ¿Se acuerdan de “los  psico-oídos”?, siguieron destapándose y no sólo  para entender mejor el  italiano, también se fueron destapando para  reconectarme con idiomas que hace  muchos años no practicaba y que ahora  forman parte de mi cotidianeidad.               El hecho de que haya dos instituciones con  carácter  internacional en la ciudad (la Universidad de Boloña y la Feria  Internacional  de Exposiciones) hace que haya un movimiento intenso y  permanente de personas  de todas las partes del mundo y eso “se ve y se  escucha” a cada momento: Boloña  es una gigantesca Torre de Babel. Es  habitual que en la calle un extranjero me  pregunte por una dirección,  una iglesia, una de las puertas antiguas de la  ciudad medieval  o un  museo.               En mi trabajo (un centro de formación e  investigación en  el campo “psi”) vienen colegas de otros países y el contacto  con ellos  ha estimulado mis ganas de retomar francés e inglés.               Respecto al idioma italiano aprendí mucho,  empiezo a  entender la sutileza de algunos chistes, copié algunas expresiones   idiomáticas y escribo bastante bien, pero todavía sufro con “le doppie”  (las  dobles): muchas palabras tienen doble consonante y solamente  escuchando la  pronunciación me doy cuenta si tengo que escribirlo con  “le doppie” o pronunciarlas  en un modo distinto (si tienen una sola  consonante).               Las preposiciones son un tema aparte, como todavía sigo   haciendo una traducción literal me equivoco a diario. Basten algunos  ejemplos:  en italiano, traducción mediante, se diría que voy “a  escuela”, miro “en los”  ojos a alguien, una persona es más alta “de la”  otra, etcétera.               Otra cosa rarísima: algunos sustantivos en  singular  pertenecen al género masculino: el huevo (l’uovo), el dedo (il dito),   rodilla (il ginocchio), pero en plural pertenecen al género femenino (le  uova,  le dita e le ginocchia).               Ya no tengo verguenza de hablar italiano  con mi acento  hispano, esto se ha convertido en mi “marca registrada” y signo  de mi  singularidad. Antes me preocupaba por el “que dirán” pero ya no, me di   cuenta que ellos no dicen nada y por dos motivos: primero, porque cada  uno está  en la suya y segundo, porque están tan acostumbrados a los  extranjeros que yo  soy uno más.               Algo que dejé para lo último (y no porque  sea un tema de  menos importancia) es mi relación con mi propio idioma. En  Boloña no  hablo mucho el español porque estoy rodeado de italianos y  extranjeros.  Esto tiene su lado positivo, me ayuda a aprender el idioma, pero  ya  noto una cierta pérdida de la fluidez al hablar español, a veces me  trabo o  “se infiltran” palabras en italiano.              Espacio.  Ya no les temo a las “callecitas  proasesinas” del artículo anterior ni  me  provocan ansiedad persecutoria por no saber con que me voy a  encontrar del otro lado de una  curva, al contrario, hay algo de  sorpresa y misterio que estimula mi  imaginación. Agradezco vivir en una  ciudad que todavía es segura y tranquila,  por lo cual mi fantasía (al  menos por ahora) no pasa por temer que me encuentre  con un ladrón o  algo desagradable, sino que la fantasía me lleva a preguntarme  si veré  un “Punkabestia” (un tipo de punk), un extracomunitario con vestimenta   exótica o algún músico callejero…               Las calles angostas, curvas o de formas  zigzagueantes,  los pasajes que conectan distintos niveles de altura, las   “calles-escaleras” (llamo así a callecitas angostas muy antiguas, que  por estar  en un plano inclinado, tienen escalones para subir y bajar),  los castillos, los  museos, las catedrales, las fuentes, las  excavaciones arquelógicas, las  colinas, las montañas, los lagos y los  ríos, los bosques, el mar, las islas…  todo esto forma parte de mi  paisaje actual.               La diferencia de planos tiene su encanto;  el horizonte  pampeano aquí desaparece cortado por alturas varias, depresiones y   superposiciones (es muy artístico ver un río, detrás una elevación que  termina  con un castillo y en el fondo montañas nevadas).               Los espacios son más reducidos que en Argentina (les  recuerdo que Italia es 9 veces  más chica que Argentina  pero con casi  el doble de población). Ya me estoy acostumbrando a que todo sea   proporcionalmente más pequeño: los ascensores, los bares, los  restaurantes, las  nuevas construcciones, etc. Desde lo proxémico se  crea una cercanía entre las  personas en los espacios públicos que al  principio me producía incomodidad,  pero de a poco “está pasando…”.              Tiempo.   Al llegar sentí como  si algo se hubiera quebrado en la línea del   tiempo: había un antes y un después sin conexión. Me llevó “un buen  tiempo”  restablecer el nexo temporal entre mi pasado argentino y mi  presente italiano.               Los tiempos llenos y tiempos vacíos, los  cortes y la  falta de continuidad me angustiaban mucho, era como caminar sobre  superficies duras y de  repente tener que saltar para no caer en el  vacío.               Hoy mi presente es más sereno, con una  cierta rutina de  horarios, con ritmos, con un ayer unido al hoy, y un hoy que  se  proyecta hacia un mañana. Tengo objetivos a corto, mediano y largo  plazo.               Percibo una continuidad en el  espacio-tiempo que es  reconfortante y reaseguradora, pero en momentos de crisis  esa  continuidad se rompe y aparece un vacío que “naturalmente” se llena con  la  nostalgia de mis años pasados en Buenos Aires. Me permito  “nostalgiar”, pero  también ir a buscar el equilibrio perdido y  reconstruir el lazo  témporo-espacial que da continuidad a mi  “ser-en-Italia”.               Un tema aparte:  los bares.  Después de tres  años ¡y todavía no puedo con los  bares italianos! En general son pequeños, sin  mesas y con una barra  como  para tomar algo de parado y seguir camino.               Yo tengo todavía muy grabado en mi alma “la cultura del  bar  de Buenos Aires”,  en donde ir a tomar algo era la excusa para  sentarse durante horas con un amigo  y conversar, acompañarse de un buen  libro para leer o simplemente  observar...               Como me sigo rebelando a estar parado, ya  he recorrido  casi todos los bares de Boloña y tengo, según el sector de la  ciudad en  donde me encuentre, un mapa interno con el bar correspondiente que sí   tiene mesitas para sentarse. Alrededor mío hay un recambio incesante de  gente,  pero yo sigo fiel a mi mesa elegida y “desde mi trono  permanezco” en el lugar:  leo, escribo o cultivo el placer del  ocio y  la observación.              Del Africa al  arrabal. Cuando pude quitarle  un poco de mi cuerpo a los  duelos en plena elaboración para hacer algo  conectado con el  movimiento, el placer y la creatividad, lo primero que hice  fue un  curso de danzas africanas. Muy lindo pero muy pautado en los pasos y   coreografías; yo en ese momento recién estaba “volviendo a la vida” y   necesitaba expresarme con más libertad y espontaneidad.               Al poco tiempo escuché un “basta” interno y  con alegría  abandoné el curso. Por meses no hice nada corporal para mí, salvo  las  actividades laborales (coordinar talleres y seminarios de formación en   abordajes corporales).               A finales del 2005 mi cuerpo me volvió a pedir hacer algo   para él y empecé a buscar alternativas. Armé una larga lista que  incluía:  Danzaterapia, Feldenkrais, Río Abierto, Psicodanza, gimnasia y  musculación,  karate, Aikido, Taichi, Salsa y Tango.               ”La sangre tira”… y me anoté ¡en un curso  de tango!  Resulté ser el único argentino y los italianos no podían entender  cómo  un argentino estaba en Boloña aprendiendo a bailar tango! ¿Pensarán que  en  la carga genética tenemos “tango-genes” y   nacemos bailando el 2x4?              Lo visual.  El impacto monocromático inicial  de Italia fue muy fuerte para mí, la  supremacía de los colores de la tierra en  las casas las aplanaba, las  indiferenciaba y mis ojos se rebelaban a no  reconocer la singularidad  entre una construcción y otra. Creo que esto pudo  deberse a dos  factores: uno geográfico-arquitectónico y otro estético-cultural.  Con  el primer factor me refiero al hecho de provenir de Buenos Aires, en  donde una casa es muy  distinta de la otra, hay un juego constante de  colores y estilos  arquitectónicos diversos. El segundo factor es más  personal y se refiere al  hecho de que provenga del  campo artístico,  pues antes de estudiar psicología estudié Bellas Artes y mi  relación  con las formas y los colores es esencial.               Actualmente estoy “cromáticamente más  tranquilo”, la  tonalidad terrosa da al paisaje urbano un toque muy característico,  muy  “a lo italiano”; aunque recientemente descubrí que algunas ciudades  tienen  otra supremacía cromática (blanco-grisásea, beige o blanco y  verde,  por el color de las piedras y los mármoles del lugar) que da a  las  construcciones otro aspecto estético.               Hoy concluyo que el color, sea cual fuere,  para mi  siempre es bello,  todos contribuyen a dar un toque único al lugar en el  que se esté. Mi presente  es… “amarronadamente” boloñés.                “La  vieja” Italia sigue siendo para mi una mujer de  edad, rugosa, descamada y con  contínuas cirugías de restauración, pero  con un poder de fascinación tremendo. ¿Cómo  hacer para que no me  seduzcan las curvas medievales de sus callecitas, sus  señoriales  palacios y castillos, su Catedral o su Teatro de la Scala en Milán, su  Balcón de  Romeo y Julieta en Verona, su ciudad amurallada en Bérgamo,  sus canales y  góndolas en Venecia, su maravilloso cuerpo escultural en  la estatua del David  de Miguel Angel y su Galería de Arte de Los  Oficios en Florencia, sus  construcciones decoradas con mosaicos en  Ravenna, su Santuario de San Francisco  en Asís, su Foro Romano y su  Coliseo en Roma…? (la lista podría ser infinita).               Polución  ambiental. El aire puro del campo, el canto de los pájaros, el  maullido de los gatos enamorados y  las campanadas de la iglesia fueron  reemplazados, con la mudanza a la ciudad,  por los sonidos urbanos.               El cambio se hizo notar enseguida: pasé de  una casa al  final de un pasaje sin salida, a un departamento a la calle sobre  una  de las avenidas con más tráfico de Boloña. El tránsito incesante, los   bocinazos, las sirenas de las ambulancias, el polvo sutil en el aire  (smog que  obliga a prohibir en ciertos días la entrada a la ciudad  antigua en auto),  pasaron a ser moneda corriente.               Gané muchas comodidades y placeres de la  civilización  moderna, pero mi cuerpo también tiene sed y hambre de pasto, de  viento  fresco, de silencio, de agua, de tierra, de campos sembrados, etc.  Cuando  la nostalgia es muy grande, un parque parecido a los Bosques de  Palermo me  sirve como refugio; pero durante el invierno,  entre el  frío y las nevadas,  mi nostalgia se autoalimenta sin competencia  alguna…               Sabores.  Lo que antes me resultaba  insípido, suave, poco condimentado, poco  azucarado, etc., hoy pasó a ser para  mí de sabor normal… “Somos bichos  de costumbre”.               La variedad y calidad de los productos y  platos  regionales de la cocina italiana contribuyeron a una más rápida   adaptación: prueba de ello es la aparición de una “pequeña” pancita…               Salud  psico-física. Durante estos años  nunca estuve solo, mi cuerpo  siempre estuvo presente como escenario en el cual se desarrollaba mi   vida cotidiana.               En los momentos de crisis, las  somatizaciones vinieron a  mi encuentro y no fue fácil aceptar que llegaran sin  mi invitación.  Cuando pude entender que eran un mensaje a escuchar, comencé una   búsqueda por distintas disciplinas para reencontrar mi equilibrio  perdido. En  estos años hice yoga, gimnasia, homeopatía unicista,  acupuntura china,  psicoterapia, terapias florales y energéticas.  Actualmente estoy practicando  medicina ayurvédica y lentamente voy  reencontrando mi centro, me equilibro, me  sereno… ¡y vuelve a florecer  mi neurosis!              Los olores.               Con la mudanza a la ciudad, los  olores del  campo  cedieron su lugar a los olores urbanos. Mi nariz reconoce una  “diferencia  olorosa” entre Boloña y Buenos Aires,  pero todavía no  logro encontrar las palabras adecuadas para esa diferencia. Por  el  momento sólo puedo decir que Boloña tiene otro olor…”me huele que acá la   cosa es diferente”.               Los olores corporales me siguen impactando  todavía, a  veces una reacción primitiva de rechazo se activa ante la cercanía  de  ciertos cuerpos.               El master.  Hacer un postgrado en el  exterior fue un sueño largamente acunado.  Cursé un master en grupos en la Universidad de Boloña  durante un año en  forma intensiva, con clases teóricas, participación en  distintas  experiencias  grupales y una  pasantía (1.500 horas en total). Rendí  finales por cada materia cursada y como cierre, presenté y  defendí un  trabajo sobre las semejanzas y diferencias entre las teorías de S.   Foulkes y E. Pichon-Rivière sobre los grupos.               El idioma, en ciertas ocasiones, fue un  obstáculo  incómodo y estresante:               Durante un final oral, un profesor croata  me hizo dos  preguntas que inicialmente no pude responderle… pero no porque no   supiera las respuestas, sino porque no entendía lo que me preguntaba en  “su”  italiano. Le dije lo que me pasaba en “mi” italiano (él sabía que  yo también  era extranjero) y muy amablemente intentó explicarme con  otras palabras y en  forma más pausada el argumento de las preguntas,  entonces sí pude contestarlas.  Al final, pudimos entendernos en  “nuestros” italianos…               En un final escrito no comprendía una  pregunta por como   estaba formulada; tuve que solicitarle al docente que me explicara el   significado de la misma y recién después volví a mi banco para seguir   escribiendo.               Una vez, pensé que podría ser útil llevar a  los exámenes  un diccionario bilingue, pero lo descarté cuando me pareció que  podría  ser un elemento que generase sospechas (machetes).               El resultado final de la experiencia fue  doblemente  enriquecedor, porque al aprendizaje específico en grupos, le sumé  otro  aprendizaje personal: en mi país, en el extranjero y en sus respectivas   universidades, todos los profesores y los alumnos son seres humanos de  carne y hueso,  con virtudes y defectos, maravillas y miserias; lo que  se idealiza puede caer y  lo caído se puede reposicionar…              Saludo(s).  El tema de los besos sigue  siendo complicado para todos. Como   recordarán, existe un “menú variado” de besos. La cuestión pasa por el  grupo de  pertenencia y conocer el código compartido, pero… no olvidemos  que también  existe el simple “hola” (saludo verbal sin contacto  corporal).               Este tipo de saludo es muy utilizado por  mis pacientes;  solamente un adulto joven me da un apretón de manos (proviene del sur de  Italia,  famosa por tener códigos corporales parecidos a los nuestros).               Si en los inicios el encuentro con una  persona era  estresante porque no sabía el tipo de saludo a utilizar, hoy sin   embargo es más relajado y hasta me genera curiosidad… ¿con qué saludo me  voy a  encontrar?               Al final, producto de mi “metamorfosis saludística”,  me  encuentro cómodo dando besos, como así también dando la mano o  simplemente  diciendo “hola”, pero… se viene otra complicación  linguistica más: en italiano  el “hola” corresponde a nuestro “chau”.              De fríos y  nevadas. Cuando llegué a Italia en el 2002  me recibió un día  nublado y de frío penetrante. Fue la primera vez que sentí  ese tipo de  frío: me atravesaba el abrigo, la ropa, la piel e iba directo a mis   huesos. Recuerdo meses enteros en que lo único que decía era: “Qué frío  que  hace acá”. Trataba de salir lo menos posible al exterior y les  confieso que en  Italia “debuté” por primera vez… ¡usé calzoncillos  largos y fui feliz!               El proceso térmico siguió su marcha y hoy  me encuentro  con que sufro menos el frío, pero igual salgo con todo el ropero  encima  y ya no me quejo tanto de la temperatura.               La primer nevada  tuvo un efecto regresivo en mi, fue como   volver a ser niño o estar de vacaciones en Bariloche. Hoy el efecto es   diferente, aunque me sigue gustando mucho el espectáculo de ver nevar,  me gusta  más si estoy tranquilo en casa, calentito, cómodo, viendo a  través de la  ventana como caen los copos. Algo mágico se apodera de mi   en esos momentos, me retraigo, siento mucha paz, parezco volar en el  tiempo  hacia épocas pasadas, caballeros medievales, castillos, una  bella doncella que  me espera…. y bueno, capacidad de fantaseo no me  falta y más todavía cuando el  entorno es tan sugerente.              La trama  vincular. Al “cuerpo social  italiano”, en general, lo sigo  percibiendo como desmembrado, cada comunidad  étnica tiene sus lugares  de reunión, sigue su propio ritmo de vida e interactúa  con sus  connacionales, pero creo que el intercambio entre las colectividades es   básicamente económico y a partir de necesidades concretas y prácticas.                “Mi  cuerpo social”, entendido como  mi red afectiva,  está compuesto por una heterogeneidad de personas (en su  mayoría  italianas, pocos argentinos, una francesa y un polaco).               Este cuerpo relacional es ondulante, se  mete y se desliza  por distintos lugares (los diferentes aspectos compartidos:  tango,  charlas, salidas al cine y a cenar, intereses culturales, afectos,   etc.). De a poco voy tejiendo una red vincular de distinto espesor y  trama,  según las circunstancias y las personas.                               La vuelta a los pagos. Hasta el momento   realicé un viaje a la Argentina  por año y cada uno fue distinto, único e  irrepetible. Es como si en cada oportunidad se reflejara mi  estado  interno:               Primer viaje a finales del 2003: estaba muy movilizado  (desarraigo,  duelos, crisis personales y profesionales),   por lo cual  hice casi exclusivamente “reaprovisionamiento afectivo”. El  avión me  depositó en casa (mi país) y en casa (de mis padres) para ser bien   recibido, atendido, contenido y mimado; yo, en ese momento, sólo podía  recibir  y a lo sumo… dar mi presencia. Se volvió a repetir (pero esta  vez en Argentina), el fenómeno del “embotamiento inicial” de una semana   descripto en el artículo anterior, durante mi primer semana en Italia.                 Segundo viaje a finales del  2004: viajé con un amigo  italiano, paseamos y disfrutamos del país. Yo desempeñé la doble función  de  Cicerón local y de turista. Seguí recibiendo mucho afecto y puder  dar “un  poquito”. Algunas personas dijeron que me veían mejor que el  año anterior. El  embotamiento inicial se acortó a menos de una semana  de duración.               Tercer viaje en agosto del 2005: al placer de visitar  familiares,  amigos, colegas y lugares; le agregué lo laboral  (presentación de dos trabajos  y dos seminarios en dos universidades).  Muchas personas esta vez dijeron que me  veían muy bien, con otro ánimo.  El embotamiento esta vez duró “solamente” 4  días.              Mi identidad.  Si en Argentina me sentía  “europeo” (soy la primer generación nacida  fuera de Italia, por lo cual fui  criado compartiendo la cultura  italiana con la cultura local) y si en Italia me  sentía inicialmente  “argentino”; actualmente   me siento un “híbrido transnacional”: un poco  de una cosa y un poco de  la otra, pero no siendo totalmente ni lo uno  ni lo otro.               A cada instante y en cada circunstancia de  mi vida  actual, se ponen en juego distintos aspectos identitarios en un proceso   contínuo de escisión, choque e integración entre las dos culturas.               Estoy muy a gusto en este país, pero no me  olvido de mi  país, comparto muchos códigos locales, pero también tengo  engramados en  mis células los códigos porteños, que a veces afloran de modo   inesperado, como  hace pocos días, cuando estaba hablando, una persona  me interrumpió y me  sorprendió un “pará…”.               A veces me siento como “un ciudadano de dos mundos”…  necesito  más tiempo todavía para ver hacia donde voy en este proceso de  elaboración de  mi experiencia migratoria.              Consideraciones  teóricas                Emigrar es una experiencia personal, única  y no  delegable, es el propio sujeto el que vive en cuerpo y alma ese cambio   radical en sus condiciones de vida. El emigrante está en una situación  de  desvalimiento, por cuanto “se va a encontrar ahora desprovisto y  privado de lo  que hasta entonces, día tras día, lo contuvo, lo  envolvió, lo protegió”(2).  No obstante lo singular de esta experiencia,   los estudiosos del  tema han reconocido tres fases en el proceso  migratorio(3) que se repiten con  cierta regularidad :               “Inicialmente priman sentimientos de dolor  por lo perdido  y temor a lo desconocido, vivencias de soledad, carencia y desamparo.  Las ansiedades  de tipo confusional, depresiva y paranoide desorganizan  al yo. Estados maníacos  de negación o minimización del  cambio pueden  seguir o sustituir esta etapa.               Luego aparece la nostalgia por el mundo  dejado, vivido  como  ‘el paraíso perdido’. Se reconocen los sentimientos antes  disociados o negados.  Empieza a haber permeabilidad e incorporación  paulatina de los elementos de la  nueva cultura.               Finalmente se empieza a vivir y disfrutar  el tiempo  presente. Hay una mayor integración entre las culturas de pertenencia  y  de residencia. Se recupera el placer de pensar, desear y la capacidad  de  hacer nuevos proyectos de futuro en el lugar actual. El pasado es  vivenciado como ‘pasado’ y no como  ‘paraíso perdido’. El yo se  enriquece con la consolidación de un ‘sentimiento  de identidad  remodelado’”(4).               Retomaré cada fase para precisar algunas  características  sobresalientes(5):               En la primera (adaptación inicial), hay un  encuentro  entre el viejo y el nuevo mundo, esto genera sorpresa, confusión,   bloqueo, ansiedad, idealización, euforia, etc.               El sujeto está conmovido por la  multiplicidad de nuevos y  variados estímulos, su conexión es casi permanente y  receptiva con el  ambiente y sus códigos, que trata de asimilar con rapidez.               Los esfuerzos se concentran en sobrevivir,  satisfacer  necesidades básicas y establecerse en el lugar. El nivel de stress  que  esto provoca es muy alto y aparecen cambios de humor que generan más   confusión y ansiedad, necesidad de procesar en soledad la experiencia y  momentos de  retracción nostálgica.               Si el país receptivo tiene otro idioma, se  agrega la  variable linguística como  otro obstáculo inicial de integración social y  elemento estresor.               El yo se encuentra en estado de shock y   despersonalización.               La segunda (depresiva o de confrontación),  conecta a la  persona con su mundo y su vida anterior. La nostalgia se instala y  se  idealiza lo vivido en el propio país como  el “paraíso perdido”. Se  compara lo dejado con lo adquirido, se pone a competir  el país de  nacimiento con el país de adopción. El sujeto suele colocar cada  mundo  en lugares diferentes (escisión), para controlar el proceso y sus  objetos  internos, tomando lo mejor o lo peor de cada lugar (según las  circunstancias y  las conveniencias).               Esta es una fase muy crítica y los  individuos que no  logran soportar el dolor del momento, hacen sus valijas y vuelven al   país de origen.               Si las cosas marchan de un modo adecuado,  las negaciones  de la primer fase empiezan a ser reconocidas y se instala un estado   depresivo, antesala del  proceso de duelo que habrá de advenir.               De a poco, la persona empieza a poner los  piés en la  tierra, a ser consciente de su presente y con ello aparece cierta   permeabilidad al ambiente de residencia. Se incorporan paulatinamente  algunas  costumbres y giros idiomáticos. El yo se encuentra  entristecido, empobrecido y  en trabajo de duelo.               La tercera (inclusión social y proyección),  implica la  elaboración de los duelos migratorios y la integración gradual entre   las culturas de origen y de residencia.               Se empieza a vivir en el presente y a  disfrutar del   lugar. El pasado se convierte en "pasado" (patrimonio subjetivo   interno) y enriquece el presente de la persona (integración). Hay  intercambios  entre las culturas y placer en proyectar en el lugar de  residencia.               El yo se encuentra integrado y enriquecido,  incluído en  el contexto social de residencia.               Esta descripción esquemática resume las  fases de un  proceso subjetivo que en la realidad no se presenta de modo lineal  y  tiene sus altibajos, períodos de meseta, bloqueos transitorios,  regresiones y  hasta obstáculos que a veces resultan insalvables.               “La migración es un cambio de tal magnitud  que pone no  solo en evidencia, sino también en peligro la identidad. La pérdida  de  objetos es masiva e incluye aquellos más significativos y válidos:  personas,  casas, lugares, lenguas, cultura y costumbres, clima, a veces  profesión y  ambiente social, etc., todas cosas relacionadas con  recuerdos y afectos; junto  a tales objetos son expuestos al riesgo de  pérdida partes del 'Self' y las relaciones con los objetos   directamente”(6).               Es el propio yo de la persona el que se  encuentra en  peligro y “esto permite comprender las bases sociloculturales de  la  personalidad y su funcionamiento como  elemento unificador de la  identidad. Cuando estas condiciones varían, el  recurso para enfrentar  el cambio desestabilizador es la enfermedad (depresión,  disturbios  psicosomáticos, ataque de pánico, crisis psicóticas, intentos de   suicidio, etcétera.)”(7).               Es fundamental entender esta experiencia como un proceso  con fases  que es conveniente respetar y transitar, sabiendo que habrá  vicisitudes  particulares para cada caso.               La variable temporal cobra un rol  importante, “darse  tiempo para” vivir la experiencia, pero ser en todo momento   protagonista y no espectador o víctima. Me refiero con ello a tomar una  postura  de “espera activa” para indagar dentro de si mismo,  reflexionar, sentir, hacer  cosas para encontrar alternativas a los  problemas y sentirse bien, colaborar  con el proceso y no estorbarlo o  boicotearlo, ser un aliado y no un enemigo del  mismo.               Otro elemento esencial es la construcción  de lazos  sociales: no aislarse, conocer gente, tener un grupo de pertenencia,   hablar de lo que a uno le pasa, incluirse en actividades  socio-culturales y  recreativas.               “La meta es ‘volver a sentirse alguien’ y  para lograrlo  se requiere de un trabajo intrapsíquico y vincular de conquista  de un  lugar psíquico y material en el nuevo mundo, que incluya una   reelaboración de la propia identidad a partir de las variables internas  de la  persona y de su status social, es decir, el lugar que ocupa y el  lugar que  desea ocupar en la nueva comunidad.               Si se realiza el trabajo de duelo, el yo se  enriquece por  partida doble: se asimilan hechos y objetos del  mundo que se dejó, más  hechos y objetos del  nuevo mundo, se acomoda cada cosa en su lugar y  se suma algo más a lo que ya se  es y se tiene”(8). “Si la apuesta es  fuerte y resiste los embates propios y de  la adversidad, de a poco se  ven los brotes del  deseo y el florecer del  proyecto”(9).               En la persona que emigra siempre habrá “un  antes y un  después”, ya no volverá a ser la misma de antes, pero la cuestión es   como se posiciona ante ese cambio, porque una cosa es vivirlo como un  cambio  negativo y con pérdida y otra cosa es vivirlo como una  metamorfosis de  crecimiento: es cierto que no se es el mismo de antes,  pero se puede ser  distinto y mejor (migración como experiencia  resiliente).              Comentarios  finales               Cuando sentí que mi deseo de emigrar era lo   suficientemente sólido y lo podía sostener, recién entonces aposté a un  cambio  de vida que sólo después pude resignificar (y continúo  haciéndolo).               Vivir en el extranjero es una decisión  personal que  sostengo a cada momento, es como  un contrato que tengo que firmar cada  día. No hay renovación automática, es mi  deseo el que decide a cada  instante si renuevo o no ese contrato.               No doy nada por descontado, implícito o  supuesto, me  propongo en cada ocasión conectarme con lo que me pasa (lo que  pienso y  lo que siento) y desde ese lugar ir al encuentro de mi vida en Italia.               Intento vivir el hoy, sin olvidarme del ayer y  proyectándome  al mañana. Quiero ser receptivo y estar abierto a los  cambios, no sé que puede  pasar y en donde voy a terminar, pero sí sé  que hoy elijo estar acá, lo quiero  y lo necesito, irme en este momento  sería como abandonar el barco en medio de  la travesía en el mar… y yo  quiero llegar a buen puerto.               De a poco mis bases se están recomponiendo  y tengo una  sensación de continuidad témporo-espacial y proyectual, lo cual me  está  permitiendo transitar mi cotidianeidad de un modo más sereno. Las  crisis,  que antes eran verdaderos  “Tsunamis  emocionales”, hoy son  olas de menor intensidad   y aparecen con menos frecuencia.               Sostener esta experiencia no me resulta  fácil, al  contrario, tengo momentos de “éxtasis” y momentos de “desesperación”,  a  veces me siento pleno y otras veces vacío. Estoy aprendiendo a no   enloquecerme cuando llega ese vacío. Transitar y sostener esta condición  me  está permitiendo generar nuevos contenidos. Tengo la certeza  interna que mi  momento actual de transición me está conduciendo hacia  algo bueno para mi.               El  balance hasta este momento es altamente positivo,  crecí mucho como  persona y como  profesional, pero soy consciente que  el costo emocional es alto; la experiencia  fue y es movilizante. Si  pudiera volver hacia atrás en el tiempo y elegir  nuevamente… no lo  dudaría, lo volvería a hacer: lo que hoy soy, es también  gracias al  aporte de esta experiencia.                               Referencias bibliográficas                 1-Artículo publicado en Revista Kiné. Año  13  N° 64. Octubre-Diciembre 2004.                 2-Bar de Jones, G. La migración como quiebre  vital. Trabajo  presentado en el II° Congreso Argentino de  Psicoanálisis de Familia y Pareja. Tomo I. Buenos Aires, Argentina.   2001.                 3-Grinberg, L. y Grinberg, R. Migración y   Exilio. Biblioteca Nueva. Madrid,  España. 1996.                 4-Stoppiello, L. Migración, sujetividad y  lazo  social. Trabajo presentado en la   XII° Jornada Psicoanálisis y  Comunidad. Asociación Psicoanalítica  Argentina.  Buenos Aires,  Argentina. 2005.                 5-Stoppiello, L. L’impatto psicologico   dell’emigrazione. Conferencia dictada en Ritornare Asociación   ítalo-argentina. Brescia,  Italia. 2005.                 6-Grinberg, L. y Grinberg, R. Identità e   cambiamento. Armando Editore. Roma, Italia. 1992.                 7-Stoppiello, L. Migración, subjetividad y  lazo  social.                 8-Stoppiello, L. Migración, subjetividad y  lazo  social.                 9-Stoppiello, L. Cuerpo y emigración.  Resonancias  corporales de un argentino en Italia. Op. Cit.                              |                               Luis  Stoppiello es psicólogo y terapeuta  corporal.                               |                               Nota publicada en Kiné  Nº72.  |                               |   |                    
  |    
   
No hay comentarios:
Publicar un comentario