Sobre  el “educar”   Según  la interpretación que se dé a la palabra “educar” se  desprenderán distintas  maneras de abordar esta práctica.   Lo  más común es la referencia de “educar” como: dirigir,  instruir, adoctrinar, desarrollar las facultades morales e   intelectuales y dirigir las  inclinaciones del educando.   En  lo personal prefiero asociar educar a “enseñar”. “Enseñar”  que resuena a mostrar, subrayar,  articular, aquello  que otros dicen o descubren en la construcción de su  propio saber.  Entramado con el saber de los otros, en el seno de lo grupal.  Un ida y vuelta donde el  “poder del saber” circule por cada miembro del  grupo, incluyendo en éste al rol  del docente quien además de ser  francamente democrático debe ser creativo en la  construcción de  estrategias y situaciones propicias. Es el docente, en esta  escena,  algo así como un jardinero amoroso, que prepara la tierra, carpiéndola   para extraer los yuyos que impiden el crecimiento de algo más  fructífero.  Oxigenándola y escondiendo semillas que luego los alumnos,  explorando,  encontrarán y llevarán a su propio terreno donde echarán  raíces propias,  floreciendo en algo nuevo.              Sobre  la  pedagogía de lo corporal               El cuerpo, esa faz de nuestra existencia humana  que  aparenta ser la más fácil de aprehender, cuya realidad se cree  “capturable”  desde la trampa parcial de lo anatómico o lo “físico”, es  sin embargo de una  presencia y apariencia compleja.               Construcción cultural por excelencia,   terreno donde cada sociedad inscribe sus leyes y normas regulando todo  tipo de  conductas según los valores vigentes.               Espacio escénico de la fantasmática   individual y lugar de representación simbólica de la realidad social,  política  y económica de cada pueblo, el cuerpo nos presenta  entonces, en esta perspectiva, un campo de acción desde donde  realizar  un tránsito articulado que va de lo cultural a lo individual, tanto de   ida como de vuelta, en la construcción y evolución del ser en  determinado  contexto histórico.               Una  pedagogía de lo corporal apunta  entonces,  en forma puntual y explícita al desarrollo  del ser y la  evolución de lo humano sobre lo cual construye sus valores.   Tal vez como ninguna otra tenga en sus fundamentos y métodos una raíz  humanista que reclama la presencia  del mundo interno de cada  uno en una clara articulación con el otro / los  otros, rescatando la  importancia de lo diverso  y la aceptación de lo diferente en  el reconocimiento profundo de que “nada de lo humano me es ajeno”.               De  una metodología basada en la exploración  y la búsqueda se desprende como  rasgo fundamental de  las pedagogías de lo corporal el aspecto vivencial del  encuentro. Encuentro con lo íntimo, con lo propio y encuentro  con el otro. Hallazgo y captura del instante, impredecible,  donde algo que estaba oculto se ilumina y  hace presente. Y entonces, ya  nada es como era antes. Encuentro lleno de desencuentros sí,  pero revalorizado por la  persistencia y la insistencia.                 Aprender en este encuadre es re-nacer  en cada acto sobre la  construcción conjunta de nuevos valores.  Valores que se hacen carne en las pedagogías de “lo corporal”,  so pena de derivarse en  uno más de los tantos “entrenamientos  físicos”. De aquí podemos inferir que un encuadre corporalista  trasciende por  completo a la aplicación de las llamadas “técnicas  corporales”.              Algunos   contenidos fundamentales   El  sostén que las diversas técnicas corporalistas tienen en sus  contenidos básicos  de concientización y apertura sensorial  rescata y refuerza el carácter válido de lo personal, que nacido del  seno de un  grupo, se discrimina como tal, por el encuentro con lo  diferente. Algo así  como: me reconozco en nuestra diferencia.   Para que esto sea posible, es necesario que se funde sobre la base de  la libertad, la aceptación de uno  mismo y del otro y una especie de ejercicio democrático  basado en un  sentido pluralista. Tal vez sea éste uno de los aspectos más  valiosos  que nos deja como saldo el recorrido por las experiencias basadas en  el  desarrollo de la percepción.   Siempre  recuerdo a mis alumnos que la postura positivista que  pretende que “lo  percibido sea idéntico a lo real” descartando la  participación de lo subjetivo  que plasma el mundo interno de quien  percibe, en la percepción, sirvió durante  mucho tiempo para sustentar  sistemas de poder verticalistas que otorgaban plena  validez a lo  percibido por quien estuviera en la cúspide.   Así,  el “monarca” siempre sabe qué es lo mejor para todos y su  palabra es reflejo de  la verdad absoluta.  Sé que esto nos  resuena como no tan lejano y  que el presente suele arrastrar hilachas  del pasado que, si sabemos observar,  ponen al descubierto cuáles son  las máscaras del poder que se están jugando en  cada uno.               La  experiencia de transitar por el desarrollo perceptivo  transforma en vivencias muchas de las apreciables ideas que  a veces nos cuesta bajar a la  acción. Allí compruebo que lo suave, lo  frío o lo pesado sólo existe cuando alguien lo experimenta como tal  y  que lo bueno o lo malo no tienen existencia propia, ni son valores  absolutos.               Y  en estos términos, sólo se alcanza la revaloración de  lo propio en el ejercicio  de una idéntica aceptación de la identidad  del otro. Identidad que encuentra en el cuerpo un espacio  originario donde  construirse, nutrirse y expresarse.               Allí  uno comprueba que cada individuo está construido por  un entramado entre su propia  historia y la de su cultura, sus sueños y  los de otros, sus frustraciones y sus  anhelos, hechos carne  en su cuerpo, y  que de esto derivará su manera de ser y  estar en  el mundo y por ende su manera de ver y pensar al mundo obrando en   él.               El  espacio generado para esto en el campo de lo corporal  permite que cada uno se re-eduque “haciéndose cargo” de  la  construcción de su presente y su futuro. Generando la posibilidad  para  experimentar un verdadero sentido de pluralidad —donde el otro  acuerda pero  también se opone y se resiste—. Allí se  templa el ego  que acostumbrado a usar su poder contra los otros cambia de  objetivo y apunta al conocimiento de sí  mismo.               El  aprendizaje se refiere entonces a un conocimiento  nacido de lo subjetivo. Su recorrido,  de ida y vuelta  al mundo exterior exige en su evolución un constante movimiento  de formas y estructuras internas que se re-crean constantemente y  reflejarán en nuestra acción  sobre el mundo esa capacidad cada vez más  disponible.               El desarrollo  de la creatividad, así  propuesto en la pedagogía de lo  corporal, nos conecta con el sentido de  lo femenino tan deteriorado en nuestra   cultura patriarcal. Hombres y mujeres  rescatamos la experiencia  de dar a luz: nuevas formas, ideas, figuras,  movimientos,  modos de ser, pensar, sentir y actuar.               El  sentido de lo masculino  también se reacomoda. Recuperando su sentido en la  existencia humana,  se manifiesta en la acción persistente y tenaz de abrir  nuevos  espacios, dando lugar al vacío para que germine lo nuevo. Hombres y   mujeres en esta construcción, acariciamos un nuevo sueño.               Ambos,  lo amamantamos, lo cuidamos, lo  contenemos.               Juntos resistimos, luchamos y trabajamos  en su creación.               Héroe  y heroína modernos, encarnados en cada cuerpo,  presentificando los mitos de  resurrección.               Final  y nacimiento de un nuevo ser.•                                                    |          
         
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