Las obras de Nora Iniesta, Alejandra Mettler, Diego Perrotta y Ernesto Bertani compendian un tributo al símbolo patrio alejado de lugares comunes sobre tradición y ceremoniales.
Por: Nora Iniesta
Bandera es infancia. Veredas anchas y delantales blancos almidonados, tableados; de zapatos lustrosos y de buen peinado. De moños y guillerminas; de calzados con cordones bandoleros o gomicuer. La patria es la infancia, es ese dibujo a lápiz negro coloreado y rellenado sin salirse de los bordes contorneados. Este rectángulo horizontal, apaisado como la pampa, condensa territorio y pertenencia, se esté donde se esté; verla flamear alta, nunca irreconocible a pesar de su diverso color, opaco a veces, tristón otros, se yergue tanto en la escuelita de frontera como en una escuelita en la Habana que lleva el nombre de nuestra Patria. En el exterior, cuando uno la reconoce, flameante en una Bienal, en un Museo, en un Festival o en un Estadio, porque un artista argentino está incluido en una muestra, en una película o en el deporte, somos nosotros.
Somos un todo compendiado y sintetizado en esa superficie plana. Bien saben de ello los manteros en plena peatonal Perú extendiéndose hacia Florida en Buenos Aires para mi deleite; lo recomiendo, un baño de banderas y banderitas, una creatividad sin límites, soportes, artículos, cajas, baratijas que deslumbran al más apurado peatón. Representación, unidad, recorte emblemático como la muestran las imágenes que ilustran estas páginas.
Tranquera
En la obra de Alejandra Mettler, hecha tranquera, o tranquera hecha bandera incluye al campo, marca territorio, impone presencia, delimita, corta el paisaje, marca la cancha, testimonia. Interrumpe el espacio natural, lo interviene, lo apropia. La estructura ya existente se convierte en bastidor, en esqueleto, quedando al desnudo y en evidencia los agujeros o intersticios que permiten a la mirada inmiscuirse para seguir viendo tras ellos. Interior y exterior, lo propio y lo ajeno, el adentro y el afuera, eso es bandera. Señal de presencia; de pertenencia. De puerta pintada, de frente de casa, en ese exterior infinito sólo existe esa tranca de madera como única entrada, centrada en lo formal, frontal y cerrada. La vista se regocija en ese campo compositivo simple, contundente y exacto. Entrada a lo que acontece, a lo propio. Es el límite. El anclaje; es acá o allá, el lejos siempre un horizonte interactuado para la obra de Mettler. ¿Qué nos espera?; ¿quién nos aguarda? Ninguna certeza.
Cuadrado
Diego Perrotta con su horizontal composición cuadrado-bandera, donde los rostros se multiplican encasillados cada cual en su celda idéntica, cual pequeño lugar asignado en el mapa de la existencia humano-argentina, toda y todos bajo bandera. Porque estos componentes, estos individuos, estos rostros frontales cubren todo el espectro bajo un mismo manto; profesionales, empleados, oficinistas devienen simbólicamente iguales ante el ojo del pintor; son su propia y extensa iconografía; y él los clasifica y enumera en su variabilidad de oficios y ocupaciones, infinitas, como infinitos son las almas humanas en su sentir; tanto rostros de hombres y de mujeres, impávidos tal vez ante un destino colectivo al que no pueden escapar, del que forman parte y, aunque contemporáneos unos con otros, no logran conectarse; cada cual atiende su juego, su sitio, su puesto. No lo abandonan, sólo esperan, hieráticos, sin presuntos movimientos. Como un camino eterno al infinito, el artista enumera todo lo que hay que tener, todo lo que hay que lograr tener si uno dibuja el esquema de una sociedad primaria o primitiva.
Agua marina
Ernesto Bertani. Buceador como pocos, trae los colores a la superficie de la tela, rescata anécdotas del día a día en esa simple composición –simple en apariencia–, con excesiva obsesión y rigurosa creatividad. Cual aguas marinas se suceden los azules transparentes y los blancos, no son planos, porque la vida es movimiento, es contornearse, es andar. Un andar elegante, sinuoso, cargado de sutilezas, de situaciones disimuladas con cuidado y prudencia. No se transcurre, se hace, se compromete, se ejecuta, y Bertani plasma.
Patria portátil
Una impresión de agua, de mar, de gotas que se transforman en ríos, ríos que llegan al cauce. Geografía; terreno, aire. O el souvenir de plástico, el que condensa en un estuche cual joya los secretos de una patria portátil, emblemático botón de muestra. Cual recuerdo de un vasto e inmenso país. Disímil, que es meseta, es cerro, montaña y es arroyo; es ciudad, patio, es vereda. Es esperanza, es misterio, es estudio, es sufrimiento y es pobreza. Curiosamente cabe en un puño, su dimensión es portátil, bien confortable se lleva en la cartera (la que firma, Nora Iniesta). Magia: cosa de la infancia, y de un papá testarudo que no dejó de recorrer entusiasmado con sus hijos los costados históricos de la Patria. Ver hoy a esa gesta de señoras que han unido cual obra de arte kilométrica una bandera cocida y sumada en recortes, en una la que es todas. Tiza y pizarrón, tubos, tela, madera, crayones, cerámica o metal, todo vale en manos de individuos-artistas que la plasman dejando su impronta.
Selección de obras: Laura Spivak
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