jueves, 17 de junio de 2010

La piel


Escribe Julia Pomiés



Sensible, me ofrece información acerca del estado del aire, de las cosas, de las otras pieles... Tenaz, impide que mis líquidos y blanduras, se disgreguen. Impermeable casi siempre, no permite que los vapores y jugos del afuera me penetren... La piel es lo que me separa del mundo, y es también lo que me une a él.
En las primerísimas etapas de formación del embrión, la célula huevo se multiplica torrencialmente. Al principio las células resultantes de esa multiplicación son “pluripotentes”, es decir, tienen la potencialidad de convertirse en cualquier tipo de tejido de cualquier parte del cuerpo. Pero muy pronto comienzan a especializarse y a migrar en un complejo proceso denominado “corrientes morfogenéticas”. Esas corrientes van convirtiendo al borbotón de células indiferenciadas en un disco alargado que comienza a ahuecarse y que está constituido por tres capas. La capa interna (endodermo) será la que, en el curso del desarrollo fetal, dará origen a los órganos del sistema digestivo y al tejido pulmonar. La capa media (mesodermo) se convertirá en el sistema muscular, el esqueleto, los vasos sanguíneos y el corazón. Y la capa externa (ectodermo) se convertirá en todos los tejidos nerviosos, todos los órganos de los sentidos y... la piel.
Y este no es un dato menor: la piel y el cerebro, la piel y el sistema nervioso, la piel y los sentidos... tienen un origen embriológico común.
Con razón uno suele andar por esta vida con los pelos de punta, con la piel de gallina, rojo de entusiasmo o de enojo, pálido de miedo, húmedo y turgente de amor... En fin, que “epidérmico” no siempre quiere decir “superficial”.

El mono desnudo
Hay ciento noventa y tres especies vivientes de simios y monos. Ciento noventa y dos de ellas están cubiertas de pelo. La excepción la constituye un mono desnudo que se ha puesto a sí mismo el nombre de Homo Sapiens.
Así comienza el libro del zoólogo Desmond Morris: El mono desnudo; un estudio del animal humano; publicado en EE.UU. por los años 1967, y que dio mucho que hablar, rápidamente, y no sólo en inglés.
Morris insiste en preguntarse ¿por qué este rasgo distintivo? ¿En qué pudo ayudar a la supervivencia de la especie? Y revisa varias teorías existentes.
Una: que al abandonar la vida nómade, y establecer vivienda fija el mono, antes arbóreo y hervívoro, necesitaba librarse más fácilmente de piojos, pulgas y otras plagas que se acumularían en sus cavernas y cubiles. Pero Morris objeta que centenares de mamíferos viven en cuevas fijas y tan peludos como siempre; y muchos hacen del despiojarse una de sus principales tareas cotidianas.
Otra: que perdió el pelo para no perder las mañas: ensuciarse la pelambre al comer o defecar prolijamente. Duda Morris de que un ser capaz de inventar complejas herramientas no encontrara el modo de limpiarse adecuadamente. Al parecer hasta el chimpancé suele emplear hojas de plantas a modo de papel higiénico.
Otra más: que pudo darse el lujo de prescindir de su abrigo gracias al descubrimiento de producir fuego voluntariamente.
La siguiente: que nuestros antepasados atravesaron una extensa etapa acuática en la que quedaron calvos como delfines o ballenas.
O, tal vez: que fue una opción social de diferenciación sexual o de clases… O que fue un modo de sacarse el tapado en los cálidos climas tropicales. Aunque en tal caso —se pregunta el zoólogo— ¿por qué no encontraríamos leones lampiños? La exposición al aire de la piel desnuda aumenta la posibilidad de evaporación y descenso de la temperatura, pero aumenta también el peligro de lesiones por acción del sol. Experimentos realizados en el desierto demuestran que, a temperaturas muy elevadas, los vestidos gruesos y holgados que usan los árabes ofrecen mejor protección que la ropa liviana: cierran el paso al calor exterior y permiten que el aire circule alrededor del cuerpo ayudando a la evaporación del sudor.
En definitiva, Morris prefiere reconocer un poco de razón a cada una pero adherir, como explicación fundamental, a la teoría de que el nuevo mono cazador (léase: nosotros) no estaba biológicamente preparado para correr veloz y largamente detrás de su presa. Sin embargo, fue eso lo que necesitó hacer para sobrevivir en las llanuras no boscosas. Y tuvo que recurrir a su inteligente cerebro que le permitió moverse con mayor eficiencia, erguirse sobre sus dos patas traseras para otear por encima de los altos pastizales; fabricar armas efectivas, livianas y mortales; y adaptarse corporalmente a esos grandes esfuerzos momentáneos: con la pérdida de la pesada capa de vello y el aumento del número de glándulas sudoríparas en toda la superficie de su cuerpo podía lograr una refrigeración importante, no para la vida cotidiana sino para los momentos supremos de la caza. El fenómeno fue complementado, según él, por el desarrollo de una capa subcutánea de grasa capaz de mantener el cuerpo caliente en las otras ocasiones.
Y afirma Morris con su seductor estilo best-seller:
Ahí tenemos a nuestro Mono Desnudo, vertical, cazador, fabricante de armas, territorial, cerebral, primate por linaje y carnívoro por adopción, dispuesto a conquistar el mundo. Pero es un producto novísimo y experimental y, con frecuencia, los nuevos modelos presentan imperfecciones. Sus principales agobios derivarán del hecho de que sus progresos culturales superarán a todos sus progresos de otra índole. Sus genes están quedando rezagados y, a pesar de todos sus éxitos, sigue siendo en el fondo, un mono desnudo. ¿Cómo se comporta su versión más moderna? ¿Cómo resuelve los antiguos problemas de la alimentación, de la lucha, del apareamiento, de la crianza de sus hijos? ¿Hasta qué punto ha podido esa computadora que tiene por cerebro reorganizar sus impulsos de mamifero?
No se pierda el próximo capítulo de este apasionante libro… Pero no aquí porque, después de este breve desvío de interrogantes que se abren hacia otras direcciones —también interesantes— parece más oportuno volver al tema central.

Yo-piel: el gran «invento» de Anzieu
En 1974 el Dr. Didier Anzieu-vicepresidente de la Asociación Psicoanalítica de Francia- publica un artículo titulado El yo-piel que produce un gran impacto en el mundo de la clínica y la investigación.
A la inversa de El Mono Desnudo dirigido explícitamente al gran público, y de fácil lectura, el texto de Anzieu, desarrollado y mucho más completo en un libro, cuya edición en castellano se concretó en 1987, con el mismo nombre que su artículo, no es de lectura fácil para los no especialistas. Pero vale la pena el esfuerzo. Navegando con marchas y contramarchas sus densas 250 páginas siempre descubro tesoros que me quedaron ocultos en la primera lectura de algún párrafo e, incluso, en la segunda. Es una de esas obras para las vacaciones, o las trasnoches de silencio y concentración...
El núcleo de la teoría propuesta es que: la piel es la envoltura del cuerpo, de la misma forma que la conciencia envuelve al aparato psíquico. Algo así como que el yo es a la estructura psíquica lo que a la piel es al organismo biológico. O mejor: la estructura y funciones de la piel y la estructura y funciones del yo presentan entre sí analogías que pueden ser muy fecundas, tanto para el trabajo de los psicoterapeutas —tal la idea de Anzieu— como para el de los trabajadores corporales, sugerencia que sumamos desde este enfoque.
Anzieu señala que su fundamentación teórica se basa en dos principios generales. Uno específicamente freudiano: toda función psíquica se desarrolla apoyándose en una función corporal cuyo funcionamiento traspone al plano mental. El segundo principio, aunque conocido por Freud, proviene del investigador Hughlings Jackson: a lo largo de la evolución de las especies el sistema nervioso conserva e integra los modos de reacción correspondientes a etapas evolutivas anteriores, pero el órgano más reciente y más cercano a la superficie —la corteza cerebral, en el hombre— tiende a tomar la conducción de todo el sistema.
Desde los mamíferos hasta el hombre —dice Anzieu— el cerebro aumenta de tamaño y se hace más complejo. Por su parte, la piel pierde la dureza y los pelos de sus antecesores. Los pelos subsisten apenas sólo en el cráneo, aumentando su papel protector del cerebro, y alrededor de los orificios corporales de la cara y la pelvis, donde refuerzan la sensibilidad e incluso la sensualidad. La pulsión de agarramiento de cualquier pequeño a su madre es mas difícil de satisfacer en la especie humana (aquí nos evoca al mono desnudo Morris) y se manifiesta en las angustias precoces intensas y prolongadas de pérdida de la protección, falta de soporte y un desamparo «originario».
Anzieu puntualiza nueve funciones de la piel y sus analogías con el Yo-piel, señalando que no sigue un orden ni un principio de clasificación rigurosos. Y que tampoco pretende ser exhaustivo en su inventario, quiere dejarlo explícitamente abierto.

1) Así como la piel cumple una función de sostén del esqueleto y de los músculos, el Yo-piel sostiene al psiquismo. Y lo sostiene por una interiorización de lo que Winnicott llamó holding; es decir, la forma en que la madre sostiene el cuerpo del bebé. El apoyo externo sobre el cuerpo materno conduce al bebé a adquirir el apoyo interno sobre su columna vertebral, a encontrar su propio centro de gravedad a partir de la seguridad de tener en su cuerpo zonas de contacto estrecho y estable con la piel, los músculos y las palmas de las manos de la madre. Esto confiere al bebé una sensación de unidad y solidez que lo capacitará para acceder a la posición de sentado, después a la de pie y finalmente a la marcha.

2) Otra función de la piel es la de continente: de todo el cuerpo, los órganos, los sentidos... Del mismo modo el Yo-piel contiene a todo el aparato psíquico. Esta función se ejerce principalmente por el handling materno, la forma en que la madre contiene el cuerpo del bebé. Las pulsiones, lo instintivo, el Ello, serán una fuerza motriz si encuentran límites específicos dentro de los cuales desplegarse. Esta complementariedad entre envoltura y núcleo es fundamento de la percepción del sí mismo como unidad.

3) La capa superficial de la epidermis cumple una función de protección de la capa sensible en la que se encuentran las terminaciones nerviosas. El déficit o exceso de esa función en el Yo llevaría a alteraciones como una angustia paranoide de persecución (me leen los pensamientos, o me infunden pensamientos ajenos); o a un yo-crustáceo, con una caparazón rígida, impenetrable. La falta de la función de protección en la piel, puede ser compensada por una protección desde el músculo: en forma corazas caracterológicas que menciona Wilhelm Reich.

4) La piel funciona como limite de la individualidad. Por ejemplo: impide la entrada de cuerpos extraños, y permite el paso de ciertas sustancias complementarias o asimilables. Diferencia a unos individuos de otros por su color, textura, olor... Del mismo modo el Yo asegura una función de individuación del Sí-mismo que le otorga el sentimiento de ser un ser único y capacitado para establecer o interrumpir determinados contactos e intercambios. Freud describe la angustia como una «inquietante extrañeza» por la amenaza de percibir el debilitamiento de las fronteras del Sí-mismo.

5) En la piel se alojan, además, los órganos de los otros sentidos (originados como ella y todo el sistema nervioso central en el ectodermo del embrión). Esto le da una función de intersensorialidad: envoltura táctil en la que parecen registrarse otras sensaciones, de distintas naturalezas, que se integran definitivamente en el encéfalo. En la realidad psíquica, esta función de intersensorialidad del Yo-piel permite un registro de diversas informaciones que al relacionarse entre sí dan sensación de coherencia. Si esto se debilita, ocasiona una angustia de fraccionamiento, de funcionamiento anárquico, como si los diversos registros fueran independientes.

6) La alimentación del bebé, la higiene, los cuidados y caricias acompañados de contactos, generalmente agradables, que preparan al autoerotismo y se sitúan como telón de fondo para la sexualidad, otorgan a la piel una función de fuente de placer. El Yo-piel es objeto de una fuerte carga libidinal, cumple la función de superficie de la excitación sexual; superficie en la que se pueden localizar zonas erógenas, reconocer la diferencia de sexo y su complementariedad. Anzieu señala que a falta de una descarga satisfactoria esta envoltura erógena puede transformarse en envoltura de angustia. El individuo convertido en adulto puede no sentirse con la seguridad suficiente como para comprometerse en una relación sexual completa. Si los orificios sexuales no han sido lugar de experiencias erógenas placenteras puede reforzarse la representación de un Yo-piel agujereado; derivar en patologías que privilegian el dolor como fuente de placer.

7) La piel es superficie de estímulo del tono sensomotor. El Yo-piel, por su parte; mantiene la tensión energética interna. Las fallas de esta función producen dos tipos antagónicos de angustia. El temor a la explosión del aparato psíquico por sobrecarga de excitación (ej: crisis epiléptica). O la angustia de Nirvana, por la posible realización del deseo de una reducción de la tensión a cero.

8) La piel, a través de sus terminaciones nerviosas, proporciona información directa acerca del mundo exterior. El Yo-piel realiza la función de inscripción de huellas sensoriales táctiles. Función reforzada por el entorno materno. Además, con un apoyo biológico: un primer dibujo de la realidad que nos rodea se imprime en nuestra piel. Y con un apoyo social: la pertenencia de un individuo a un grupo social está marcada por peinados, maquillajes, tatuajes, pinturas y por sus «dobles», que son los vestidos.

9) En este punto Anzieu señala: todas las funciones precedentes están al servicio de la pulsión de apego. Y se pregunta: ¿no podría existir una función negativa, una especie de antifusión, al servicio de Thanatos, que tendiera a la autodestrucción de la piel y del Yo? Responde: los progresos de la inmunología han descubierto los fenómenos autoinmunes, en los que el organismo vivo vuelve contra si mismo su capacidad de rechazar lo extraño. La medicina psicosomática ha descubierto una inversión de las señales de seguridad y de peligro en tales casos, especialmente en las alergias, asma, eczemas: la familiaridad, en lugar de ser protectora y tranquilizante se rechaza como mala. En la psicosis, especialmente en la esquizofrenia, la paradoja de la alergia es llevada al máximo. La confianza en el funcionamiento natural del organismo esta destruida o no ha sido adquirida: lo que es bueno en la vida se percibe como peligro mortal, se confunde sueño y vigila, realidad e irrealidad, animado e inanimado, predomina la pulsión de autodestrucción. La piel imaginaria con la que el Yo se recubre se convierte en una túnica envenenada, ahogante, abrasadora. Se podría hablar en esos casos, de una función tóxica del Yo- piel.
Finalmente, Anzieu señala que en otras funciones de la piel, también se podrían encontrar correspondencias con otras funciones del Yo:
-Almacenamiento (la piel almacena grasas; el Yo, memoria).
-Producción (la piel produce pelos, uñas; el Yo, mecanismos de defensa).
-Emisión (la piel emite sudor, feromonas; el Yo, realiza proyecciones).

Niña mimada del “trabajo corporal”
“Cuando el cuerpo está en reposo, no lo sentimos con tanta intensidad como cuando se mueve.” Paul Schilder
La piel quieta, permanece más silenciosa que cuando se estira o encoje, se desplaza, toca o es tocada, experimenta cambios de presión, temperatura, roces... El autocontacto, el contacto con objetos, el contacto con otros...
Todas las técnicas y disciplinas corporales promueven diversos modos de “llevar la conciencia” hacia la piel, experimentar variedad de sensaciones, registrar las zonas más sensibles, las más calladas o acalladas... En cada clase de sensopercepción, eutonía, feldenkrais, esferodinamia, gimnasia consciente, suele dedicarse un espacio importante al registro y al estímulo de “lo epidérmico”. Se despliegan telas, pelotitas de tenis, cañas de bambú. Se proponen automasajes, juegos de contacto grupal e incluso pesquisas libres o guiadas en busca de la memoria de nuestra piel. Recorridos cutáneos capaces de despertar recuerdos alojados en esta o aquella zona de nuestra superficie corporal. En ocasiones esa mano que se apoya en nuestro hombro puede llevarnos a revivir una remota escena infantil, ayudarnos a abrir un poco más el abanico del autoconocimiento, de la expresión de nuestros afectos. El placer o el displacer generado por esas exploraciones siempre constituye un paso más en el inquietante camino hacia nosotros mismos.•



Julia Pomiés es periodista y Prof. de Expresión Corporal. Co-editora y directora de Kiné, la revista de lo corporal. Docente del IUNA (Instituto Universitario Nacional del Arte), Departamento de Artes del Movimiento.


Actualización y ampliacíon de textos publicados en las ediciones 10, 11 y 54 de Kiné la revista de lo corporal.



No hay comentarios:

Publicar un comentario