Sensible, me ofrece información acerca del estado del aire,   de las cosas, de las otras pieles... Tenaz, impide que mis líquidos y   blanduras, se disgreguen. Impermeable casi siempre, no permite que los  vapores  y jugos del afuera me penetren... La piel es lo que me separa  del mundo, y es  también lo que me une a él.             En las primerísimas etapas de formación del embrión, la   célula huevo se multiplica torrencialmente. Al principio las células   resultantes de esa multiplicación son “pluripotentes”, es decir, tienen  la  potencialidad de convertirse en cualquier tipo de tejido de  cualquier parte del  cuerpo. Pero muy pronto comienzan a especializarse y  a migrar en un complejo  proceso denominado “corrientes  morfogenéticas”. Esas corrientes van  convirtiendo al borbotón de  células indiferenciadas en un disco alargado que  comienza a ahuecarse y  que está constituido por tres capas. La capa interna  (endodermo) será  la que, en el curso del desarrollo fetal, dará origen a los  órganos del  sistema digestivo y al tejido pulmonar. La capa media (mesodermo)  se  convertirá en el sistema muscular, el esqueleto, los vasos sanguíneos y  el  corazón. Y la capa externa (ectodermo) se convertirá en todos los  tejidos  nerviosos, todos los órganos de los sentidos y... la piel.             Y este no es un dato menor: la piel y el cerebro, la piel y   el sistema nervioso, la piel y los sentidos... tienen un origen  embriológico  común.             Con razón uno suele andar por esta vida con los pelos de   punta, con la piel de gallina, rojo de entusiasmo o de enojo, pálido de  miedo,  húmedo y turgente de amor... En fin, que “epidérmico” no siempre  quiere decir  “superficial”.                        El mono  desnudo                 Hay ciento  noventa y tres especies vivientes de  simios y monos. Ciento noventa y dos de  ellas están cubiertas de pelo.  La excepción la constituye un mono desnudo que  se ha puesto a sí mismo  el nombre de Homo Sapiens.                 Así comienza el libro del zoólogo Desmond Morris: El  mono desnudo; un estudio del animal  humano;  publicado en EE.UU.  por los  años 1967, y que dio mucho que hablar, rápidamente, y no sólo  en inglés.                 Morris insiste en preguntarse ¿por qué este rasgo   distintivo? ¿En qué pudo ayudar a la supervivencia de la especie? Y  revisa  varias teorías existentes.                 Una: que al abandonar la vida nómade, y establecer  vivienda  fija el mono, antes arbóreo y hervívoro, necesitaba librarse  más fácilmente de  piojos, pulgas y otras plagas que se acumularían en  sus cavernas y cubiles.  Pero Morris objeta que centenares de mamíferos  viven en cuevas fijas y tan  peludos como siempre; y muchos hacen del  despiojarse una de sus principales  tareas cotidianas.                 Otra: que perdió el pelo para no perder las mañas:   ensuciarse la pelambre al comer o defecar prolijamente. Duda Morris de  que un  ser capaz de inventar complejas herramientas no encontrara el  modo de limpiarse  adecuadamente. Al parecer hasta el chimpancé suele  emplear hojas de plantas a  modo de papel higiénico.                 Otra más: que pudo darse el lujo de prescindir de su  abrigo  gracias al descubrimiento de producir fuego voluntariamente.                 La siguiente: que nuestros antepasados atravesaron una   extensa etapa acuática en la que quedaron calvos como delfines o  ballenas.                 O, tal vez: que fue una opción social de diferenciación   sexual o de clases… O que fue un modo de sacarse el tapado en los  cálidos  climas tropicales. Aunque en tal caso —se pregunta el zoólogo—  ¿por qué no  encontraríamos leones lampiños? La exposición al aire de la  piel desnuda  aumenta la posibilidad de evaporación y descenso de la  temperatura, pero  aumenta también el peligro de lesiones por acción del  sol. Experimentos  realizados en el desierto demuestran que, a  temperaturas muy elevadas, los  vestidos gruesos y holgados que usan los  árabes ofrecen mejor protección que la  ropa liviana: cierran el paso  al calor exterior y permiten que el aire circule  alrededor del cuerpo  ayudando a la evaporación del sudor.                 En definitiva, Morris prefiere reconocer un poco de  razón a  cada una pero adherir, como explicación fundamental, a la  teoría de que el  nuevo mono cazador (léase: nosotros) no estaba  biológicamente preparado para  correr veloz y largamente detrás de su  presa. Sin embargo, fue eso lo que  necesitó hacer para sobrevivir en  las llanuras no boscosas. Y tuvo que recurrir  a su inteligente cerebro  que le permitió moverse con mayor eficiencia, erguirse  sobre sus dos  patas traseras para otear por encima de los altos pastizales;  fabricar  armas efectivas, livianas y mortales; y adaptarse corporalmente a esos   grandes esfuerzos momentáneos: con la pérdida de la pesada capa de vello  y el  aumento del número de glándulas sudoríparas en toda la superficie  de su cuerpo  podía lograr una refrigeración importante, no para la  vida cotidiana sino para  los momentos supremos de la caza. El fenómeno  fue complementado, según él, por  el desarrollo de una capa subcutánea  de grasa capaz de mantener el cuerpo  caliente en las otras ocasiones.               Y afirma Morris con su seductor estilo best-seller:               Ahí tenemos a  nuestro Mono Desnudo, vertical,  cazador, fabricante de armas, territorial,  cerebral, primate por linaje  y carnívoro por adopción, dispuesto a conquistar  el mundo. Pero es un  producto novísimo y experimental y, con frecuencia, los  nuevos modelos  presentan imperfecciones. Sus principales agobios derivarán del  hecho  de que sus progresos culturales superarán a todos sus progresos de otra   índole. Sus genes están quedando rezagados y, a pesar de todos sus  éxitos,  sigue siendo en el fondo, un mono desnudo. ¿Cómo se comporta su  versión más  moderna? ¿Cómo resuelve los antiguos problemas de la  alimentación, de la lucha,  del apareamiento, de la crianza de sus  hijos? ¿Hasta qué punto ha podido esa  computadora que tiene por cerebro  reorganizar sus impulsos de mamifero?               No se pierda el próximo capítulo de este apasionante  libro…  Pero no aquí porque, después de este breve desvío de  interrogantes que se abren  hacia otras direcciones —también  interesantes— parece más oportuno volver al  tema central.              Yo-piel: el  gran  «invento» de Anzieu   En 1974 el Dr. Didier Anzieu-vicepresidente de la Asociación  Psicoanalítica  de Francia- publica un artículo titulado El yo-piel que  produce un gran impacto  en el mundo de la clínica y la investigación.   A la inversa de El Mono Desnudo dirigido explícitamente al  gran  público, y de fácil lectura, el texto de Anzieu, desarrollado y mucho  más  completo en un libro, cuya edición en castellano se concretó en  1987, con el  mismo nombre que su artículo, no es de lectura fácil para  los no especialistas.  Pero vale la pena el esfuerzo. Navegando con  marchas y contramarchas sus densas  250 páginas siempre descubro tesoros  que me quedaron ocultos en la primera  lectura de algún párrafo e,  incluso, en la segunda. Es una de esas obras para  las vacaciones, o las  trasnoches de silencio y concentración...   El núcleo de la teoría propuesta es que: la piel es la  envoltura del  cuerpo, de la misma forma que la conciencia envuelve al aparato   psíquico. Algo así como que el yo es a la estructura psíquica lo que a  la piel  es al organismo biológico. O mejor: la  estructura y  funciones de la piel y la estructura y funciones del yo presentan  entre  sí analogías que pueden ser muy fecundas, tanto para el  trabajo de  los psicoterapeutas —tal la idea de Anzieu— como para el de  los trabajadores  corporales, sugerencia que sumamos desde este enfoque.   Anzieu señala que su fundamentación teórica se basa en dos  principios  generales. Uno específicamente freudiano: toda función psíquica se   desarrolla apoyándose en una función corporal cuyo funcionamiento  traspone al  plano mental. El segundo principio, aunque conocido por  Freud, proviene del  investigador Hughlings Jackson: a lo largo de la  evolución de las especies el  sistema nervioso conserva e integra los  modos de reacción correspondientes a  etapas evolutivas anteriores, pero  el órgano más reciente y más cercano a la  superficie —la corteza  cerebral, en el hombre— tiende a tomar la conducción de  todo el  sistema.   Desde los mamíferos   hasta el hombre —dice Anzieu— el cerebro aumenta  de tamaño y se hace más  complejo. Por su parte, la piel pierde la  dureza y los pelos de sus  antecesores. Los pelos subsisten apenas sólo  en el cráneo, aumentando su papel  protector del cerebro, y alrededor de  los orificios corporales de la cara y la  pelvis, donde refuerzan la  sensibilidad e incluso la sensualidad. La pulsión de  agarramiento de  cualquier pequeño a su madre es mas difícil de satisfacer en la  especie  humana (aquí nos evoca al mono desnudo Morris) y se manifiesta en las   angustias precoces intensas y prolongadas de pérdida de la protección,  falta de  soporte y un desamparo «originario».   Anzieu puntualiza nueve funciones de la piel y sus analogías  con el  Yo-piel, señalando que no sigue un orden ni un principio de   clasificación rigurosos. Y que tampoco pretende ser exhaustivo en su   inventario, quiere dejarlo explícitamente abierto.              1) Así como la piel  cumple una función de sostén del esqueleto y de los  músculos,  el Yo-piel sostiene al psiquismo. Y lo sostiene por una  interiorización de lo  que Winnicott llamó holding; es decir, la forma  en que la madre sostiene el  cuerpo del bebé. El apoyo externo sobre el  cuerpo materno conduce al bebé a  adquirir el apoyo interno sobre su  columna vertebral, a encontrar su propio  centro de gravedad a partir de  la seguridad de tener en su cuerpo zonas de  contacto estrecho y  estable con la piel, los músculos y las palmas de las manos  de la  madre. Esto confiere al bebé una sensación de unidad y solidez que lo   capacitará para acceder a la posición de sentado, después a la de pie y   finalmente a la marcha.              2) Otra función de la  piel es la de continente: de todo el cuerpo, los  órganos, los sentidos... Del mismo  modo el Yo-piel contiene a todo el  aparato psíquico. Esta función se ejerce  principalmente por el handling  materno, la forma en que la madre contiene el  cuerpo del bebé. Las  pulsiones, lo instintivo, el Ello, serán una fuerza motriz  si  encuentran límites específicos dentro de los cuales desplegarse. Esta   complementariedad entre envoltura y núcleo es fundamento de la  percepción del  sí mismo como unidad.              3) La capa superficial de  la epidermis cumple una función de protección de la  capa sensible en la  que se encuentran las terminaciones nerviosas. El  déficit o exceso de esa  función en el Yo llevaría a alteraciones como  una angustia paranoide de  persecución (me leen los pensamientos, o me  infunden pensamientos ajenos); o a  un yo-crustáceo, con una caparazón  rígida, impenetrable. La falta de la función  de protección en la piel,  puede ser compensada por una protección desde el  músculo: en forma  corazas caracterológicas que menciona Wilhelm Reich.              4) La piel funciona como  limite de la individualidad. Por ejemplo: impide la  entrada de cuerpos extraños,  y permite el paso de ciertas sustancias  complementarias o asimilables.  Diferencia a unos individuos de otros  por su color, textura, olor... Del mismo  modo el Yo asegura una función  de individuación del Sí-mismo que le otorga el  sentimiento de ser un  ser único y capacitado para establecer o interrumpir  determinados  contactos e intercambios. Freud describe la angustia como una   «inquietante extrañeza» por la amenaza de percibir el debilitamiento de  las  fronteras del Sí-mismo.              5) En la piel se alojan,  además, los órganos de los otros  sentidos (originados como ella y todo  el sistema nervioso central en el  ectodermo del embrión). Esto le da  una función de intersensorialidad: envoltura táctil en  la que parecen registrarse  otras sensaciones, de distintas naturalezas,  que se integran definitivamente en  el encéfalo. En la realidad  psíquica, esta función de intersensorialidad del  Yo-piel permite un  registro de diversas informaciones que al relacionarse entre  sí dan  sensación de coherencia. Si esto se debilita, ocasiona una angustia de   fraccionamiento, de funcionamiento anárquico, como si los diversos  registros  fueran independientes.              6) La alimentación del  bebé, la higiene, los cuidados y  caricias acompañados de contactos,  generalmente agradables, que preparan al  autoerotismo y se sitúan como  telón de fondo para la sexualidad, otorgan a la  piel una función de  fuente de placer.  El Yo-piel es objeto de una fuerte  carga libidinal, cumple la función de  superficie de la excitación  sexual; superficie en la que se pueden localizar  zonas erógenas,  reconocer la diferencia de sexo y su complementariedad. Anzieu  señala  que a falta de una descarga satisfactoria esta envoltura erógena puede   transformarse en envoltura de angustia. El individuo convertido en  adulto puede  no sentirse con la seguridad suficiente como para  comprometerse en una relación  sexual completa. Si los orificios  sexuales no han sido lugar de experiencias  erógenas placenteras puede  reforzarse la representación de un Yo-piel agujereado;  derivar en  patologías que privilegian el dolor como fuente de placer.              7) La piel es superficie  de estímulo del tono sensomotor. El Yo-piel, por su  parte; mantiene la  tensión energética interna. Las fallas de esta  función producen dos tipos  antagónicos de angustia. El temor a la  explosión del aparato psíquico por  sobrecarga de excitación (ej: crisis  epiléptica). O la angustia de Nirvana, por  la posible realización del  deseo de una reducción de la tensión a cero.              8) La piel, a través de  sus terminaciones nerviosas,  proporciona información  directa  acerca del mundo exterior. El Yo-piel realiza la función de  inscripción de  huellas sensoriales táctiles. Función reforzada por el  entorno materno. Además,  con un apoyo biológico: un primer dibujo de la  realidad que nos rodea se  imprime en nuestra piel. Y con un apoyo  social: la pertenencia de un individuo  a un grupo social está marcada  por peinados, maquillajes, tatuajes, pinturas y  por sus «dobles», que  son los vestidos.              9) En este punto Anzieu  señala: todas las funciones  precedentes están al servicio de la pulsión  de apego. Y se pregunta: ¿no podría existir una  función negativa, una  especie de antifusión, al servicio de Thanatos,  que tendiera a la  autodestrucción de la piel  y del Yo?  Responde: los  progresos de la inmunología han descubierto los fenómenos  autoinmunes,  en los que el organismo vivo vuelve contra si mismo su capacidad  de  rechazar lo extraño. La medicina psicosomática ha descubierto una  inversión  de las señales de seguridad y de peligro en tales casos,  especialmente en las  alergias, asma, eczemas: la familiaridad, en lugar  de ser protectora y  tranquilizante se rechaza como mala. En la  psicosis, especialmente en la  esquizofrenia, la paradoja de la alergia  es llevada al máximo. La confianza en  el funcionamiento natural del  organismo esta destruida o no ha sido adquirida:  lo que es bueno en la  vida se percibe como peligro mortal, se confunde sueño y  vigila,  realidad e irrealidad, animado e inanimado, predomina la pulsión de   autodestrucción. La piel imaginaria con la que el Yo se recubre se  convierte en  una túnica envenenada, ahogante, abrasadora. Se podría  hablar en esos casos, de  una función tóxica del Yo- piel.   Finalmente, Anzieu señala que en otras funciones de la piel,  también  se podrían encontrar correspondencias con otras funciones del Yo:               -Almacenamiento (la  piel almacena  grasas;  el Yo, memoria).               -Producción (la  piel produce pelos,  uñas; el Yo, mecanismos de defensa).               -Emisión (la piel  emite sudor,  feromonas; el Yo, realiza proyecciones).              Niña mimada  del  “trabajo corporal” “Cuando el cuerpo está en reposo, no lo sentimos con tanta  intensidad  como cuando se mueve.” Paul Schilder La piel quieta, permanece más silenciosa que cuando se  estira o encoje,  se desplaza, toca o es tocada, experimenta cambios de presión,   temperatura, roces... El autocontacto, el contacto con objetos, el  contacto con  otros... Todas  las técnicas y disciplinas corporales  promueven diversos modos de “llevar la  conciencia” hacia la piel,  experimentar variedad de sensaciones, registrar las  zonas más  sensibles, las más calladas o acalladas... En cada clase de   sensopercepción, eutonía, feldenkrais, esferodinamia, gimnasia  consciente,  suele dedicarse un espacio importante al registro y al  estímulo de “lo  epidérmico”. Se despliegan telas, pelotitas de tenis,  cañas de bambú. Se  proponen automasajes, juegos de contacto grupal e  incluso pesquisas libres o  guiadas en busca de la memoria de nuestra  piel. Recorridos cutáneos capaces de  despertar recuerdos alojados en  esta o aquella zona de nuestra superficie  corporal. En ocasiones esa  mano que se apoya en nuestro hombro puede llevarnos  a revivir una  remota escena infantil, ayudarnos a abrir un poco más el abanico  del  autoconocimiento, de la expresión de nuestros afectos. El placer o el  displacer  generado por esas exploraciones siempre constituye un paso  más en el  inquietante camino hacia nosotros mismos.•                                                         
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