sábado, 5 de junio de 2010

La cultura iraquí da muestras de vitalidad

La película iraquí "Hijo de Babilonia" reaviva la escena cinematográfica del país.

Por: Por Antonthony Shadid para The New York Times y Clarín

CINEFILOS EN BAGDAD. En el estreno del filme.

La alfombra era roja, pero estaba demasiado deshilachada en los bordes como para que se le diera importancia. Una letra de la marquesina faltaba desde hacía años y daba la misma impresión que la calle de negocios cerrados, cordones desmoronados y barricadas grises que la rodeaban.

Un reciente jueves, sin embargo, una celebrada película iraquí volvió a una ciudad donde el cine no ha desempeñado un papel muy importante en los últimos años. El día del estreno de "Hijo de Babilonia", en el pasillo del cine reinaba tanto emoción como alivio ante el hecho de que cultura pudiera desafiar la ocupación y dar muestras de que había sobrevivido a la guerra, la negligencia del gobierno y la ocasional hostilidad.

Por primera vez en mucho tiempo, en un cine que alguna vez fue espléndido, los iraquíes casi llenaron las 1.800 localidades para verse retratados y observar sus experiencias de posguerra en una película que filmó otro iraquí.

"Hijo de Babilonia" es la historia de un chico y su abuela en busca del vínculo que los une, el padre de él y el hijo de ella, en las tumultuosas semanas posteriores a la caída de Saddam Hussein en 2003. El padre del chico nunca había vuelto de la guerra del Golfo Pérsico de 1991, y la búsqueda que realizan el hijo y la madre los lleva del norte kurdo al resto del país arabeparlante, donde conocen a conductores de camiones, veteranos del ejército, sacerdotes y peregrinos; todos ellos están en una búsqueda similar.

Sus voces suaves desafían el viento huracanado mientras recorren un paisaje vacío, donde los momentos de gracia salpican las tumbas colectivas en las que temen que esté sepultado el hombre que buscan.

La película es el segundo largometraje de Mohamed al-Daradji, un director de rostro adolescente y cabeza llena de rulos que tiene treinta y tres años y abandonó Irak en 1994. Sin embargo, a pesar de que Daradji dice que el éxito de la película hizo que se la distribuyera en diez países y se la invitara a setenta y cinco festivales, aún no se había estrenado en Irak.

Una hora antes del estreno, artistas y estudiantes habitualmente fieles a los lugares que frecuentan, pasaron junto a Humvees y a los vehículos policiales, y llenaron de humo de cigarrillo el hall del cine.

Los posters de "Rush Hour" y "Godzilla" seguían en las paredes y las flores artificiales de la escalera ya estaban llenas de polvo, pero había un clima general de novedad ante la idea de ver una película en el Semiramis, uno de los dos últimos cines de Bagdad. Hace unos años había sesenta y ocho salas, que tenían nombres como Al Khiyam, Babylon y Sindibad, evocando otra era.

"Cada casa, cada barrio, cada calle, cada uno de nosotros, todos tenemos nuestra propia película", dijo Hashem Khalaf, un empresario de cincuenta años. "En otros países, los directores pasan años buscando una película. Aquí, las películas están en todas partes." Las escenas de la película que transcurren en la capital, en Nasiriya y en Hilla, desgarradas por la guerra y a veces abandonadas, les resultaron reconocibles a todos.

Sentado en una deteriorada oficina antes del estreno, distendido y ofreciendo a los invitados agua, café o whisky, Daradji declaró que la autenticidad ocupaba un lugar secundario en relación con el mensaje que quería transmitir. La película, dijo, es una interpelación a sus ciudadanos. "Seguimos viviendo en una cultura de violencia y revancha", afirmó. "Pero esta es una película sobre la justicia y el perdón. ¿Podemos perdonar cuando tenemos el poder?" La multitud estalló en aplausos en los momentos fuertes de la película, como cuando la abuela kurda perdona a un soldado árabe del ejército de Hussein. También aplaudió cuando el chico le lava la cara a su abuela antes de acercarse a una cárcel donde esperaba que estuviera su padre. Cuando las luces volvieron a encenderse, daba la impresión de que la mitad del público había llorado.


"Este es el verdadero Irak", dijo Ahmed al-Maliki, un estudiante de arte. "Estas son las experiencias que tuvimos que vivir y soportar. El director entendió el alma de este lugar."

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