Un estudio de un académico del City College de Nueva York analiza la primera generación de soldados con iPod. El rap y el metal son los preferidos a la hora de disparar en Irak.
Por: Katia Riccardi*
La gaita escocesa de William Wallace en el siglo XIII. La cabalgata de de las Valquirias del tercer acto de Richard Wagner para los nazis. La columna sonora de los años sesenta de Good Morning Vietnam (1987) para los soldados norteamericanos. La música y la guerra siempre estuvieron juntas porque las notas pesan, transportan, cubren, aíslan, distraen, ilusionan y eluden. Si en las competiciones deportivas está prohibido el uso del iPod –como en la maratón de Nueva York, porque auriculares producen endorfinas- en el frente de batalla, los Mp3 se enlistaron.
Ésta es la primera generación de soldados con auriculares y reproductores portátiles. Y toda guerra tiene ahora una banda sonora portátil. Así, las canciones se convierten en armas con el poder para transformar a los hombres. En 2004, Jonathan Pieslak, un compositor y profesor de música del City College de Nueva York ingresó al sitio oficial de los Slayer, una banda de trash metal estadounidense nacida en Los Ángeles en 1981. Entre sus características se cuentan numerosos y veloces solos alternados con golpes de batería con doble caja, que martilla una y otra vez. Los Slayer son metal extremo y su tercer álbum, Reing in blood, logró influenciar el death metal de la actualidad. Sus letras hablan de satanismo, nazismo, guerra, violencia, asesinos seriales y religión. Entre sus títulos sobresalen The Antichrist, Mandatory Suicide, o Jihad en el que la voz del cantante interpreta a un terrorista y su punto de vista. "Fuck your God erase his name /A lady weeps insane with sorrow" (Al carajo con tu Dios, borra su nombre / Una mujer llora enferma con dolor).
En el sitio web de los Slayer un usuario escribió que durante la Guerra del Golfo El 40% de mails que le llegaban a la banda era justamente de soldados cumpliendo en Oriente Medio. Por supuesto que el dato era exagerado, pero Pieslak comenzó a interesarse sobre el tema. Con ese impulso escribió Sound Targets: American Soldiers and Music in the Iraq War (Objetivos sonoros: soldados norteamericanos y música en la Guerra de Irak), en el que examina el rol de la música a la hora de alistarse, en combate o en los interrogatorios. Barry White queda entonces fuera de combate, porque en Afganistán o en Irak las playlists están dominadas por los Slayer, Metallica y Eminem. En Bagdad, un pelotón llegó incluso a disparar con Wagner de fondo en un poco disimulado homenaje a Apocalypse Now.
Para el autor, el heavy metal, entre guitarras y baterías es una buena basa para prepararse para una misión militar, puesto que –escribe Pieslak- "tiene un sonido similar al de una descarga de proyectiles disparados por un arma automática. El testimonio del soldado Colby Buzzell luego de un año en Irak es exhaustivo. "Escuchaba los Slyer para calmarme en las peores situaciones. A veces, estás muy abajo, a veces no querés ser un soldado. Hay veces que te gustaría estar en otra parte, hay veces que estás sin fuerzas y necesitás alguna motivación. Pero después te pasa de escuchar la banda sonora de El bueno, el feo, y el malo y entonces decís ´ma sí, vamos a la misión" .
Lil Jon, otro soldado entrevistado por Pieslak confiesa que escuchaba junto a sus compañeros el tema I Don't Give a Fuck de 2Pac para darse fuerzas y salir del campamento base y empezar a disparar.
Pieslak continuó recogiendo datos y descubrió que también Metallica sonaba, pero cuando se trataba de dirigirse a Falluja, el elegido era Go to Sleep de Eminem: 'Die, motherfucker, die! / Unh, time's up, bitch, close ya eyes'". El jazz es para pocos y para escasos momentos de reposo. El Rhythm & Bass está prohibido y la música country es marginal. En las trincheras sólo entra el rock. El de los Dropkick Murphys o el de Drowning Pool, bandas alternativas de metal que llegan desde Dallas, Texas. "Canciones como Bodies son particularmente interesantes. Los soldados la escuchan para motivarse y también para irritar y debilitar a los prisioneros, que preferirían escuchar 'N Sync o Michael Jackson", explica Pieslak.
Pieslak explica la música y la música cuenta la guerra. En el cuarto capítulo del libro Music as a Psychological Tactic, Pieslak examina la batalla de sonidos entre las tropas norteamericanas, con Welcome to the Jungle de los Guns N' Roses o Hell's Bells de AC/DC -, y la música iraquí con el himno Allahu Akbar (Dios es grande) ya popular desde 1956 durante la Guerra del Canal de Suez. La guerra también es entre música estadounidense y árabe. "Platón pensaba que las diferentes escalas musicales tenían efectos diversos en el hombre. Todavía tendemos a pensar que la música es una delicia para los sentidos, que eleva el espíritu. Es una bellísima idea, pero ésas son sólo algunas de sus propiedades", sentencia Pieslak.
Una vez que vuelven a casa y retoman los hábitos civiles, los soldados cambian sus playlist. Las canciones vuelven atrás en el tiempo, tienen el poder de revivir momentos bellos, menos bellos y también aquellos más siniestros. Es la otra cara de la luna.
Lo más interesante del libro de Pieslak no es saber qué escuchan los soldados, sino las palabras que ellos utilizan para describir el poder de la música. Alguno incluso señaló que las canciones llegan a "transformarnos en monstruos, en seres inhumanos". El argumento es interesante desde el punto de vista psicológico, ético y también neurológico. En su estudio el autor intentó responder qué fenómeno les sucede a un grupo de personas obligadas a una situación estresante con cierto tipo de música y con algunas canciones en particular. Los soldados ponen en su iPod nano en sus chaloecos militares y ya están listos", escribe Pieslak. Cada uno tiene su playlist personal, cada uno intenta traspasar sus propios límites, los uniformidad es sólo un tema de vestuario que no se aplica a los gustos musicales. La difrencia, al fin de cuentas, se escucha en los auriculares. "No conocía ni siquiera la existencia de la música country antes de unirme al ejército", señaló en la investigación el sargento Colby Buzzell, en Irak, desde 2003. Buzzell se encontró más de una vez limpiando su fusil mientras escuchaba The Cure o The Smith y los Slayers antes de salir a cada misión. El jazz, en cambio, le servía al sargento Ronald Botelho para dormir. "El problema aparece cuando nos equivocamos de música. En el auto sólo hay radio y es lo que escuchamos. Una vez tuvimos que soportar por tres horas las canciones navideñas de Alvin Superstar mientras que estábamos en Samarra poniendo nuestra vida en peligro", testimonia Botelho. La guerra prefiere el rap, nacido entre disparos y calles urbanas, adora el heavy metal y venera el death metal. La música motiva y hoy también dispara.
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