miércoles, 3 de marzo de 2010

Haití I: el pueblo y la cultura no se destruyen

Actualidad |
Resistiré

Paula Picarel
Fotos y foto de tapa de este número: Boris Kester
Videos: Martín Broussalis y Jopseph Senatus Ti Wouj



Si se revisa cómo fue levantada la noticia sobre el terremoto en Haití por la mayoría de los medios nacionales, parecería que los haitianos están condenados a una vida miserable, a merced de la ayuda internacional. Detrás de esta pantalla, hay otra historia: un pueblo protagonista y una cultura nada pobre.

Haití fue la primera república independiente latinoamericana. No se lo debemos a Bolívar sino a los negros que en 1804 vencieron al ejército británico y a las tropas napoleónicas: Bonaparte había enviado más de 20.000 soldados para evitar que Haití dejara de ser colonia. Sin embargo, de Haití sólo se habla de su cifra de mortalidad y pobreza, la ayuda que los grandes famosos saben dar, el esfuerzo de los cascos azules por salvar a las víctimas, los rescates milagrosos de los superhéroes socorristas, cómo Argentina supo instalar un hospital entre las ruinas, la trata de niños, etc. Esos fueron los temas destacados, cuando Haiti volvió a ser noticia. Más que interpretar la realidad haitiana (tarea para los especialistas), este artículo se propone dar visibilidad a cuestiones relevantes que, habitualmente, no son tenidas en cuenta en los “grandes medios”.

Si bien una catástrofe es caótica en sí, no es, necesariamente, caótico el pueblo que la sufre… No obstante, si se observan las imágenes que acompañaron a las notas televisivas (no aquellas sobre el derrumbe mismo sino las que ilustran la “post-tragedia”), en general los medios eligieron fotografías que retratan un cierto “salvajismo” humano, al mejor estilo sarmientista. Parecería que ser haitiano es sinónimo de caos: cuenta Galeano en una contratapa del diario Página/12, allá por el 2004, que en Brasil llamaban “haitianismo” al desorden y la violencia. Afortunadamente, exceptuando al cónsul de Haití en Brasil, George Antoine, para quien los africanos son seres malditos, todavía no han aparecido especiales que relacionen el vudú haitiano con la tragedia del pasado 12 de enero… aunque históricamente se ha asociado al vudú con todo tipo de valoración negativa.

Primeros en abolir la esclavitud

En 1791 comenzó la independencia haitiana. Arrancaron enfrentamientos y una serie de batallas enmarcadas en un trabajo de lucha y resistencia social que consiguió, 13 años más tarde, el fin de Haití como colonia francesa y la abolición de la esclavitud en ese territorio (el primero de Latinoamérica en acabar con el sistema de esclavos).

Los negros cimarrones (así llamaban a aquellos que huían a las montañas para forjar la resistencia contra el régimen esclavista) se organizaban comunitariamente en palenques o quilombos, como ya es sabido. Cientos de años les llevó conseguir la libertad de su pueblo: 3 siglos. En ese tiempo infinito, guardaron sabiduría y supieron transmitirla de generación en generación, hasta el día de hoy. No cabe dudas, el pueblo haitiano supo y sabe esperar, resistir y luchar.

Las potencias internacionales no reconocieron la merecida independencia del pueblo haitiano, por el temor de que los aires de libertad se propagaran como una “enfermedad negra” (así le decían). Francia, España y Estados Unidos, que atravesaba su tercera presidencia de la mano de Thomas Jefferson, (sí, el mismo que en hizo del 4 de julio un día histórico para los norteamericanos…) bloquearon el comercio con Haití. Además, le exigieron el pago de 150 millones de francos (hoy equivalentes a más de 20 millones de dólares) como indemnización por los esclavos liberados. El embargo económico destruyó a Haití tanto como una calamidad natural, dado que desde 1826 en adelante sufrió el acecho de la deuda y la presión internacional por el pago de los préstamos. Pero pagaron, y luego de más de 1 lustro las potencias reconocieron a Haití como república independiente: Estados Unidos lo hizo durante la presidencia de Lincoln…

Arte urbano

Una de las expresiones artísticas representativas de Haití, fundamentalmente luego de la segunda guerra mundial, es la pintura naif. Su principal expositor fue Philomé Obin (1892-1983), afrohaitiano, referente y maestro de maestros. En sus cuadros se puede observar el paisaje de la isla en relación con la cotidianidad del pueblo, y también con su religiosidad. Las imágenes irradian tranquilidad, color, armonía.

Al arte naif haitiano no le gusta estar encerrado: invade las calles, las puertas de las casas, las paredes…. Por eso, si bien el Musée d’Art Nader exponía 15.000 óleos de los cuales se rescataron sólo 400 (el terremoto lo destruyó prácticamente en su totalidad), no caben dudas de que el arte volverá a nacer, en cada nueva pared que los haitianos construyan (para ver galería virtual de arte naif haitiano: http://www.artelatino.com/pintoreshaitianos).

En la isla, la intervención artística urbana es notable, con murales que le quedan chicos. Con anterioridad al terremoto, en las calles de Puerto Príncipe el arte paseaba en colectivo (sus “tap tap”, transporte urbano, son verdaderas obras de arte). Además, se veía en la genialidad de un cartel de ofertas de un bar o hasta de un corralón, en la presentación de una banda musical, en una publicidad de un producto, en las coloridas paredes, siendo una constante el uso de colores vivos y la variedad de formas y tipografías (ver más imágenes en www.traveladventures.org/continents/southamerica).



Vudú


El vudú es fundacional en Haití. Es más que religión; es integración social y cultural, es conciencia negra, es lucha por la igualdad, es respeto por los antepasados, es sabiduría, baile, ritmos, medicina, código. Es una religión afroamericana que nace a partir de la integración de religiones africanas, creencias indígenas, espiritismo y catolicismo. Es una variante religiosa, igual que el candomblé en Brasil, la santería y el palo en Cuba, la umbanda y el batuque en Brasil, Uruguay y Argentina, u otras prácticas afrorreligiosas en estos y otros países. Lo que distingue al vudú de otras religiones afroamericanas es su influencia ewe y fon, a diferencia del candomblé o la santería, donde la impronta yoruba es dominante.

El vudú se organiza con sacerdotes y sacerdotisas (“houngan” y “mambo”, al igual que en Brasil se llaman “pai” y “mãe” de santo, o en cuba “padrino” y “madrina” respectivamente), hijos de santo o mediums que reciben el nombre de “hounsis” y una serie de cargos religiosos que delimitan funciones, derechos y obligaciones.

Al igual que el resto de las variantes, el culto involucra ofrendas, cantos, ritmos, danzas, comidas, altares... distintas partes de un mismo gesto, todo un despliegue que es a la vez religioso, cultural y artístico. Las deidades presentes en todas las religiones afroamericanas, llamadas en nuestro país “orixás” (con acento en la a), “orishás” como en Uruguay, u “orisá” (denominación en lengua yoruba), están presentes en el vudú y se denominan “loas” (en Brasil “orixas”, o en Cuba “orichás”). Los loas se clasifican en dos grupos, los de la nación “Rada” y los de la nación “Petro”, cuyas danzas y ritmos son diferentes. Estos últimos son los que se tocaron en el bosque de Bois Caïman, la noche anterior a la revolución, el 14 de agosto de 1791, antes de la primera embestida contra la esclavitud, por la libertad y la independencia del pueblo.

El vudú como práctica popular transvasa lo religioso y embebe expresiones artísticas de todo tipo, desde un mural callejero hasta un cuadro de pintura naif. Y a pesar de la estigmatización y de la carga maligna que han hecho del vudú sobre todo el uso mediático y la industria del cine –sobre la base de la imagen creada por libros sensacionalistas producidos durante la ocupación norteamericana-, la religión sigue practicándose. Hay un dicho popular que versa: en Haití el 95% de la población es católica y el 100% es vuduista...

“Yanvalou” es el primer toque que se escucha en una ceremonia vuduista. Es un toque de la nación Rada y su intención es afirmativa y persistente, como lo es el pueblo haitiano aunque lo quieran mostrar partido, aunque lo desarmen con cada nueva maniobra política, aunque el clima (o el no estar preparados para enfrentarlo) les juegue una mala pasada.

Las intervención internacional reprimió cualquier intento del pueblo haitiano por desarrollar su propio gobierno (recordemos, si el siglo XIX fue el bloqueo y la deuda, el XX se suman las ocupaciones militares y sucesivas dictaduras), mucho menos la estructura necesaria para montar sobre la isla una adecuada arquitectura, acorde al clima del lugar. No obstante, ya lo dijo Tousaint L´Overture, uno de los precursores de la revolución haitiana, cuando fue capturado por Napoleón en 1802: “con mi derrocamiento, usted sólo ha reducido a Haití al tronco del árbol de la libertad. Pronto, éste volverá a retoñar por las raíces, porque estas son numerosas y profundas”.

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