miércoles, 24 de marzo de 2010

El Bicentenario no es un comodín

Opera como una palabra mágica que da garantías del futuro que promete quien la usa: el éxito de un festival, la apertura de un centro cultural y hasta el pago de la deuda externa. Pero pocos saben que el Bicentenario conmemora "el momento de la revolución".
Por: Hilda Sabato

Con el 2010 llegó, nomás, el tan anunciado Bicentenario. Decenas de iniciativas públicas y privadas se anuncian como parte del tributo a la histórica fecha. Pero entre tanta pasión evocativa, poco y nada se dice respecto a qué evocamos. Más cerca del 25 de mayo seguramente nos abrumarán las menciones al pasado, pero por ahora el "Bicentenario" es más un comodín que un término con alguna referencia histórica concreta. En el discurso oficial parece operar como una palabra mágica que da garantías de futuro, o más bien, de aquel futuro que promete quien la pronuncia: el éxito de algún festival, la puesta en marcha de un centro cultural y hasta el pago de la deuda, como nos aseguraba el Fondo del Bicentenario. Diría, en cambio, que el pasado figura apenas como pretexto o como estereotipo.

Con este panorama, ¿qué papel cumplimos quienes nos dedicamos a estudiar ese pasado, es decir, los historiadores? El Bicentenario también ha movilizado a la profesión, pero ¿qué tenemos para decir más allá de los círculos de especialistas? ¿Cómo podemos contribuir a poner en circulación las ideas e interpretaciones más actuales que refieren a la fecha que se conmemora? Esas preocupaciones nos llevaron a formar el grupo "Los historiadores y el Bicentenario" (http://www.historiadoresyelbicentenario.org/ ), una red que reúne a investigadores de todo el país con el fin de intervenir en el debate público poniendo en foco temas del pasado que son, al mismo tiempo, relevantes para el presente.

En nuestro país, los estudios históricos experimentaron un gran impulso a partir de la caída de la dictadura, pues desde entonces se normalizaron las universidades y se promovió la investigación en un clima de libertad indispensable para el desarrollo científico. Los resultados de ese esfuerzo son heterogéneos, pero el conjunto ofrece visiones renovadas, bastante diferentes de las vigentes hace treinta años. No se trata de una interpretación única del pasado que reemplace a las anteriores, sino de un campo abierto que propone preguntas y recorre caminos nuevos siempre en discusión.
Desde ese punto de mira, el primer interrogante que nos plantea el Bicentenario refiere a la fecha misma: ¿Qué conmemoramos? Según nos enseñaron en la escuela, el nacimiento de la patria. En mayo de 1810 habría surgido una nación –la Argentina– que sólo esperaba romper las cadenas que la ataban al yugo español para realizarse. Esta versión tradicional ha sido puesta en cuestión por la investigación histórica que no encuentra tal nación en potencia y que, en cambio, ve a este rincón del mundo como parte integral del imperio español, en crisis desde 1808. La caída de la monarquía reinante provocada por la invasión de Napoleón a la península sacudió la estructura imperial que entró en rápida disolución. Se desataron entonces transformaciones profundas en América; entre ellas, la ruptura de los lazos formales entre la metrópoli y los "reinos" (o colonias) americanos y la puesta en marcha de sucesivos intentos de construcción de nuevas unidades políticas a partir de la organización y reorganización de los territorios que soltaban sus amarras. Estos intentos tuvieron suerte muy diversa. En el Río de la Plata, hubo variadas experiencias: la unidad de virreinato colapsó junto con el poder español, se armaron proyectos propios en varias regiones (Paraguay, Banda Oriental, el Alto Perú, entre otras), y el resto ensayó formas diferentes de supervivencia conjunta, la mayor parte del tiempo como una laxa asociación de estados provinciales, que sólo en 1853 sellaron la unidad bajo formato federal. Como vemos, el mapa político cambió varias veces hasta que se consolidaron los estados-nación modernos que hoy conocemos, entre ellos la Argentina.

Vuelve, entonces, la pregunta sobre el Bicentenario. Si 1810 no fue el año del nacimiento de la Argentina ¿Qué conmemoramos entonces? La respuesta nos lleva a otro plano de los cambios que sacudieron a la América española por esos años: la revolución. En 1810 se inició en Buenos Aires, como en otras ciudades americanas, un cambio político radical. Frente a la caída de la monarquía, los "reinos" americanos reclamaron la recuperación del poder que –sostenían sus dirigentes– les pertenecía originariamente. La "soberanía" debía revertir así a las unidades territoriales o "pueblos", a quienes correspondía darse su propio gobierno mientras durara la ausencia del rey. Esa figura, sin embargo, pronto se superpuso con otra más nueva: la soberanía del pueblo en singular, que anunciaba una nueva era, la de las repúblicas, en las cuales el poder legítimo debía fundarse sobre la voluntad popular y sobre la igualdad y la libertad de sus integrantes. En un momento en que la propia Europa redoblaba su adhesión a la monarquía y aun al absolutismo, la adopción de formas republicanas de gobierno fue una apuesta original que entrañó, además, una ruptura decisiva con respecto al pasado colonial. Esta fue la gran revolución americana de comienzos del XIX, que pronto desafió a sus propios impulsores, inaugurando un siglo de intenso conflicto político.

La puesta en práctica de gobiernos de tipo republicano fue, así, anterior a la consolidación de los estados. Esa opción inicial no marcó, sin embargo, un único camino de construcción nacional, sino que abrió a diversas alternativas ensayadas, con éxitos y fracasos, en las décadas siguientes. Por eso, es difícil seguir sosteniendo que en 1810 surgió la nación argentina. Esta fue el resultado de un largo proceso, nada lineal por cierto, muy conflictivo y que no estaba inscripto en ese momento que hoy conmemoramos, el momento de la revolución.

Como vemos, el Bicentenario nos plantea interrogantes centrales sobre nuestra experiencia colectiva. Revolución, república y nación no son apenas términos que vienen del pasado –preocupación de historiadores–, sino conceptos densos que otorgan sentido al conjunto de la historia argentina. Como lo son, también, algunos principios y valores acuñados entonces y que siguen estando en juego, como la soberanía popular, la igualdad y la libertad. Aprovechemos, pues, estas fechas simbólicas para promover debates amplios sobre estos y otros temas de una experiencia bicentenaria que seguirá marcando nuestra vida futura.

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