El bailarín y coreógrafo argentino, artista multidisciplinario, Pablo Rotemberg reflexiona, en este texto de su autoría, acerca del proceso creativo, del viaje poético que implicó su exitoso trabajo unipersonal El lobo. Esta obra, que se presentó en espacios dentro de la Argentina y en el exterior, que fue invitada a diversos festivales, constituye uno de los hitos de la creación en danza contemporánea argentina de los últimos años, por su calidad y por la capacidad de convocatoria a espectadores numerosos y diversos, en cada una de las reposiciones, en cada uno de los teatros donde se presentó entre 2004 y 2007.
Ahora El lobo regresará como parte de la programación del IV Festival de Internacional de Buenos Aires, que se realizará entre el 4 y el 23 de septiembre de 2007. Mientras llega la ocasión, he aquí una invitación para sumergirse en los vericuetos del proceso creativo que realizó Pablo Rotemberg para su obra El lobo, cuyo testimonio ofreció para la Revista DCO y aquí transcribimos:
“Pensar en la obra cuando la obra está terminada.
El primer pensamiento arraigó en una urgencia: la necesidad de exhibir una parte de la historia y de las fantasías de mi cuerpo.
»Una imagen: una casa en el sur de la Argentina.
Afuera: el bosque y las fieras imaginarias.
Adentro: mi piano y yo.
Al poco tiempo: necesidad de un marco todavía más estrecho. La casa de dos ambientes se redujo a uno solo: el baño. Entonces, el piano pasó a ocupar el lugar de la bañera. Por último, las tres paredes desaparecieron. Una plataforma de 9 metros cuadrados y, encima, los objetos. Un espacio hecho de señales.
Reducir el espacio al máximo para que se concentren sus virtudes. El atractivo del rincón, territorio mínimo. Todo junto y cercano, para acentuar la relación con los objetos, como si se tratase de una familia italiana.
»En El lobo, presento a mis compañeros de viaje: lavabo, inodoro y bidé. Éramos cinco, y afuera había lobos. Después los lobos desaparecieron, después ya no me era posible salir a correr alrededor de la plataforma. El lobo está dentro de uno mismo. No hay nada afuera. La soledad, que parece pasearse por afuera, en realidad, está sentada adentro.
»Los límites de la plataforma son como el marco de un cuadro.
Un solo de danza es un retrato. En mi caso, se trata de un autorretrato
Digo yo, pero, en realidad, no soy yo. Ése que baila es un personaje que se construyó a sí mismo durante los ensayos.
»El texto de Gaston Bachelard, La poética del espacio, fue una fuente de inspiración, un texto al que siempre recurría, porque su texto habla de los rincones, de los sótanos, los nidos, de los espacios pequeños, y de los seres que habitan esos espacios.
Y también tuve cerca de una antología de textos sobre el fenómeno de la licantropía reunida por el poeta argentino Jorge Fondebrider: ese fue otro texto amigo y revelador.
»Cuando leo lo que escribo, parece que se tratara de una historia clara, pero la obra está hecha de fragmentos ambiguos, y mi cuerpo, a veces, también. El espectador, si tiene ganas, se encarga de las uniones; suyas son la voluntad y la decisión de la interpretación.
»Mi intención no es mostrar sólo recursos y habilidades, quiero que el espectador perciba lo que ve como una necesidad que debe actualizarse en cada representación.
Una amiga me dijo una de las mejores observaciones que he recibido: “Vos bailás sin hacer ostentación de estar danzando, por eso, permitís la identificación del público, tal como si cualquiera de nosotros se estuviera moviendo”.
»Que todo sea funcional en relación a la verdad intrínseca de la obra. Esto me hace pensar en la elección de la música. Para El lobo, solamente deseaba bailar música que me condujera a un movimiento inevitable, una música con la que me uniese una relación de amor sincero. Música fundida dentro de la historia de uno mismo, la propia historia. La belleza de toda la música, la belleza del contraste entre Mahler y Chris Durán, entre Tchaikovsky y Nina Hagen.
»El piano es mi mejor amigo.
La música une los fragmentos. Las diferentes piezas que atraviesan la obra, más o menos transformadas, se actualizan en dos niveles: uno diegético (piezas interpretadas en el piano, reproducidas por un pasacassette que aparece en escena, y cantadas); y el otro, extradiegético (piezas que suenan afuera, que es un afuera que está adentro, como la imaginación sonora del protagonista).
»Bailar el fraseo, las inflexiones de la música. Nada más simple, nada más difícil.
En los primeros ensayos, aparecieron las canciones y piezas musicales que inspiraron o dieron soporte a las primeras imágenes. Quedaron casi todas.
La palabra está ausente, con excepción solamente de una canción que recito a media voz y que habla de la soledad. Todo es cuerpo que dice con sus maneras. El cuerpo se mueve y es directo y misterioso, sutil y obsceno, violento y divertido. Me gusta caminar por el espacio que hay entre lo patético y lo tonto.
»El día del primer ensayo escribí en mi cuaderno: Hay lobos afuera. Hay canciones favoritas.
Acabo de volver a leerlo”.
Foto: Diego Vignolo
Ahora El lobo regresará como parte de la programación del IV Festival de Internacional de Buenos Aires, que se realizará entre el 4 y el 23 de septiembre de 2007. Mientras llega la ocasión, he aquí una invitación para sumergirse en los vericuetos del proceso creativo que realizó Pablo Rotemberg para su obra El lobo, cuyo testimonio ofreció para la Revista DCO y aquí transcribimos:
“Pensar en la obra cuando la obra está terminada.
El primer pensamiento arraigó en una urgencia: la necesidad de exhibir una parte de la historia y de las fantasías de mi cuerpo.
»Una imagen: una casa en el sur de la Argentina.
Afuera: el bosque y las fieras imaginarias.
Adentro: mi piano y yo.
Al poco tiempo: necesidad de un marco todavía más estrecho. La casa de dos ambientes se redujo a uno solo: el baño. Entonces, el piano pasó a ocupar el lugar de la bañera. Por último, las tres paredes desaparecieron. Una plataforma de 9 metros cuadrados y, encima, los objetos. Un espacio hecho de señales.
Reducir el espacio al máximo para que se concentren sus virtudes. El atractivo del rincón, territorio mínimo. Todo junto y cercano, para acentuar la relación con los objetos, como si se tratase de una familia italiana.
»En El lobo, presento a mis compañeros de viaje: lavabo, inodoro y bidé. Éramos cinco, y afuera había lobos. Después los lobos desaparecieron, después ya no me era posible salir a correr alrededor de la plataforma. El lobo está dentro de uno mismo. No hay nada afuera. La soledad, que parece pasearse por afuera, en realidad, está sentada adentro.
»Los límites de la plataforma son como el marco de un cuadro.
Un solo de danza es un retrato. En mi caso, se trata de un autorretrato
Digo yo, pero, en realidad, no soy yo. Ése que baila es un personaje que se construyó a sí mismo durante los ensayos.
»El texto de Gaston Bachelard, La poética del espacio, fue una fuente de inspiración, un texto al que siempre recurría, porque su texto habla de los rincones, de los sótanos, los nidos, de los espacios pequeños, y de los seres que habitan esos espacios.
Y también tuve cerca de una antología de textos sobre el fenómeno de la licantropía reunida por el poeta argentino Jorge Fondebrider: ese fue otro texto amigo y revelador.
»Cuando leo lo que escribo, parece que se tratara de una historia clara, pero la obra está hecha de fragmentos ambiguos, y mi cuerpo, a veces, también. El espectador, si tiene ganas, se encarga de las uniones; suyas son la voluntad y la decisión de la interpretación.
»Mi intención no es mostrar sólo recursos y habilidades, quiero que el espectador perciba lo que ve como una necesidad que debe actualizarse en cada representación.
Una amiga me dijo una de las mejores observaciones que he recibido: “Vos bailás sin hacer ostentación de estar danzando, por eso, permitís la identificación del público, tal como si cualquiera de nosotros se estuviera moviendo”.
»Que todo sea funcional en relación a la verdad intrínseca de la obra. Esto me hace pensar en la elección de la música. Para El lobo, solamente deseaba bailar música que me condujera a un movimiento inevitable, una música con la que me uniese una relación de amor sincero. Música fundida dentro de la historia de uno mismo, la propia historia. La belleza de toda la música, la belleza del contraste entre Mahler y Chris Durán, entre Tchaikovsky y Nina Hagen.
»El piano es mi mejor amigo.
La música une los fragmentos. Las diferentes piezas que atraviesan la obra, más o menos transformadas, se actualizan en dos niveles: uno diegético (piezas interpretadas en el piano, reproducidas por un pasacassette que aparece en escena, y cantadas); y el otro, extradiegético (piezas que suenan afuera, que es un afuera que está adentro, como la imaginación sonora del protagonista).
»Bailar el fraseo, las inflexiones de la música. Nada más simple, nada más difícil.
En los primeros ensayos, aparecieron las canciones y piezas musicales que inspiraron o dieron soporte a las primeras imágenes. Quedaron casi todas.
La palabra está ausente, con excepción solamente de una canción que recito a media voz y que habla de la soledad. Todo es cuerpo que dice con sus maneras. El cuerpo se mueve y es directo y misterioso, sutil y obsceno, violento y divertido. Me gusta caminar por el espacio que hay entre lo patético y lo tonto.
»El día del primer ensayo escribí en mi cuaderno: Hay lobos afuera. Hay canciones favoritas.
Acabo de volver a leerlo”.
Foto: Diego Vignolo
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