Me  gustaría ahora, sencillamente, retomar algunos elementos de la teoría de  las máquinas de Deleuze y Guattari mostrando cómo puede contribuir a  una definición del capitalismo contemporáneo. Sus convergencias y  diferencias respecto a la teoría posoperaísta se harán de por  sí evidentes. Interpretando el punto de vista de Deleuze y Guattari se  podría afirmar que el capitalismo no es un “modo de producción”; ya no  es un sistema, sino un conjunto de dispositivos de servidumbre maquínica [asservissement machinique] y a la vez un conjunto de dispositivos de sujeción social [assujettissement sociale].  Los dispositivos son máquinas, no obstante, como Gerald remarca  siguiendo a Deleuze y Guattari, las máquinas ya no dependen de la techne. La máquina tecnológica es sólo un caso de maquinismo. Hay máquinas técnicas, estéticas, económicas, sociales, etcétera.
Uno  puede vivir sometido a “servidumbre” o puede estar “sujeto” a una  máquina (técnica, social, comunicativa, etcétera). Estamos bajo la  servidumbre a una máquina en tanto constituimos una pieza, uno de los  elementos que le permiten funcionar. Estamos sujetos a la máquina en  tanto que somos sus usuarios, en tanto que somos sujetos de acción de  los que ella se sirve. La sujeción actúa sobre la dimensión molar del  individuo (su dimensión social, sus roles, sus funciones, sus  representaciones, sus afectos), mientras que la servidumbre maquínica  actúa sobre la dimensión molecular, preindividual, infrasocial (los  afectos, las sensaciones, los deseos, las relaciones aún no  individualizadas, no asignables a un sujeto). Intentaré ejemplificar las  características de los dispositivos de servidumbre y de sujeción  mediante su funcionamiento a través de la “máquina” televisión.  
LA CONSTITUCIÓN DEL SUJETO EN LA COMUNICACIÓN Y EN EL LENGUAJE
“¿Quién osaría pretender aún hoy que su cólera sea verdaderamente suya,
cuando tantos se atreven a decirle cómo se siente, sabiéndolo mejor que él mismo?”
Robert Musil, El hombre sin atributos. 
El sistema capitalista, mediante la sujeción  social, produce y distribuye roles y funciones, nos equipa con una  subjetividad y nos asigna una individuación específica (identidad, sexo,  profesión, nacionalidad, etcétera). La sujeción, por una parte, nos  individúa, nos constituye en sujeto siguiendo las exigencias del poder  y, por otra parte, une a cada individuo a una identidad “propia y  sabida”, bien determinada de una vez por todas.
¿Cuál es la forma en que la televisión produce sujeción? ¿Qué papel juegan el lenguaje y la comunicación en este proceso?
La  función-sujeto en la comunicación y en el lenguaje no tiene nada de  natural; debe ser, por el contrario, constituida e impuesta. Según  Deleuze y Guattari el sujeto no es ni condición de lenguaje ni causa de  enunciado. En realidad, dice Deleuze, lo que produce los enunciados en  cada uno de nosotros no es nosotros, en tanto que sujeto, sino algo  totalmente diferente: son “las multiplicidades, las masas y los grupos,  los pueblos y las tribus, los agenciamientos colectivos que nos  atraviesan, interiores a nosotros, y que ya no conocemos”. Son ellos los  que nos hacen hablar y es a partir de ellos que producimos enunciados.  No hay sujeto, sólo hay agenciamientos colectivos de enunciación  productores de enunciados. “El enunciado es siempre colectivo, incluso  cuando parece haber sido emitido por una singularidad solitaria como la  del artista”[1].
La máquina televisual extrae de estos  agenciamientos colectivos, de la multiplicidad que nos atraviesa y nos  constituye, un sujeto que se piensa y se vive como causa y origen  absoluto e individual de sus expresiones, palabras, afectos. La  televisión funciona a partir de un pequeño número de enunciados ya  codificados que son los enunciados de la realidad dominante y a partir  también de una serie de modalidades de expresión prefabricadas, buscando  que estos enunciados y expresiones lo sean también de los sujetos  individuales. ¿De qué manera lo hace?
La televisión hace que los  enunciados conformes a la realidad dominante del capitalismo pasen por  enunciados de los individuos, mediante la puesta en funcionamiento de  una máquina de interpretación de sus palabras y de su expresión y una  máquina de subjetivación [subjectivation] que funciona a partir de la  constitución de un doble del sujeto. La televisión te incita a hablar en  tanto que sujeto de enunciación como si fueses la causa y el origen de  los enunciados y, al mismo tiempo, eres hablado, como sujeto de  enunciación, por la misma máquina de comunicación. Si eres entrevistado  en la televisión (poco importa si es en un programa de literatura, en un  talk show o si expones tu vida en un reality show), eres instituido  como sujeto de enunciación (“Eres tú, querido espectador, o tú, querido  invitado, quien hace la televisión”) y sometido a una máquina de  interpretación con diversos engranajes. Por encima de todo pasas por el  dominio de una máquina no discursiva que interpreta, selecciona y  normaliza incluso antes de que comiences a hablar.
Siguiendo la  evolución de las ciencias del lenguaje, de la lingüística a la  pragmática, la televisión se ocupa de todos los componentes de la  enunciación, lingüísticos y no lingüísticos. La televisión no solamente  funciona a partir de un pequeño número de enunciados preelaborados sino  también a partir de la selección de un cierto léxico, de una cierta  entonación, de una cierta velocidad de la cadencia de la palabra, de un  cierto comportamiento, de un cierto ritmo, de una cierta gestualidad, de  una cierta forma de vestir, de una cierta distribución de las  tonalidades de color, de un cierto marco en el que hablas, de un cierto  encuadre de la imagen, etcétera. Desde que abres la boca pasas por la  interpretación discursiva del periodista, quien, ayudado por el experto y  el profesional, calcula el lapso que aún media, eventualmente, entre tu  enunciación, tu subjetivación, tus significados y los enunciados, la  subjetivación y los significados dominantes. Al final de la entrevista  eres un sujeto de enunciado, un efecto de las semióticas de la máquina  de comunicación, que se considera sujeto de enunciación, que se ve como  la causa y el origen absoluto e individual de los enunciados cuando en  realidad es el resultado de un maquinaria de la que no es más que un  terminal. Tu palabra es rebatida en el plano de los enunciados y las  modalidades de expresión que se te imponen y que se ocupan de ti, y tu  realidad mental es rebatida en el plano de la realidad dominante. Eres  vertido en los enunciados y las expresiones de la máquina de  comunicación sin que caigas en la cuenta.
En la televisión te  arriesgas siempre a caer en la trampa de los significados y las  subjetivaciones dominantes, hagas lo que hagas y digas lo que digas.  Hablas, pero te arriesgas a no decir nada que de veras te importe. Todos  los dispositivos de enunciación de nuestras sociedades democráticas son  variaciones más o menos sofisticadas de este desdoblamiento del sujeto  mediante el cual el sujeto de enunciación se debe reflejar en un sujeto  de enunciado: sondeos, marketing, elecciones, representación política y  sindical, etcétera. En tanto que elector, se te solicita expresar tu  opinión como sujeto de enunciación pero, al mismo tiempo, ya has sido  hablado como sujeto de un enunciado, dado que tu libertad de expresión  se limita a elegir entre posibles ya codificados. La elección, como los  sondeos, como el marketing, como la representación sindical y política,  presupone el consenso y el acuerdo previos sobre las cuestiones y sobre  los problemas respecto a los cuales se te ha pedido opinar. Cuanto más  te explicas, cuanto más hablas, tanto más entras en interactividad con  la máquina de comunicación, tanto más renuncias a lo que quieres decir,  puesto que los dispositivos comunicacionales te escinden de tus propios  agenciamientos colectivos de enunciación para entroncarte con otros  agenciamientos colectivos (la televisión en este caso).
La  sujeción no es una cuestión de ideología. No concierne especialmente a  los signos, a los lenguajes, a la comunicación; la economía es también  una potente máquina de subjetivación. El propio capitalismo se puede  definir no sólo como un modo de producción, sino también como una  máquina de subjetivación. Para Deleuze y Guattari, el capital actúa como  un formidable “punto de subjetivación que constituye a todos los  hombres en sujeto, pero unos, los capitalistas, son sujetos de  enunciación, mientras que otros, los proletarios, son sujetos de  enunciado sujetos a máquinas técnicas”[2].
La transformación del  salariado en “capital humano”, en empresario de sí mismo, tal y como lo  conforman las técnicas de dominio contemporáneas, es la realización  simultánea de procesos de subjetivación y de procesos de explotación, ya  que, aquí, es el propio individuo quien se desdobla. Por una parte, el  individuo lleva la subjetivación al paroxismo, dado que implica en todas  sus actividades los recursos “inmateriales” y “cognitivos” de “sí  mismo”, y por otra parte lleva a identificar subjetivación y  explotación, dado que es a la vez patrón de sí mismo y esclavo de sí  mismo, capitalista y proletario, sujeto de enunciación y sujeto de  enunciado. 
LA SERVIDUMBRE MAQUÍNICA
“Someter en un sentido cercano al de la cibernética, en otras palabras,
teledirigir, poner en retroacción y abrirse a nuevos posibles”
Félix Guattari
La máquina-televisión actúa entonces como un  dispositivo de sujeción maquínica que se alimenta del funcionamiento de  base de los comportamientos perceptivos, sensitivos, afectivos,  cognitivos y lingüísticos, operando de este modo sobre los resortes  mismos de la vida y de la actividad humana.
La servidumbre  maquínica consiste en la movilización y en la modulación de los  componentes preindividuales, precognitivos y preverbales de la  subjetividad, haciendo funcionar los afectos, las percepciones, las  sensaciones aún no individuadas, aún no asignables a un sujeto, etc.,  como elementos de una máquina. Mientras que la sujeción implica a  personas globales, representaciones subjetivas molares fácilmente  manipulables, “la servidumbre maquínica agencia elementos  infrapersonales, infrasociales, en razón de una economía molecular del  deseo más difícil de mantener en el seno de las relaciones sociales  estratificadas” que movilizan a los sujetos individuales. La servidumbre  maquínica, por tanto, no es lo mismo que la sujeción social. Si esta  última se dirige a la dimensión molar, individuada, de la subjetividad,  la primera activa su dimensión molecular, preindividual, preverbal,  presocial.
En la servidumbre maquínica ya no somos usuarios de  la televisión, “sujetos” que se relacionan con ella como un objeto  externo. En la servidumbre maquínica somos agenciados a la televisión y  funcionamos como componentes de dispositivos, como elementos de  input/output, como simples relés de la televisión, que hacen pasar y/o  impiden el paso de la información, de la comunicación, de los signos. En  la servidumbre maquínica hacemos literalmente cuerpo con la máquina. El  funcionamiento de la servidumbre maquínica no conoce distinción entre  “humano” y no humano, entre sujeto y objeto, sensible e inteligible. La  sujeción social considera a los individuos y a las máquinas como  totalidades cerradas sobre sí mismas (el sujeto y el objeto) y traza  entre ellas fronteras infranqueables. La servidumbre maquínica, por  contra, considera a los individuos y a las máquinas como multiplicidades  abiertas. El individuo y la máquina son conjuntos de elementos, de  afectos, de órganos, de flujos, de funciones que se sitúan en el mismo  plano y que no se pueden oponer según dualismos como sujeto/objeto,  humano/no humano, sensible/inteligible. Las funciones, órganos y fuerzas  del hombre se agencian con ciertas funciones, órganos y fuerzas de la  máquina técnica; juntos constituyen un agenciamiento.
Hay, según  Guattari, un aspecto “vivo”, una capacidad enunciativa, un reservorio  de posibles que existen en el seno de la máquina y que podemos descubrir  sólo si nos instalamos en esta dimensión maquínica. La máquina no es  solamente la totalidad de sus piezas, los elementos que la componen. “Es  portadora de un factor de autoorganización, de feed-back y de  autoreferencialidad incluso en su estado maquínico”. Tiene un poder: el  poder de abrir procesos de creación. De este modo, por extraño que pueda  parecer a la tradición del pensamiento occidental, la “subjetividad” se  encuentra a la vez del lado del sujeto y del lado del objeto.
La  fuerza principal del capitalismo tiende a estos dos dispositivos los  cuales funcionan como dos caras de la misma moneda, pero es la  servidumbre maquínica la que confiere al capitalismo una suerte de  omnipotencia, ya que atraviesa los roles, las funciones y los  significados mediante los cuales los individuos se reconocen y se  alienan. Es mediante la servidumbre maquínica que el capital llega a  poner a trabajar las funciones perceptivas, los afectos, los  comportamientos inconscientes, la dinámica preverbal y preindividual y  sus componentes intensivos, atemporales, aespaciales, asignificantes. Es  mediante estos mecanismos que el capital asume el control de la carga  de deseo que porta la humanidad.
Esta parte de la realidad de la  “producción” capitalista permanece en gran parte invisible. Ni siquiera  la noción de “transindividualidad” alcanza a aprehenderla, porque  habría que hablar sobre todo de “transmaquínica”, de relaciones que  operan simultáneamente a este lado y más allá de la dimensión social e  individual. Es en este sentido que Deleuze y Guattari hablan de tiempo  maquínico, de una plusvalía maquínica, de una producción maquínica. Sea  como fuere, es sobre esta base que se da la acumulación, la producción  de valor y la explotación. Esta parte “invisible” de la producción  capitalista, siendo la más importante, paradójicamente no es tomada  jamás en cuenta por la contabilidad del valor, es la parte que escapa a  toda medida.
La parte de servidumbre maquínica que según  Guattari conlleva el trabajo humano (o la comunicación) “no es nunca  cuantificable en cuanto tal”, porque no es contable. “A cambio, la  sujeción subjetiva, la alienación social inherente a un puesto de  trabajo o a cualquier función social, es siempre perfectamente  contable”. Se puede medir un tiempo de presencia, un tiempo de  alienación social de un sujeto, pero no lo que aporta, al menos no lo  que aporta al nivel maquínico. Se puede cuantificar el trabajo aparente  de un físico, su tiempo de alienación social, el tiempo que pasa en su  laboratorio, no el valor maquínico de las fórmulas que elabora. La  paradoja de Marx consiste en haber descrito una producción maquínica y  haber querido medirla mediante la sujeción, mediante la temporalidad  humana (el tiempo de trabajo del obrero).
Las maquinarias de servidumbre y de subjetivación trabajan sobre las relaciones. Su acción, según la definición de poder en Foucault, es una acción sobre una acción posible, una acción sobre individuos “libres”, es decir, sobre individuos que pueden siempre, virtualmente, actuar diferente. Ello no implica solamente eventuales fracasos en la sujeción, resultados imprevisibles, la activación de desviaciones, de trucos, de resistencias de los individuos, sino también la posibilidad de procesos de subjetivación independientes, autónomos. Encontramos aquí el tercer concepto de máquina: la “máquina abstracta”, cuyo funcionamiento ejemplificaremos de nuevo mediante la televisión.
En el momento en que miro la televisión me encuentro en el cruce de diferentes dispositivos: (1) de dispositivos que podemos definir como de servidumbre maquínica y que aquí pueden estar representados por “la fascinación perceptiva provocada por el barrido luminoso del aparato”[3], que puede agenciarse con intensidades, temporalidades, afectos del cuerpo, del cerebro, de la memoria, que me atraviesan y que constituyen mi dimensión preindividual, molecular; (2) de una relación de captura mediante el contenido narrativo que moviliza mis representaciones, mis sentimientos, mis hábitos en tanto que sujeto (mi dimensión molar); (3) de un mundo de fantasmas conscientes e inconscientes que habitan mis fantasías...
A pesar de la variedad de componentes de sujeción y servidumbre, a pesar de la diversidad de temas de expresión y de sustancias de enunciación lingüísticas y maquínicas, discursivas y no discursivas que me atraviesan, conservo un sentimiento relativo de unicidad y de clausura, de completitud. Este sentimiento de unicidad y de completitud viene dado por lo que Deleuze y Guattari llaman ritornelo. De este conjunto de dispositivos se escinde un “tema”, un ritornelo que funciona como un “imán”. “Las diferentes componentes conservan su heterogeneidad, pero son capturadas sin embargo por un ritornelo”[4] que las mantiene juntas.
El ritornelo nos remite a las técnicas de producción de subjetividad, de “relación consigo” de Michel Foucault. De las relaciones de poder y de saber se escinden procesos de subjetivación que escapan a ellas.
El ritornelo es la condición para que funcione la “máquina abstracta”, la cual, a pesar de su nombre, es la máquina más singular, la que llega a funcionar transversalmente y a todos los niveles, dotándolos de una consistencia no solamente cognitiva o estética, sino sobre todo existencial. La máquina abstracta agencia elementos materiales y semióticos, pero lo hace a partir de un punto no discursivo, de un punto innombrable e inenarrable, porque toca el foco de no discursividad que yace en el corazón de la discursividad. Opera una mutación subjetiva, haciendo franquear umbrales existenciales.
Guattari describe de esta manera la “máquina abstracta” Debussy: “Se trata de una enunciación, un corte, una suerte de foco no discursivo. No sólo está la dimensión musical, sino también las dimensiones adyacentes, plásticas, literarias, sociales (el salón, el nacionalismo), etcétera. Se trata por tanto de un universo heterogéneo con componentes múltiples. De estas constelaciones de universos, de mundos, se escinde un ‘enunciador’ que las mantiene juntas de una nueva manera”.
Hay en el ritornelo, en la relación consigo, en la producción de subjetividad, la posibilidad de ejecutar el acontecimiento; existe la posibilidad de sustraerse a la producción serializada y estandarizada de la subjetividad. Pero esta posibilidad ha de ser construida. Los posibles han de ser creados. Es éste el sentido del “paradigma estético” de Guattari: construir los dispositivos políticos, económicos y estéticos en los que tal mutación existencial pueda ser experimentada. Una política de la experimentación y no de la representación.
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