Bailarina y danzaterapeuta argentina.
Licenciada en Letras por
Periodista especializada en artes escénicas.
analiamelgar@gmail.com
Los concursos de baile tienen larga historia. Su capítulo más reciente comienza en la década de 1950 y es el ballroom. Este género que convoca, desde entonces y cada vez más, a aficionados y profesionales de todo el mundo, se nuclea en torno a gigantescas competencias.
Se trata de bailes de pareja en inmensas pistas. Deben seguir parámetros de un breve grupo de ritmos: international styles (vals, foxtrot, quickstep, tango) y latin styles (chachachá, samba, rumba, paso doble, jive). Las posibilidades de innovación son estrechas, en el límite entre el rendimiento deportivo y la creatividad artística. Sobre la base musical y algunos elementos de estas danzas originalmente folklóricas, se persigue velocidad, complejidad y un acabado perfecto, con resultados que a menudo alienan el espíritu original. Hay una red de concursos. Algunos de los que tienen mayor reputación son los convocados por el World Dance Council (WDC) con sede en Bremen (Alemania) y por el International DanceSport Federation (IDSF) con sede en Lausanne (Suiza).
En particular, los concursos de baile por televisión son un prisma con muchas caras. Lejos de poder ser tachados como propuestas irrelevantes y vulgares, implican diversas miradas y consideraciones.
En México, Televisa realizó la primera competencia en 2005. La ganadora fue la pareja integrada por el luchador Latin Lover y por una mujer sencilla que se inscribió con la motivación de conseguir fondos para comprar una pierna ortopédica para su hermano. Es Mariana Vallejo, una mexicana que ha visto cambiar su vida radicalmente: “El programa Bailando por un sueño me ayudó a superar el accidente de mi hermano: me transformó a nivel personal y profesional. Es un concurso que produce cansancio físico y anímico, pero vale la pena muchísimo”.
Por su parte, los famosos involucrados encontraron, en Bailando por un sueño y otros programas similares, una puerta para proyectar su imagen. La bailarina argentina Laura Fidalgo explica: “Estos campeonatos tienen un gran valor social, porque incentivan a la gente a bailar y a cuidar su cuerpo. En lo personal, el éxito de Bailando por un sueño me permitió abrir dos escuelas de danza en Buenos Aires”. Por su lado, Latin Lover capitalizó su fama: puso un gimnasio en Monterrey, se convirtió en conductor de televisión y en actor de teatro, y sus honorarios se elevaron a cifras que, en sus palabras, “se pueden preguntar pero yo no voy a responder: equivalen a mis ingresos por todas mis actividades juntas, las que abandono durante el tiempo que dura cada competencia”.
Un grupo aparte es el de los jueces de estos concursos. Estos personajes, que son periodistas, bailarines, productores, coreógrafos o maestros, tienen una confusa labor: una elaboración crítica que pocas veces sucede, una mera calificación numérica y abundantes dimes y diretes.
Emma Pulido, mexicana consagrada a la danza folklórica y jazz y formadora de bailarines, no renuncia a los beneficios de su participación como jueza, pero lanza sus objeciones: “Se trata de vender un producto al público. Las coreografías muestran destrezas como si el evento fuera una comedia musical o un circo. Eso es un error: estos concursos son más sencillos. Y los conflictos que aparecen en el programa son para hacer un reality show, porque todo el mundo quiere llamar la atención. A mí, eso me da flojera, me choca estar en los chismes. Yo preferiría no estar en la televisión. Es un show business”.
Rossana Lignarolo, coreógrafa colombiana que se desempeña como jueza, destaca virtudes y defectos de estos concursos: “Incentivan el conocimiento de la danza, ayudan con dinero a personas humildes y dan oportunidad a gente común que nunca había imaginado estar en televisión. Pero fomentan el morbo cuando utilizan cualquier desliz de los participantes para angustiarlos. Como hay una cámara las 24 hs, se abusa de la parte humana”.
Jorge Lafauci, periodista y juez argentino, considera: “Estos concursos tienen el mérito de acercar a la gente a la danza. Pero la lógica del show limita las posibilidades de inventiva. Para lograr más rating, se prefieren ritmos en los que las bailarinas puedan salir ligeras de ropa. Yo aplico mis criterios: creatividad de la coreografía, relación entre la pareja, grado de dificultad de los pasos y manejo de la técnica”.
La comunidad profesional de la danza, del ballet y de la danza contemporánea, mira el fenómeno con una mezcla de indiferencia, sorna y envidia. Raúl Fernández, primer bailarín de
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