Escrito por Maia Pedroncini |
Nietzsche es uno de los primeros pensadores en la historia de la filosofía que plantea la deconstrucción del esquema de la metafísica, es decir, pone en duda el supuesto que esta ciencia encierra; el de un fundamento o arché que permanece siempre igual a sí mismo y que se encuentra al abrigo de la contingencia, la diferencia y el tiempo. El gran parámetro a partir del cual anclamos nuestra existencia. Nadie duda de ese fundamento porque el mismo es necesario para encontrar sentido a nuestras vidas. Si se quiere, este principio funciona como punto de referencia y, al mismo tiempo, como límite u horizonte. Pero Nietzsche advierte en la metafísica un odio al devenir. Suponer un fundamento que permanece idéntico a sí mismo es contribuir a la momificación de los conceptos. Se trata de un supuesto que se opone al devenir y que es necesario destruir. ¿Cómo destruye Nietzsche este fundamento? Replanteándose aquello que, como dijimos, era absolutamente necesario e incuestionable: la existencia de un principio que fundamente la existencia de la humanidad. Al hacerlo, Nietzsche “borró el horizonte con una esponja bañada en sangre” (1). La imagen que propone esta metáfora es angustiante: nos hemos quedado sin horizonte, sin el parámetro con arreglo al cual situábamos nuestra existencia. El fundamento sin fundamento nos habla de un abismo y por eso Nietzsche trata el tema de lo abismático y de la angustia que supone la aceptación de este abismo. Pero no terminamos de aceptar que se haya borrado nuestro horizonte, tenemos miedo a aceptarlo. “¿No parece que tenemos un saber al que tememos? ¿Con el cual no queremos estar solos? ¿Un saber cuya presión nos hace temblar, cuyo rostro nos hace palidecer?” (2). Este saber es el de la inexistencia del fundamento. “Dios ha muerto” (3) dice Nietzsche, y allí, Dios no es solamente el dios cristiano, sino todo aquello que a lo largo de la historia ocupó el lugar de Dios. En la Antigua Grecia fue la naturaleza, para la Modernidad fue el sujeto racional de Descartes. Es decir, Dios es el fundamento, y el saber de su muerte implica la mayor de las angustias. ¿Qué hacer, cómo seguir viviendo sabiendo que todo aquello que sostenía nuestras vidas ya no existe? (4) Aquí entra en juego el papel de la danza. A partir de la lectura de Así habló Zaratustra de Friedrich Nietzsche, libro en el cual el tema de la danza aparece en múltiples oportunidades, invitamos a pensar este arte como instancia superadora de la angustia por la pérdida del fundamento. Luis Enrique de Santiago Guervós, profesor de filosofía de la universidad de Málaga expresa que sólo 'un arte bailarín', con su levedad y ligereza, puede elevar al hombre hacia lo más alto (5). Nietzsche cree que la danza, arte del que lo espera todo, es necesaria, fundamentalmente, para “poder disfrutar de la 'libertad sobre las cosas', puesto que el arte que se propone como alternativa es un 'arte ligero’, ascendente, que se ha liberado de las determinaciones asfixiantes del espíritu de la pesadez, que impide al hombre ser libre.” Hay hombres, dice Nietzsche según Guervós, entre los cuales cuenta a Wagner, a los alemanes y los moralistas, que “no danzan, porque han sido picados por la tarántula, han quedado paralizados al inocularles el veneno de la igualdad, de la venganza.” Estos están cargando con el peso del deber, con el peso de los grandes valores. Con todo aquello que para Nietzsche es necesario romper para poder dar paso al devenir. Están poseídos por el “espíritu de la pesadez” que les arrastra hasta lo profundo y les impide elevarse y trascender por encima de sí mismos, porque están sometidos al imperativo del “tu debes” y al abismo vertiginoso del nihilismo (6). Dice Nietzsche en “los siete sellos”, “Mi Alfa y mi Omega es que todo lo que es pesado y grave llegue a ser ligero; todo lo que es cuerpo, bailarín; todo lo que es espíritu, pájaro” (7). Guervós explica que lo grave y lo pesado ha de ser superado por la ligereza de la danza; mediante la danza, es la vida la que penetra en el cuerpo, provocando un estado de exaltación en el que el sujeto ya no es más artista, sino “una obra de arte”; por eso la mejor manera de comprender y experimentar la vida es danzando, escuchando los modos de decir del cuerpo. La danza es la mayor expresión de afirmación de la vida. El problema de tomar a Nietzsche al pie de la letra Decir que frente a la retirada de un fundamento y la consecuente angustia de saberse atado a la nada, los hombres debemos afirmarnos en la vida y danzar para comprenderla mejor, ¿no sería tomar lo dicho por Zaratustra al pie de la letra? Hay que tener cuidado con este tipo de interpretaciones ya que los escritos de Nietzsche se prestaron, a lo largo de la historia, a interpretaciones erróneas y de lo más descabelladas. Luc Ferry, filósofo francés, escribe que en la década de los años sesenta, se vio en el pensamiento de Nietzsche algo “parecido a una filosofía de utopías radicales”. Esto se consideró, señala, como una de las mayores “meteduras de pata de la historia de las interpretaciones”. “Es verdad que Nietzsche es un vanguardista”, sostiene Ferry, “pero en ningún caso es un teórico de las utopías, sino más bien todo lo contrario, es el que más ardiente y eficazmente las desprecia” (8). De lo dicho podemos suponer que, de ningún modo, el pensamiento de Nietzsche sobre la danza debe ser leído como una utopía en la que los hombres bailan por encima de todas las preocupaciones del mundo. ¿Cómo leer la danza en Nietzsche? Si no debemos traducir los escritos de Nietzsche en sentido literal, quiere decir que hay otro sentido que va más allá del significado de las palabras. Precisamente, en Perspectivas Nietzscheanas, Ferruccio Masini expresa que “el lenguaje no puede consistir exclusivamente en la palabra: en este sentido se podría decir que justamente la certeza de los límites y por lo tanto la insuficiencia de la palabra impulsa a Nietzsche a replasmar la lengua rompiendo sus cepos conceptuales, entretejiéndolos nervio a nervio, construyendo una armadura de imágenes cuyo halo semántico alcanza nuevos planos del discurso”. Esto resulta de gran importancia para nuestro desarrollo puesto que aquí Masini explica la elección de Nietzsche de utilizar un lenguaje metafórico. Sigue diciendo que lo más comprensible en la lengua, y esto lo dice Nietzsche en un pasaje del Nachlass, no es la palabra en sí misma, sino más bien “el sonido, la fuerza, la modulación, el tempo con el cual una serie de palabras es expresada, en suma, la música detrás de la palabra, las pasiones detrás de esta música, la persona detrás de estas pasiones: todo lo que, por lo tanto, no puede ser escrito”. Luego, Masini detalla algo crucial: que todo el estilo de Zaratustra está fundado sobre la base de que lo intraducible en el modo de la palabra llegue a ser más comprensible. Por ello es que este estilo constituye la articulación polisémica del discurso confiada a los elementos: sonido, fuerza, modulación, tempo. “El mudo lenguaje de la danza es el único lenguaje adecuado; y sus imágenes, que se disuelven en innumerables ondas de significados y armoniosamente se recomponen, son metáforas absolutas: el estilo en el cual se reflejan, como en la danza, todas las seducciones y los encantamientos de una vida divinamente ambigua, intenta resolverse en una revelación por similitud de las cosas supremas, de los más escondidos y decisivos pensamientos”. Para completar el análisis de Masini volvemos a citar a Guervós, que dice que “la danza representa, de un modo más excelente que otras artes, el libre juego de sus elementos, acompasado con esfuerzos de los que no es posible evadirse. Esa serie de movimientos y gestos, cada uno de los cuales no puede ser aislado, forman juntos una expresión continua mucho mayor que la suma de sus partes. En la danza los símbolos no solamente se representan, como sucede en el arte plástico, espacialmente, armónicamente, sino que lo espacial y lo temporal (ritmo) se integran.” Así es como se entiende que la danza se erija como al arte predilecto de Zaratustra para expresar lo que quiere decir. “Algún día la filosofía aprenderá a danzar” (9), dice Nietzsche en “de leer y escribir”. Podemos decir que el papel de la danza, si bien no plantea la solución al inmenso problema que deja planteado Nietzsche al desconfiar de un fundamento, tampoco es una mera metáfora vacía de contenido. La danza es una metáfora pero eso no le resta importancia, sino que, por el contrario, eleva a este arte como la nueva forma de escritura: escribir con el cuerpo sobre la tierra y el aire. Deconstruída la idea de un fundamento, de un horizonte que funcione como límite y como parámetro para situar nuestra existencia, la danza viene a sobreponerse a todo esto y viene a posicionarse como la nueva forma de expresión a la que Nietzsche apela con su lenguaje metafórico y su escritura metasemántica. Notas 1-Cullen, C, Resistir con Inteligencia. Reflexiones éticas sobre Educación, México, la Casa de la Cultura del Maestro Mexicano y Editorial Pueblo Nuevo, 2007 |
lunes, 23 de agosto de 2010
La Danza en Nietzsche, una cuestión filosófica
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