¿Qué valores se consideran cuando se evalúa a una "persona ejemplar"? Aquí, un recorrido sobre cómo se encarna la ejemplaridad, igualitaria y secularizada, en funcionarios, políticos y, en las monarquías parlamentarias, en el rey.
Por: Martin Böhmer*
La vana simetría del idioma, entrañables gestos compartidos, ciertos gustos estéticos y éticos hacen que los argentinos atendamos cuando llega un ensayista español. Ortega, Savater, Escohotado son parte de la lista de nombres que convoca la memoria. Javier Gomá se suma ahora a ella. La primera reacción es de reconocimiento, con esa tradición: cierto engolamiento en el tono y una búsqueda preciosista no sólo de la palabra justa sino de la palabra que sorprenda. Pero sin que el tono y la cita cómplice nos distraigan. El ensayo de Gomá tiene mucho que decir y mucho que decirnos.
Ejemplaridad pública comienza con el punto en el que nos probó la modernidad y que comprobó la posmodernidad: nos concebimos como seres autónomos y contingentes (Gomá lo llama "vulgaridad") y construimos nuestra identidad alejándonos de los demás, desplegando planes de vidas individuales, que prueban su efectividad libertaria en la excentricidad, en el apartamiento de la corriente, de lo corriente.
En el mismo sentido (aquí la paradoja moderna), la construcción de la autoridad social debe ser también tributaria de la autonomía individual. La solución a tal paradoja ha sido la construcción de sociedades democráticas que, a través de la pulsión hacia la igualdad de toda libertad que se precie, es decir de toda libertad que se universalice, postulan que esta forma de ser es un derecho de todos.
Todos tenemos derecho a la vulgaridad, a expresar libremente nuestra autonomía, y este derecho es el ancla del humanismo democrático (la tensión estética de palabras como "vulgaridad" es intencional y advierte sobre el carácter restaurador y al mismo tiempo refundador del programa de Gomá: vulgaridad y, ya a mucha honra, democrática) El binomio libertad e igualdad demanda la necesaria teorización del tercero en discordia, la fraternidad. Y es en tal discordia donde Gomá identifica "nuestro actual descontento".
El bienvenido desborde de vulgaridad creado por la modernidad escindió el proceso de creación personal de la creación comunitaria produciendo sociedades de aspirantes a excéntricos incapaces de construir juntos una sociedad que brinde oportunidades de vida plena. En sociedades que han realizado el ideal moderno de la autoridad democrática y desactivado los dispositivos represivos que provocaban el malestar de la cultura a comienzos del siglo XX gracias a la crítica de la posmodernidad surge un "cansancio de la vida" propio de una adolescencia insaciable.
Gomá se plantea dónde detener el despliegue de autonomía vulgar y responde que cada despliegue tiene como límite el despliegue de los demás. Sin embargo, es claro que el límite del principio del daño no produce comunidad, sino agrupaciones de individuos tolerantes y por eso Gomá agrega: la idea de dignidad, no ya del individuo autónomo, sino la que surge de tomar conciencia de que los otros son merecedores de un comportamiento digno hacia ellos.
Así entendida la dignidad nos ordena salir a la búsqueda de los otros, a autolimitar la propia autonomía pues mis actos impactan en los demás.
Como hicieron últimamente varios intelectuales, Gomá vuelve, a través de la necesidad de cultivar las formas civilizadas, no coactivas, de la persuasión al arte de la retórica y en particular a la argumentación por el ejemplo. Citando a Weber, Gomá desempolva el carisma como fuente de autoridad proponiéndolo como "paideia" ostensiva.
Su propuesta es una ejemplaridad pública, igualitaria, democrática, no aristocrática. Una ejemplaridad en la cual todos nos proponemos como ejemplo para todos y así nos hacemos responsables de nuestra ejemplaridad. La apuesta es aquí a tomar la praxis del ejemplo sin su ontología platónica, su virtualidad horizontal sin su aristocrático presupuesto de verticalidad.
Así, nos ofrecemos como instancias posibles de sentido, como formas estéticamente diversas que utilizan el mismo trasfondo democrático, igualitario, digno, para proponerlas a los otros como formas alternativas del amor y del trabajo humanos. El objeto de esta paideia es doble: sirve para formar costumbres y virtudes comunes. En cuanto a las costumbres, Gomá vuelve sobre la necesidad de la creación de un trasfondo común de destrezas, actitudes, creencias como condición de posibilidad de autonomía y convivencia, y en cuanto a las virtudes, la de aceptar que hay otros en el mundo además de nosotros y que esos otros nos interpelan y restringen nuestras opciones cuando aceptamos su dignidad junto con la nuestra.
Es evidente que este programa necesita de formas de celebración del trasfondo estéticamente atractivas. Para Gomá las formas del arte contemporáneo están aún fijadas en la aristocratizante celebración de lo excepcional, por lo que llama a la aparición de un arte fascinado con el rutinario desplegarse del ciudadano democrático digno.
¿En qué medida los argentinos nos podemos sentir interpelados por una propuesta de vida tan anclada en una sociedad que, se afirma, ha atravesado la modernidad y la posmodernidad y alcanzado el cansancio de la vulgaridad?
Es claro que hoy estamos instalados en los modos de la democracia, muy lejos de la barbarie de la dictadura. Sin embargo, la política sigue siendo excluyente, monologante y, muchas veces, impunemente corrupta, así como las formas de la sociedad civil siguen siendo prescindentes, insolidarias, discriminadoras e incumplidoras. Los argentinos no hemos elegido la ejemplaridad para intentar construir comunidad, pero hemos elegido (desde la convicción del Nunca más) forzarnos al diálogo. Me explico: hemos multiplicado los canales a través de los cuales se pueden escuchar voces que reclaman y estas voces, al no poseer la totalidad del poder, sólo pueden expresar sugerencias, esperanzas de ser escuchadas y de encontrar en los otros predisposición para el diálogo y eventualmente para el acuerdo. De este proceso esperamos que surjan los acuerdos para legitimar la autoridad de quienes deciden, autoridad que se refuerza al volver a conversar cada vez que sea necesario.
En esta tarea los ejemplos no están de más. Podrían mostrarnos las formas que deben adquirir los mensajes para ser escuchados mejor, los diálogos para entendernos más y los acuerdos para a la vez perdurar en el tiempo y seguir abiertos a la crítica. Va a ser interesante discutir con Gomá los ejemplos que intentan construir democracia y costumbres que allanen nuestro camino. Siempre es bueno recibir a un ensayista español en estas orillas.
*Universidad de San Andrés.
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