En su último libro, "Arbol de familia", la autora narra la historia de su familia, de origen gallego. "Mi padre me transmitió la nostalgia de su lugar. El resultado es que tengo dos patrias", dice.
Por: José Villa
Poeta, narradora y ensayista, María Rosa Lojo es una de las escritoras más importantes de la actualidad. Acaba de presentar el libro Arbol de familia, una novela integrada por historias con personajes propios de la genealogía de la autora que une a la tradición proveniente de Galicia con el otro brazo familiar afincado en Buenos Aires, lo que compone una especie de arco o, como dice la autora, un corredor que articula la narración. No se trata de un libro cuyo objetivo sea el de reunir datos históricos ni sirve como excusa ensayística: es un proyecto literario, y en eso radica su valor principal. Se trata de una rememoración narrativa de la familia de origen gallego, emocionalmente sostenida de la autora. La charla con Clarín transcurrió en su casa de Castelar.
En esta novela se aprecia rápidamente la calidez de la narración, como novela familiar y como épica.
Una vez un reconocido catedrático historiador gallego, Ramón Villares, llamó a la inmigración la gran empresa épica del siglo XIX y parte del XX. Fue una épica colectiva impresionante. Mis padres eran españoles los dos y el libro tiene mucho que ver con mi vida, con la familia que tuve y las historias que escuché. Ellos pertenecieron a la última parte de la inmigración española, que fue la de la posguerra civil, en la que se mezclaron motivos políticos y económicos. Fue el caso de mi papá, que era antifranquista, y el de mi madre, que venía de una familia más conservadora, acorralada por la crisis económica de la posguerra. Buenos Aires era percibida como una ciudad progresista y moderna.
¿Por qué consideró necesario narrar esta historia?
Fue una necesidad personal muy grande. En determinado momento de la vida uno se vuelve hermano de los padres. La literatura es mi forma de negociar con la realidad. Apelo a ella para entender este mundo, y para entenderla a ella misma y a los demás. Estas son las necesidades personales.
Ahora bien, por qué publicar el libro. Porque creo que la historia de una familia es de alguna manera la de todas las familias.
Y creo que el libro tiene que ver de muchas maneras con la forma en que se hizo la Argentina. Este es un país construido en gran parte de fugitivos, desheredados, desamparados, de gente que venía a refugiarse y a buscar un mundo posible porque se les había negado el mundo para vivir.
En esas familias hay personajes como el inocente, tal vez el más lírico, o Felicidad, que tiene una historia desdichada. Estos personajes en cierta manera aparecen redimidos en la literatura.
Creo que con la literatura lo que hacemos es buscarle un sentido a la existencia humana. Sobre todo, lo que nos desespera a los seres humanos es no haber vivido en vano. No queremos el olvido. Las familias son como la literatura, una lucha contra el olvido. En ese sentido, soy muy consciente de que a través de este libro estos personajes vuelven a vivir y son rescatados de la nada. Lo que logra la literatura es que la memoria se transmita y que haya una cadena de seres que los recuerden. Por eso podemos decir que se redimen de la insignificancia, por esa idea que está muy fuerte en la obra de que cada ser humano es un universo. Y es uno de los grandes motivos por los que escribí este libro. Algunos lectores me comentaron su identificación con la historia de su familia.
¿Cuándo pensó este libro?
El disparador fundamental fue cuando me invitaron a Galicia para presentar una de mis novelas, Finisterre, que se tradujo al gallego y se presentó en Santiago de Compostela. Fue una gran emoción, con la amargura de que mi padre ya había muerto hacía años. La novela no tenía ese destinatario a quien ofrecérsela. Ahí fue cuando escuché la historia de la hechizada contada por un tío.
Pensé que antes de que desaparecieran todas esas personas que mantenían la memoria había que escribir esta historia.
¿Quién narraba en su familia?
Mi padre. Los gallegos tienen una relación particular con el paisaje que Roberto Arlt definió como "soldadura racial entre el ser humano y su paisaje". Mi padre me transmitió toda la nostalgia de su lugar. El resultado es que tengo dos patrias. Es interesante cómo se construye la palabra patria. En latín es la tierra de los padres.
Pero un mestizo, el cronista Ruy Díaz de Guzmán, es el primero que la usa en el sentido que tiene hoy entre nosotros: el lugar donde hemos nacido. El habla de las dos cosas: de lo que debe a su linaje paterno y de lo que debe a su patria como suelo de nacimiento.
El escribió la primera crónica importante sobre el Río de la Plata: un historiador que ya es un mestizo, un mestizo cultural, y étnico también porque él descendía de Domingo de Irala y una de sus mujeres indias. Y aunque no haya ninguna mezcla étnica, todos somos mestizos culturales.
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