Como en tantas otras ramas de la actividad cultural dependiente del Estado, la situación en el campo de las orquestas públicas es precaria. Aquí, las causas, los déficits educativos y sus posibles soluciones.
El Teatro Colón no es una institución educativa en el sentido estricto de la palabra, sino más bien consagratoria del quehacer musical. Allá, se supone, se presentan muchos de los músicos más notables del país y del mundo, previamente formados en otros ámbitos. Por ello, a pocos meses de su festejada reapertura, en medio de la pompa del Bicentenario, es relevante preguntarnos por el derrotero que siguen quienes deciden ser músicos, y por el lugar y el valor que nuestra sociedad les asigna.
Como dato objetivo, sabemos que las instituciones que forman músicos localmente, sean ellas universidades o conservatorios, no cuentan ni por asomo con los edificios y los materiales de otras disciplinas. Esto se evidencia en la escasa cantidad de instituciones de formación superior en música académica disponibles para estudiar en muchas de las regiones de nuestro país. Tal es el caso en provincias como Jujuy o Salta, donde los estudiantes para poder desarrollar una carrera como músicos de orquestas deben migrar, por caso, hacia la provincia de Tucumán.
Otro dato relevante es la baja cantidad de inscriptos en las matrículas de los conservatorios. Un ejemplo de ello es el Conservatorio Superior de Música Manuel de Falla, de la Ciudad de Buenos Aires, que cuenta con una matrícula de aproximadamente 2 mil alumnos activos y un promedio de egreso que no llega al diez por ciento de esa cifra. Esto, sumado a que la mayoría de los estudiantes que emprenden estudios superiores, tanto en Buenos Aires como en el interior del país, necesitan trabajar para poder financiar sus estudios (aun cuando las instituciones sean públicas y gratuitas), contribuye a que los índices de egreso sean aún más magros en relación con las matrículas de alumnos activos existente y que la calidad de estudio sobre sus respectivos instrumentos no sea la ideal.
Por otro lado, la Argentina posee una particularidad que no se encuentra en los principales países de Europa. Gran parte de los músicos profesionales argentinos estudian, desde sus inicios y hasta su madurez profesional, con maestros particulares, mientras que en ciudades europeas como Friburgo, en Alemania, los músicos profesionales prácticamente no conciben su formación por fuera de las instituciones de educación superior.
Súmese a lo anterior que muchos de los grandes maestros de la Argentina no trabajan como docentes en las instituciones públicas. Esto se debe a que el Estado no ha sabido retribuir económicamente sus trabajos; también a que, una vez ingresados a la maquinaria estatal, el ejercicio de la música se torna endogámico y burocrático; finalmente, a que las instituciones de enseñanza no han sabido renovar sus planteles docentes, obligando así a que muchos de los grandes músicos argentinos desarrollen carreras como maestros por fuera de las instituciones públicas.
Considérese además que muchos de los músicos importantes que ejercen la docencia en instituciones públicas, si desean emprender alguna capacitación puertas afuera de los conservatorios, deben atravesar un sin fin de trámites administrativos. Muchas veces es difícil conseguir las autorizaciones necesarias para asistir a conciertos, clases magistrales y demás capacitaciones en otros países.
Sean cuales fueren los motivos musicales y académicos de esos viajes, el Estado y su estructura administrativa deberían entender que esas iniciativas no hacen más que jerarquizar sus instituciones; todo lo que se obtiene a través de esas iniciativas es nada más y nada menos que la ampliación de su propio capital simbólico, de su patrimonio acádemico y cutural.
Debe y ¿haber?
Cuando se piensa el desarrollo de la música clásica en la Argentina, nos es inevitable pensar la distancia existente entre nuestra realidad y la que vive el campo musical europeo. La asimetría no sólo radica en la distancia histórica que hay entre los países sudamericanos y la cuna misma de la música clásica, sino también en la falta de competición entre los músicos. Esto último directamente vinculado al bajo número de orquestas profesionales (rentadas) existentes en el país y el consecuente techo al desarrollo técnico instrumental que este fenómeno ocasiona.
Para poner una vara de referencia, podríamos decir que una orquesta europea de mediana importancia, a la hora de llamar a concurso para cubrir apenas un cargo de Violín Tutti, llega a tener 200 postulantes, mientras que en la Argentina, la Orquesta Sinfónica Nacional sólo contó con 25 aspirantes para cubrir tres cargos de violines en un llamado a concurso realizado en el año 2009, logrando cubrir apenas uno de los tres cargos convocados, ya que el jurado consideró que el resto de los postulantes no alcanzaban el perfil técnico y la calidad musical que la orquesta requería.
Esta situación se profundiza en la medida en que no exista una política cultural y educativa sostenida que promueva, de un modo determinante en todos los conservatorios y en las universidades nacionales, la creación de coros y orquestas, debidamente rentados, a los que se pueda acceder por concursos de antecedentes y oposición, permitiendo de ese modo a los músicos profesionales transitar por esos cuerpos como una primera etapa en el ejercicio de la música de orquesta y de la música coral, sin tener que promover tan repentinamente la migración de los músicos regionales a las grandes ciudades de nuestro país o del exterior.
En este sentido, y como primer paso, es saludable la iniciativa del Ministerio de Educación de la Nación que, con la creación del Programa Orquestas y Coros Infantiles y Juveniles para el Bicentenario, ha emprendido la tarea de convocar a jóvenes músicos de todo el país y a directores de la talla de Mariano Moruja y Alejo Pérez, entre otros, para realizar giras por las cinco regiones de nuestro país abordando obras del repertorio clásico, entre las que se cuentan Romeo y Julieta de Sergei Prokofiev o Carmen de Georges Bizet; también obras de compositores argentinos como El tarco en flor de Luis Gianneo hasta obras de nuestro cancionero popular, con una calidad musical a priori difícil de imaginar.
Asignaturas pendientes
Por lo dicho, se comprenderá que resulta necesario desarrollar simultáneamente, y desde el Estado, la capacidad de promover músicos profesionales de alto nivel académico en todas las regiones de nuestro país, respetando las particularidades culturales de cada región. A la vez, hay que se garantizar una realidad laboral plena que permita el ejercicio profesional de la música, la transmisión de saberes y la conciliación auténtica de sus manifestaciones musicales autóctonas con el culto de la música clásica europea, entendiendo a ambas expresiones como indisolubles dentro del patrimonio histórico de la humanidad.
Por último, nada de todo esto puede ser sostenido sin la consolidación de una democracia estable, sin que los proyectos políticos, culturales y educativos venideros comprendan la importancia de consolidar y respetar las identidades regionales de nuestras comunidades. Sólo resuelto esto es que podremos acabar con las rencillas entre repertorios nativos y foráneos, entre repertorios sojuzgados y colonizadores. Si de lo que se trata es de promover el desarrollo del campo musical argentino en general y de la música clásica en particular, esa discusión carece sentido.
Quizás sólo se trate de cumplir, al menos por buen tiempo, con los considerandos del decreto fundacional de la Orquesta Sinfónica Nacional.
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