Manuel Castells en la Argentina
El sociólogo catalán anticipó su libro "Comunicación y poder", que analiza una era de "redes de comunicación horizontales y autónomas, multidireccionales y en tiempo real".
Manuel Castells es uno de los cinco académicos más citados de las ciencias sociales", dice el antropólogo Alejandro Grimson para ilustrar la relevancia de la visita a la Argentina del sociólogo catalán. Es que aquellas 1.500 páginas de la trilogía La era de la información (1996) parecían decirlo todo, aun cuando lo que el autor había bautizado como "la sociedad red" era todavía incipiente. Pero su diagnóstico resultó acertado: en menos de 15 años, los usuarios de Internet pasaron de 40 millones en todo el planeta a 1.600 millones.
De visita en Buenos Aires, y en el marco de un encuentro con académicos del Instituto de Altos Estudios Sociales de la UNSAM, Castells hizo un balance de aquella obra fundamental: entre los aciertos se cuenta el efecto que el desarrollo exponencial de las tecnologías de comunicación tuvo, por ejemplo, sobre el sistema financiero global, que hoy se ha convertido en un "autómata imposible de regular que tiende a su autodestrucción". Castells juzga negativo de aquella trilogía, en cambio, "algunos restos excesivos de marxismo", al que responsabiliza por su falta de visión sobre las posibilidades de América Latina: "No pensaba que esta región pudiera reestructurarse tan profundamente como lo hizo; ahora que la economía de Europa se está desmoronando junto con el Estado de bienestar, Latinoamérica viene creciendo a tasas tres o cuatro veces más altas que las europeas".
Su nuevo libro, Comunicación y poder –500 páginas publicadas en España por Alianza en 2009 y aún no distribuido en Argentina–, se propone completar aquella trilogía, puntualizando el modo en que "el poder se despliega en el espacio de la comunicación". Al presentarlo frente a una audiencia en la que se combinaban académicos con empresarios como Gustavo Grobocopatel –más conocido como "el rey de la soja"–, afirmó que la principal batalla por el poder en los próximos años será la que se libre por intervenir en la esfera de la comunicación ("el poder de influenciar la mente, la forma en la que sentimos, luego pensamos y, finalmente, hacemos"); y que esa batalla se peleará tanto en las grandes redes multimedia de comunicación masiva como en las redes de lo que llamó "autocomunicación de masas"; esto es, "redes de comunicación horizontales y autónomas, multidireccionales y en tiempo real, que se apoyan fundamentalmente en Internet y en las redes de telecomunicación móvil". Estas últimas se han vuelto centrales, agregó, debido a que "la política del escándalo, que es la forma de acción política contemporánea", provocó en los ciudadanos una gran "fatiga social y debilitó la confianza en las instituciones".
Ahora bien, ¿cómo funcionan estas redes de "autocomunicación" y qué potencial pueden tener? Para Castells el potencial es enorme. La base es el sistema que conforman Internet y los celulares. "Los celulares son aún más importantes, porque es comunicación instantánea. No sólo distribuyen un mensaje sino que organizan una red de gente que se conoce entre sí. Es lo que los matemáticos llaman fenómeno de los pequeños mundos: de un pequeño grupo de personas se puede llegar a decenas de miles y millones". Un caso de este tipo que Castells investigó es el de la elección de marzo de 2004 en España, cuando se organizó una movilización a partir de mensajes de texto contra el gobierno del Partido Popular liderado por José María Aznar por haber mentido sobre los verdaderos autores del atentado en Atocha.
Facebook y después
Casos como éstos son testigos de la importancia de preservar los "espacios comunales de autonomía" que hace que no dependamos ya de los medios de comunicación de masas y que los grandes poderes quieren cercar, como se hizo durante la Revolución Industrial para que los campesinos tuvieran que proletarizarse en las fábricas. "En la era de la información se está intentando hacer lo mismo: cercar una propiedad común, Internet, para comercializarla y organizarla como base para la acumulación; cuando la red es un proceso históricamente abierto".
En este sentido, Castells es contundente: "Internet debe ser un derecho universal, por lo que las operadoras no pueden cortarlo por ninguna razón, aunque se trate de un servidor que se dedique a pornografía infantil, que es la excusa que suelen poner los gobiernos para controlar la Red".
También es optimista, y dice tener dos razones para ello. "Hay una sociedad global y local de internautas muy activa que crea contenidos diversos de manera constante, y produce así un espacio verdaderamente autónomo". Lo confirma en su tesis la experiencia de la red social Facebook, a la que caracteriza como "la plataforma de movilización y debate político más importante del mundo". La segunda razón es que empresas como Google o Yahoo no están interesadas en privatizar las redes, porque lo que ellos venden es libertad, ya que les interesa intensificar el tráfico, que atrae publicidad.
Quizá el punto en el que el trabajo teórico de Castells se aleja de nuestra tradición académica, más propensa a pensar la complejidad que plantea el cruce entre ideología, imaginario, representación y crisis (conceptos claves para pensar las rupturas que permiten el cambio social), quede de manifiesto en la utilización de la teoría de la inteligencia emocional –basada en el cognitivismo y la neurociencia– que le permite formular la primera hipótesis de su último libro: "El mensaje sólo es eficaz si el receptor está dispuesto a recibirlo y si se puede identificar al mensajero y éste es de fiar". O la que lanza en su conferencia: "La mayoría de las personas se relacionan con los medios de comunicación no para informarse, sino para reafirmar sus opiniones". Lo cual deja dudas sobre la forma en que se está leyendo –y "construyendo"– lo empírico en las ciencias sociales, y el lugar que ésta les da al acontecimiento y la irrupción de lo nuevo: aquellos fenómenos de difícil lectura como fueron el 19 y 20 de diciembre de 2001 y las jornadas en torno a los festejos del Bicentenario, dos casos donde se movilizaron multitudes en pos de objetivos bien disímiles.
En el mismo sentido, para Castells, hay una forma de ejercicio del poder que es común a todas las redes: la exclusión de la Red. Estar desconectado es estar excluido. Pero tal vez se podría pensar algunas formas de exclusión, sobre todo de autoexclusión, como maneras de resistencia al ritmo alienante de una sociedad cuyo efecto sobre los cuerpos no es claro todavía. Algunas formas históricas de transitar los márgenes de una época están representadas por los ludditas en Inglaterra –cuando atacaban los telares de la Revolución Industrial–, los situacionistas en distintos países de Europa o la figura del flaneur que, para Benjamin, representaba la negativa a convertirse en parte de la multitud metropolitana que advino con el siglo XIX.
De todas maneras, para Castells el conflicto mayor no se da entre quienes tienen todo y quienes no tienen nada –entre conectados y desconectados–, sino "entre los que tienen un poquito y los que tienen mucho", asegura, refiriéndose a la diferencia entre quienes disponen de una conexión pobre (que no permite bajar y subir contenidos audiovisuales, por ejemplo) y quienes poseen una conexión móvil de largo alcance y con gran ancho de banda como puede ser a través de los iPhone.
Y aunque este aparato sea una de las manifestaciones de la convergencia tecnológica (combinación de tecnologías informáticas y telecomunicacionales), Castells advierte sobre la forma en que se ha interpretado este fenómeno. "Tal como lo planteó Henry Jenkins en Convergence Culture, la convergencia es más mental y cultural que puramente tecnológica", porque gracias a la Red descentralizada "cada uno construye su hipertexto" seleccionando lecturas u organizando su propio periódico.
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