sábado, 27 de febrero de 2010

Fútbol pasión de multitudes

En homenaje a Agustín Cuzzani

Por César Hazaki - Publicado en 29 March 2009


“Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que era vivido directamente se aparta en una representación”.
Guy Debord1

Refranes populares:
Andar con la cruz a cuestas (Hacer rogativas para que Dios nos conceda alguna gracia o que nos saque de alguna aflicción o peligro)2.
La producción de imágenes fue una larga polémica dentro del mundo monoteísta. Si para musulmanes y judíos las mismas estaban interdictadas, no ocurrió lo mismo con el catolicismo que montó sobre ellas su apetito de dominar el orbe. La cruz, la representación más potente del mismo, es un instrumento de tortura. Así el mundo occidental y cristiano está fuertemente impregnado por las imágenes del sacrificio y el castigo. Tanto las Cruzadas como la Inquisición se apoyaron en esta representación para llevar adelante sus monstruosidades. El franquismo y la dictadura argentina descansaron en este catolicismo fundamentalista para sostener sus crueldades.

A Dios rogando y con el mazo dando3:
Aumenta, año a año, la forma pública de convocar a dios de los jugadores de fútbol al entrar al campo de juego. En especial en los países americanos que son semillero de jugadores (Argentina, Brasil, Uruguay, etc.) y que tienen una larga colonización católica. No existe equipo que salga a la cancha sin que la mayoría de sus integrantes no toque el césped con la mano derecha y luego se persigne mirando el cielo, lo que recuerda al ritual de entrada a una iglesia: hay que hincarse ante las imágenes de Cristo en la cruz y persignarse. Esto incluye, con pequeñas variantes personales, a árbitros y directores técnicos, en ellos se suele observar una plegaria y una forma particular de santiguarse. Podemos decir sin temor a equivocarnos que todos los protagonistas del fútbol han sido ganados por los rituales del catolicismo.
Para no parecer ingenuos remarcamos que siempre hubo cábalas, amuletos y rituales en los equipos de cualquier deporte, la mayoría de ellos no eran visibles para el público, es decir pertenecían a la intimidad personal o del grupo. Hoy que la televisión es dueña y señora del espectáculo del deporte, estas escenas venidas de la liturgia católica han salido a la luz. Es más podemos agregar que son una parte importante del show mediático.

Entre la cruz y el agua bendita (En peligro inminente)4:
Las modificaciones que se van produciendo en el fútbol van en distintas direcciones, por ejemplo: en los estadios hay menor cantidad de espectadores y normas más estrictas de seguridad que son las más manifiestas y notorias consecuencias de los violentos conflictos sociales que en la cancha se expresan. Así existe una requisa policial a la entrada, una división tajante entre una y otra hinchada, que incluye grandes espacios vacíos para alejar lo máximo posible el contacto entre los simpatizantes rivales.
Las medidas de control llegan a no permitir, en determinados campeonatos, la concurrencia de la parcialidad visitante. Al finalizar el partido cada grupo sale del estadio por separado y realiza recorridos diferentes para evitar peligrosos encuentros, si estos ocurren las trifulcas son de gravedad. También se toman precauciones ante las reiteradas emboscadas armadas a las caravanas que trasladan a los hinchas. Los clubes que son visitantes organizan la ida hacia el estadio en caravanas con seguridad propia y colaboración policial. La policía se encarga de la custodia a las barras bravas en la salida del estadio.
En suma el estadio se habita por sectores que son cerrados en sí mismos y cada espacio vacío entre grupos recuerda que el paisaje de la inseguridad-terror señorea en el espectáculo. Una lógica carcelaria separa a cada “pabellón”, dentro de ellos un conjunto homogéneo e identificado de personas. Las cámaras de vigilancia tratan de filmar a todos los espectadores.
Anotemos que las cámaras eluden sistemáticamente esos espacios vacíos para que los televidentes no saquen conclusiones sobre lo que ellos representan. Podemos decir que el estadio es un canto a la claustrofilia dado que hace de lo abierto y amplio, una serie de sectores cercados dentro de los cuales cada grupo reclama encerrarse para disimular una violencia que excede al deporte.

Rituales y jugadores:
“Esta sociedad que suprime la distancia geográfica acoge interiormente la distancia en tanto que separación espectacular”. Guy Debord5.
Es evidente que las exigencias del éxito deportivo son cada vez más grandes. La impaciencia y la intolerancia han ganado tanto a la prensa como a los espectadores, se exigen renuncias de directores técnicos ante el menor tropiezo. Todo esto no es más que una pequeña consecuencia de la condición planetaria del negocio-deporte: compras y ventas mundializadas a cargo de empresas transnacionales donde los clubes funcionan como lugares de circulación de dinero espurio y negro, algunos de ellos parecen paraísos fiscales o cuevas de transacciones que no deben salir a la luz, por ejemplo el Locarno que está siempre en medio de los negocios que se hacen con los jugadores de River. Esto hace que se falsifiquen documentos de identidad y que los jugadores circulen (como tan bien lo anticipó hace ya muchos años Agustín Cuzzani en la visionaria obra de teatro El centroforward murió al amanecer) de un lugar a otro como mercancía la mayor cantidad de veces posible en poco tiempo (para lo cual es más importante que tenga un pasaporte comunitario que riqueza técnica). En esa circulación cada grupo suele tener una parte del negocio, un jugador se divide en acciones de quienes lo manejan y lo hacen recorrer el mundo: diez por ciento del club de origen, veinticinco por ciento del club que lo lanzó a la fama, el cuarenta de un grupo de medios, etc.
Como parte del mismo negocio hay otros novedosos emprendimientos: las escuelas de fútbol transnacionales (el Barcelona de España, por ejemplo, tiene una con 250 jóvenes en Argentina) radicadas en los naturales semilleros de cracks para detectarlos cada vez más precozmente. Es en África y América donde florecen esas escuelas y son parte del negocio a nivel mundial. Este reclutamiento implica que los padres deban “invertir” dinero en la formación deportiva de sus hijos y firmar contratos donde deben ceder derechos filiales.

La imagen del espectáculo:
“El espectáculo no puede entenderse como el abuso de un mundo visual, como el producto de las técnicas de difusión masiva de imágenes. Es una visión del mundo que se ha objetivado”. Guy Debord6
En suma el deporte es hoy “un espectáculo televisado” y los medios se han apoderado del mismo. Del mismo surgen potenciar negocios mundiales que le han impuesto a los deportes y sus participantes condiciones estrictamente televisivas y que todavía no han terminado completarse (por ejemplo TyC Sport inventó un híbrido: la transmisión del partido sin que se vea el mismo, las cámaras recorren las hinchadas y un relato comenta los avatares del juego. Una mezcla del clásico relato radial con imágenes. Este hallazgo fue vendido a distintos países). Como se ve las transformaciones no cesan y en cada una la televisión busca que las mismas produzcan nuevos negocios.
En el caso particular del fútbol podemos rastrear una serie de conceptos de Pichon Rivière quien reivindicando su aspecto lúdico (“...es muy importante en la construcción de la teoría de los grupos”) da elementos para su análisis: “Pienso que legítimamente podríamos hablar de una antropología del fútbol, teniendo en cuenta su significación en un contexto social determinado, su historia. El fútbol es una estructura, un universo, con categorías propias de conocimiento, en el que se hacen presentes la política, la economía, la filosofía, la lógica, la psicología -particularmente en su dimensión social-, la ética y la estética. Y ello no obstaculiza las resonancias inconscientes ni las gratificaciones que como jugadores o espectadores el juego del fútbol nos depara.”7
A estos analizadores debemos enmarcarlos dentro de la lógica del espectáculo televisado y ver cómo éste impone condiciones. Ya no se trata del partido de fútbol, sino de la televisión estructurando al fútbol, podemos hacer un cotejo con el pasaje del cine mudo al sonoro lo que hizo que muchas carreras artísticas desaparecieran para siempre.
Si Pichon centralizaba el eje de la fascinación en la forma esférica de la pelota (“...su forma esférica la vincula con uno de los más antiguos símbolos que maneja la humanidad. Es la forma perfecta, la coincidencia del uno y del todo, es la imagen del infinito”)8, hoy esa fascinación debemos buscarla en la repetición insistente de la jugada dudosa, del gol, del golpe artero, de la posible simulación del delantero al arrojarse dentro del área. En última instancia el juego que se despliega en la cancha se hace búsqueda de la verdad en las pantallas. Es interesante que el placer o la pasión por el juego se hayan deslizado hacia una producción de verdad. Saber lo que pasó es preocupación de todos y quién dirime ese juicio sumario es la imagen televisada repetida desde diversos ángulos y velocidades. Así el guión de la imagen enajena el juego en su representación, siendo ésta más importante que el desarrollo en vivo y en directo de los avatares del mismo. A lo que se agrega que lo que era una reunión que se consumaba en un varias horas del domingo hoy se hace, en programas de comentarios y repeticiones, un continuo de imágenes que va de lunes a lunes.

Jugadores rigurosamente vigilados:
“El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas meditizada por imágenes”. Guy Debord9
El fútbol es un negocio transnacional del que se han apropiado un pequeño conjunto de clubes europeos (equipos donde se concentran las megaestrellas mundiales) devenidos en empresas capitalistas altamente desarrolladas a nivel global, que se articulan con los canales de televisión de eventos deportivos, las marcas de ropa deportiva y conglomerados de económicos de distintas procedencias (un ejemplo de esto son los multimillonarios rusos del petróleo y el gas propietarios de clubes ingleses. Si esa transnacionalización ha sido exitosa no es menos evidente que los participantes del espectáculo del fútbol cada vez más manifiestan sus terrores en rituales primitivos y obsesivos: el rogar públicamente para que dios los ayude en su tarea, los bailes rituales posteriores a la conquista de un gol, el insulto permanente al árbitro, el escupir cuando se dan cuenta que una cámara los sigue, la violencia con que golpean a sus rivales, el tener que hablar entre sí tapándose la boca como una manera de evitar que el espectador se entere de sus palabras -una paradoja dado que la mayoría de sus voces se exige, por la dinámica propia de la televisión, que sean lanzadas a los cuatro vientos, lo que demuestra la ambivalente relación entre el control y exhibicionismo, de los jugadores ante el obstinado seguimiento que hacen las cámaras- son nada más que las expresiones exigidas por la televisión para que el público se sienta atraído y no cambie de canal.
Así entre los exorcismos católicos públicos y notorios para alejar al demonio -no hay posibilidad de pedir ayuda a dios si no se cree firmemente en la presencia del maligno- con palabras que no se pueden pronunciar (por ejemplo: informar que se tiene un desgarro muscular), con insistentes versiones persecutorias sobre el sentirse perjudicado al final del partido perdido (el cronista buscará las declaraciones del jugador que salga más alterado de la cancha para documentar esto. La edición jamás dejará estas declaraciones fuera del compacto) los jugadores quedan cada vez más convertidos en ídolos con pies de barro, poderosos y temerosos. Violentos y amenazados se tornan “buenos católicos” dispuestos a todo, es decir en temibles cruzados.
También serán necesarios directores técnicos que hagan la representación estentórea del hombre nervioso que se desgañita dando indicaciones al costado del campo, como parte de la misma representación marcas de cal (a la manera de un pequeño escenario) acorralan su lugar de acción. Las cámaras requieren que hagan públicos sus talismanes y cábalas (hay quien sale con un crucifijo en la mano, otros que espolvorean su rostro con talco, también el rezo y la inefable señal de la cruz católica, etc.). Es decir que la acción teatralizada del nervioso director técnico también se halla cercada (una muestra más de la necesidad de cerrar los muros para beneficio de la imagen) y requiere del protagonista una representación exagerada en gestos y palabras.

Televisión y después:
“El espectáculo, comprendido en su totalidad, es a la vez el resultado y el proyecto del modo de producción existente. No es un suplemento al mundo real, su decoración añadida. Es el corazón del irrealismo de la sociedad real”. Guy Debord10
La expansión de las imágenes deportivas pone el espectáculo del fútbol, como de todos los deportes en general, ante la atenta mirada de millones de espectadores. Esa democratización del espectáculo tiene sus condiciones y una lógica que se debe seguir paso a paso. Sus actores deben aprender el papel que les corresponde y en los mismos se ven más vulnerables y por ello necesitados de exhibir estos rituales en público que son producto del miedo y la inseguridad que los envuelve.
“Salve César, los que van a morir te saludan”, así los gladiadores romanos saludaban al emperador antes de enfrentarse a muerte que sólo servía para mantener el poder. La risa y el grotesco medieval escapaban al poder de la iglesia con sus fiestas populares. El ocio griego estaba reservado a las clases altas. Podemos preguntarnos qué les ocurre a los futbolistas, que tienen en sus habilidades la capacidad de diversión masiva en la globalización mediática. Pues a juzgar por las expresiones que hemos puntualizado más arriba (rituales, enojos, fricciones y violencias del juego) no parecen disfrutar de su papel de privilegiadas estrellas del show futbolístico televisado. El negocio del espectáculo cada vez más industrial en el sentido de producción seriada ha puesto a los protagonistas cada vez más lejos de lo lúdico y más abrazados a una serie de terror. Como cruzados del catolicismo su actitud de inclinarse ante dios los muestra a merced de su propia violencia y amenazados por la actitud agresiva de sus rivales. Si Von Clausewitz decía que la guerra tiene algo lúdico, podemos dar vuelta la idea y decir que el fútbol cada vez más tiene relación con la guerra.

César Hazaki
Psicoanalista

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