Por Alfredo Moffatt - Publicado en 29 March 2009
Las puertas del tiempo
El pasado es un adentro, algo conocido, y el futuro es un afuera, algo que no está en mi memoria, que es mi "adentro". El presente es una puerta (que, a veces, puede estar cerrada) a través de la cual, pasamos del pasado al futuro. O sea que nosotros vamos desde adentro, mi ayer, hacia afuera y mañana: vamos de adeyer a afuñana.
Pero desde otra perspectiva, puedo pensar que el presente es donde yo transformo el futuro en pasado. Podemos decir también, que vivir es fabricar pasado, fabricar memoria, y poner todo eso adentro.
También vivir es salir hacia afuera, empujados hacia el futuro, y sorprendernos. De todas maneras, para poder aliviarnos de ese sentimiento de continua zozobra y estar arrojados a un futuro desconocido, y perdiendo el pasado conocido, es que la cultura inventa las ceremonias, los ciclos y las repeticiones, que nos crean la fantasía de que el tiempo es reversible.
Así que no sabemos si lo único que existe es el tiempo, y nosotros quedamos afuera de esos presentes "reales" que se evanescen, o si lo único que existe es el presente, y lo demás es una ilusión.
La reversibilidad del espacio permite la fantasía de volver al pasado, lo cual aparece como una forma de reversibilidad del tiempo. Supongamos un mundo extraño donde no se pueda regresar a los espacios que uno ocupa. Por ejemplo, uno entra a otra habitación y, después de un tiempo, no puede regresar a la que estaba antes, de modo que no sólo cambia en forma irreversible el tiempo, sino también el espacio. Sería, entonces, casi imposible, conservar la identidad, es decir, reencontrarse con uno mismo.
Para los indios quechuas, que viven en el Altiplano, el tiempo eterno es aquel gran tiempo en que todo el pasado no está detrás sino alrededor, y el futuro también. Y el tiempo infinito está en ese espacio infinito que son las enormes llanuras que dan lugar a estas cosmogonías.
También hay otras puertas para el gran tiempo: el enamoramiento (especialmente en el orgasmo), un triunfo largamente esperado, la vivencia provocada en un laboratorio psicodramático o por la ingesta de drogas psicoactivas... Todas ellas pueden llevar a un sentimiento del instante total, donde un segundo es el infinito.
El tiempo es como un territorio laberíntico, azaroso, y que no tiene retorno. El marco de realidad da mapas y brújulas para que el yo lo atraviese, y, además, construye representaciones reales de retornos (en los cortes o presentes). Son los ciclos que permiten falsificar la reversión. (Este 1° de enero, ya lo viví varias veces).
El tiempo, en realidad, es la memoria del espacio, porque lo único que existe es el espacio. Decir recuerdo, decir memoria, es evocar un espacio sucedido.
La secuencia de espacios sucedidos es el tiempo, pero sólo debido a que el espacio se mueve, es decir, cambia, y, por lo tanto, crea el tiempo. Pero, como el devenir es un proceso continuo, es necesario crear el presente como una convención que dice: Hacemos de cuenta que existe un estado del campo que no se está transformando, y a esa tajada, percibida como detenida, la llamamos presente. De la otra manera, el continuo fluir de la transformación haría imposible percibir etapas distintas.
La inmovilidad del espacio permite la ilusión de la reversibilidad del tiempo. Lo que sólo podemos hacer es entrar a la misma escenografía, al mismo espacio y hacer la misma ceremonia, el mismo ritual que se hizo antes, pero en realidad, no con eso se entra al mismo tiempo, sino que es otro tiempo (pero puede ser tan parecido todo que "volví a lo mismo"). La repetición de la escenografía del espacio me permite soportar la transformación irreversible del tiempo. Volver al mismo espacio nos ilusiona con volver al mismo tiempo.
Hay cuatro escalas del tiempo: la primera es la percepción, el ahora, los segundos, el espacio, el instante. El segundo nivel es el hábito, la tarea, la trama cotidiana, los días, y su espacio es la casa. El tercero es el tema del destino, el proyecto de vida; la edad es la de la infancia, la adolescencia, la adultez, etc., y el espacio que le corresponde es la ciudad. El cuarto es el tema de la trascendencia, es la gran historia, y se mide en siglos; es el infinito, las épocas de la humanidad, y el espacio es el mundo, o el Universo.
También podemos decir que el primer nivel es acrónico, es la acción en el momento, es una acción sin historia. El problema ahí es la orientación del campo perceptual; el segundo nivel está armado desde los hábitos cotidianos, la familia y el trabajo semanal; el tercero es la historia de vida, el destino de cada uno. El último y cuarto contiene la angustia de muerte, el sentido final de la existencia, es el nivel metafísico. El primero es el cenestésico, el segundo la vida cotidiana, el tercero es el sentido de mi vida y el cuarto es el sinsentido de mi vida, porque es la muerte.
No creo que el tiempo sea tan inasible como decía San Agustín. El decía que si le preguntaban qué era el tiempo, no sabía contestar, pero si no se lo preguntaban, sí sabía lo que era. El hablaba como si el tiempo humano no fuera un mecanismo simbólico inventado por la mente de la gente. Lo que existe objetivamente son los estados discontinuos, y el ligarlos de acuerdo a un argumento, armar una historia de causas y efectos es una invención humana que tiene sus reglas determinadas. La principal es el lenguaje con los tiempos de verbos y sucesión de palabras; otra es el campo espacio-temporal con recorridos y horarios; otra son las normas con ceremonias sociales y hábitos. Todo esto construye el tiempo social que da después la estructura para el tiempo subjetivo. El otro tiempo, el "natural", está compuesto sólo por estados inconexos del universo físico, lo cual todavía no es la "realidad humana". La "realidad" sólo "existe” cuando el hombre, con sus símbolos, la construye.
La conciencia está en tránsito, está en el pasaje, y, por lo tanto, no esta en ningún lugar, en ningún espacio. Es decir, el movimiento sólo existe en la conciencia (porque ésta tiene la condición de recordar). Esto casi equivale a decir que el espacio, como lo concebimos (cada cuerpo debe ocupar un lugar en el espacio) no existe.
El espacio es una sola cosa con el tiempo; no hay espacio sin tiempo porque nosotros (los humanos) no podemos ver el espacio sino desde el tiempo (del cual no podemos salir) porque toda percepción es figura cronal (de chronos: tiempo). Esta figura se percibe sólo en la sucesión temporal; es un invento de la conciencia, porque ésta puede unir el recuerdo con la expectativa. Es decir, ver en el devenir, en el movimiento.
El infinito está adentro, en nuestra subjetividad; es el tiempo en crudo, que, en realidad, todavía no es realmente tiempo. Afuera está el grupo, y el grupo construye la realidad, el tiempo organizado. Luego este territorio de racionalidad construida afuera se introyecta y se transforma en una isla yoica interior de racionalidad, que es algo así como la incorporación de la cultura externa. Por supuesto, todo esto lo hace la palabra, que estabiliza lo caótico interno, porque permite la categorización en la cultura de eso que, adentro, no tenía palabra.
La tarea terapéutica sucede en el espacio real, pero es una tarea muy curiosa porque es arreglar el tiempo que está en lo imaginado. Desde el espacio, arreglamos el tiempo.
También podemos decir que la terapia es el resolver el cruce, el entretejido, entre el diálogo en el espacio con el otro, y el diálogo en el tiempo conmigo mismo. Tengo que hacerme amigo de vos y también del que está adentro de mí.
Pasado Presente Futuro
El presente real es como un espacio encerrado, definido por otras dos dimensiones imaginarias, inaccesibles, que son el pasado y el futuro. Podemos decir que vivimos fuera de nuestra historicidad; hacemos la vida, pero para depositarla en los espacios imaginarios. En cada presente no existimos porque estamos ocupados en la percepción del campo en ese instante. Existimos cuando memoramos o esperanzamos. En el presente concreto, el de la acción y de la sensación, volvemos a ser animales, somos todo cuerpo.
También podemos considerar que el presente es la última parte del pasado o la primera parte del futuro. De modo que el presente, en última instancia, sería un corte entre lo que sucedió y lo que va a suceder. En realidad, no existiría el presente porque es sólo el pasaje o la transformación de futuro en pasado. Y también podemos decir lo contrario, que lo único que existe es el presente, pues cuando recordamos o futuramos, lo hacemos desde el presente
El humano fáctico, el hombre o la mujer que sólo hacen, están insertos en una trama cotidiana con una seriación de tareas y están fuera de la temporalidad, pues el yo está llevado por la serie de tareas que actúa como una cinta continua de presentes fácticos instrumentales, con lo cual tiene la corriente de conciencia conectada a la rutina de tareas. Sólo cuando, por algo, se detiene la cinta, por la separación de vínculos simbióticos o la brusca desocupación, se corta la cinta que sostenía la conciencia en forma externa y aparece la angustia y la neurosis. El hombre fáctico no tiene problemas mentales, no recuerda ni imagina dramáticamente, siempre que no se detenga la burocracia cotidiana con la que construye su pobre temporalidad, porque ahí sí entra en crisis y se enferma porque no es sostenido por su memoria y sus esperanzas. Es la personalidad existencialmente vacía.
El protagonista de las series norteamericanas corre todo el tiempo para que "el tiempo" (el pasado) no lo alcance. No hace duelos (como buen psicópata) y por eso no tiene recuerdos (historia) y queda condenado a correr para mantenerse siempre dentro del entorno del presente.
La sobrevivencia física de varios objetos que aparecen en las historias permite unir distintos espacios del tiempo. Este es el valor de los objetos que testimonian aquella escena que quedó pegada al objeto: testimonian que fue verdad y podemos recordarla, como "ese autito rojo que me regaló mi papá cuando...”. O también los edificios y los rincones de la ciudad tienen esta capacidad de evocación y dan realidad a ese recuerdo tan evanescente.
El triunfo, la venganza, o, incluso, un objeto, cualquier cosa largamente deseada, cuando es lograda, da sensación de realización, pues simplemente es un momento de integración histórica entre mi yo de ayer que lo tenía como vacío a ese objeto, y el yo de hoy que lo posee como lleno, no como ausencia sino como presencia. Vacío de ayer, lleno de hoy...
Alfredo Moffatt
Psicólogo Social y Arquitecto
Director de la Escuela de Psicología Social
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