El así llamado equilibrio de la naturaleza -que la humanidad destruye brutalmente con su arrogancia- es un mito. Si la ciencia no puede controlar la naturaleza, tal vez deberíamos centrarnos en cambiar cómo vivimos en ella. Los humanos no somos nada más que otra de las especies vivientes sobre la Tierra, y dependemos del delicado equilibrio de sus elementos.
Sin embargo, este  recurrir  a la sabiduría  tradicional no permite  ninguna comprensión real  de los  misterios de  los caprichos de nuestra  salvaje Madre Naturaleza.  Es una  forma de  consuelo, realmente, que nos  permite evitar la  cuestión que  todos  queremos preguntar: ¿la agenda  de la naturaleza para  el 2011  incluirá  más sucesos de esta magnitud?
En nuestra  desencantada  era  posreligiosa y ultratecnológica, las  catástrofes ya no  se pueden   considerar significativas de un ciclo  natural o la expresión  de la  furia  divina. Las catástrofes ecológicas -  que podemos ver   continuamente yde  cerca gracias a nuestro mundo  conectado las 24  horas,  los siete días de  la semana-se convierten en  las insensatas   intrusiones de una ira ciega y  destructiva. Es como si  estuviéramos   atestiguando el fin de la  naturaleza.
Actualmente buscamos   que los expertos científicos  lo sepan todo. Pero  no es así, y ahí   radica el problema. La ciencia se  ha autotransformado  en un   conocimiento especializado que ofrece una  inconsistente gama de    explicaciones contradictorias llamadas "opiniones  expertas". Pero si    culpamos a la civilización científico-tecnológica de  muchas de   nuestras  dificultades, en ausencia de esa misma ciencia no  podemos   solucionar  el daño - sólo los científicos, después de todo,  pueden ver   el agujero  de ozono-.O, como dice un párrafo de Parsifal,de  Wagner,   "la herida  únicamente puede curarse con la lanza que la hizo".  No hay   regreso a la  sabiduría holística precientífica, al mundo de  tierra,   viento, aire y  fuego.
Aunque la ciencia puede  ayudarnos, no   puede hacer todo  el trabajo. En lugar de recurrir a la  ciencia para   impedir que el  mundo se acabe, necesitamos mirar hacia  nosotros  mismos  y aprender a  imaginarnos y a crear un nuevo mundo. Es  difícil   pertenecer a los  observadores pasivos que deben permanecer  inmóviles   mientras se revela  nuestro destino, al menos para los que  vivimos en   Occidente.
Entren al perverso placer del martirio  prematuro:   "¡Ofendimos a la  Madre Naturaleza, así que recibimos lo que    merecemos!". Estar dispuesto  a asumir la culpa de las amenazas a   nuestro  medio ambiente es algo  engañosamente tranquilizador. Si somos    culpables, entonces todo depende  de nosotros; podemos salvarnos    simplemente cambiando nuestro estilo de  vida. Desesperada y    obsesivamente reciclamos papel viejo, compramos  comida orgánica, lo que    sea para asegurarnos de que hacemos algo, que  contribuimos. Pero   igual  que el universo antropomórfico, mágicamente  diseñado para la   comodidad  del hombre, el así llamado equilibrio de la  naturaleza - que   la  humanidad destruye brutalmente con su arrogancia-es  un mito. Las    catástrofes son parte de la historia natural. El hecho de  que las    cenizas del modesto estallido volcánico en Islandia hicieran  aterrizar a    la mayoría de los aviones en Europa es un muy necesitado   recordatorio   del grado en que nosotros, los humanos, con nuestro   tremendo poder  sobre  la naturaleza, no somos nada más que otra de las   especies  vivientes  sobre la Tierra, y dependemos del delicado   equilibrio de sus  elementos.
Entonces, ¿qué nos depara el   destino? Una cosa es  clara:  deberíamos acostumbrarnos a un estilo de   vida mucho más  nómada. El  cambio gradual o repentino en nuestro medio   ambiente, sobre  el que la  ciencia puede hacer poco más que emitir   advertencias,  podría forzar  transformaciones sociales y culturales   desconocidas.  Suponga que una  nueva erupción volcánica hiciera   inhabitable un lugar:  ¿dónde encontrará  cabida la gente? En el pasado,   los movimientos  poblacionales grandes  eran procesos espontáneos,  llenos  de sufrimiento  y pérdida de  civilizaciones. Actualmente,  cuando las  armas de  destrucción masiva no  sólo están en manos de  estados sino  incluso de  grupos locales, la  humanidad simplemente no  puede darse el  lujo de un  intercambio  poblacional espontáneo.
 Lo que esto  significa es  que se deben  inventar nuevas formas de  cooperación global  que no  dependan del mercado  ni de negociaciones  diplomáticas. ¿Es un  sueño  imposible?
Lo  imposible y lo  posible explotan   simultáneamente en el exceso. En los  reinos de la  libertad personal y   la tecnología científica, lo imposible  es más y  más posible. Podemos   cobijar la esperanza de mejorar nuestras   capacidades físicas y   psíquicas; de manipular nuestras características   biológicas vía   intervenciones en el genoma; de lograr el sueño   tecnognóstico de la   inmortalidad codificando las características que  nos  distinguen y   alimentando el compuesto de nuestra identidad en un   programa   computacional.
En lo que respecta a las relaciones     socioeconómicas, empero, percibimos nuestra era como una era de  madurez    y, por tanto, de aceptación. Con el colapso del comunismo,  abandonamos    los antiguos sueños utópicos milenarios y aceptamos las  limitaciones  de   la realidad - esto es, una realidad socioeconómica  capitalista-con   todas  sus imposibilidades. No podemos participar en  actos colectivos   grandes,  que necesariamente terminan en terror  totalitario. No podemos    aferrarnos al antiguo Estado benefactor, que  impide que seamos    competitivos y nos lleva a crisis económicas. No  podemos aislarnos del    mercado global.
A nosotros nos  resulta más fácil imaginarnos    el fin del mundo que un cambio social  serio. Como prueba, las  numerosas   películas taquilleras sobre la  catástrofe global y la  conspicua  ausencia  de producciones sobre  sociedades alternativas.
Tal  vez sea  tiempo de revertir  nuestro concepto de lo posible y lo   imposible; tal  vez debiéramos  aceptar la imposibilidad de la   inmortalidad omnipotente y  considerar  la posibilidad del cambio social   radical. Si la naturaleza  ya no es  un orden estable confiable,  entonces  nuestra sociedad también  debería  cambiar si queremos  sobrevivir en una  naturaleza que ya no es  una  madre buena y  protectora, sino una madre  pálida e indiferente.
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