jueves, 17 de junio de 2010

Pedagogía de lo corporal


Escribe Raquel Guido



Sobre el “educar”

Según la interpretación que se dé a la palabra “educar” se desprenderán distintas maneras de abordar esta práctica.
Lo más común es la referencia de “educar” como: dirigir, instruir, adoctrinar, desarrollar las facultades morales e intelectuales y dirigir las inclinaciones del educando.
En lo personal prefiero asociar educar a “enseñar”.
“Enseñar” que resuena a mostrar, subrayar, articular, aquello que otros dicen o descubren en la construcción de su propio saber. Entramado con el saber de los otros, en el seno de lo grupal. Un ida y vuelta donde el “poder del saber” circule por cada miembro del grupo, incluyendo en éste al rol del docente quien además de ser francamente democrático debe ser creativo en la construcción de estrategias y situaciones propicias. Es el docente, en esta escena, algo así como un jardinero amoroso, que prepara la tierra, carpiéndola para extraer los yuyos que impiden el crecimiento de algo más fructífero. Oxigenándola y escondiendo semillas que luego los alumnos, explorando, encontrarán y llevarán a su propio terreno donde echarán raíces propias, floreciendo en algo nuevo.

Sobre la pedagogía de lo corporal
El cuerpo, esa faz de nuestra existencia humana que aparenta ser la más fácil de aprehender, cuya realidad se cree “capturable” desde la trampa parcial de lo anatómico o lo “físico”, es sin embargo de una presencia y apariencia compleja.
Construcción cultural por excelencia, terreno donde cada sociedad inscribe sus leyes y normas regulando todo tipo de conductas según los valores vigentes.
Espacio escénico de la fantasmática individual y lugar de representación simbólica de la realidad social, política y económica de cada pueblo, el cuerpo nos presenta entonces, en esta perspectiva, un campo de acción desde donde realizar un tránsito articulado que va de lo cultural a lo individual, tanto de ida como de vuelta, en la construcción y evolución del ser en determinado contexto histórico.
Una pedagogía de lo corporal apunta entonces, en forma puntual y explícita al desarrollo del ser y la evolución de lo humano sobre lo cual construye sus valores. Tal vez como ninguna otra tenga en sus fundamentos y métodos una raíz humanista que reclama la presencia del mundo interno de cada uno en una clara articulación con el otro / los otros, rescatando la importancia de lo diverso y la aceptación de lo diferente en el reconocimiento profundo de que “nada de lo humano me es ajeno”.
De una metodología basada en la exploración y la búsqueda se desprende como rasgo fundamental de las pedagogías de lo corporal el aspecto vivencial del encuentro. Encuentro con lo íntimo, con lo propio y encuentro con el otro. Hallazgo y captura del instante, impredecible, donde algo que estaba oculto se ilumina y hace presente. Y entonces, ya nada es como era antes. Encuentro lleno de desencuentros sí, pero revalorizado por la persistencia y la insistencia.
Aprender en este encuadre es re-nacer en cada acto sobre la construcción conjunta de nuevos valores. Valores que se hacen carne en las pedagogías de “lo corporal”, so pena de derivarse en uno más de los tantos “entrenamientos físicos”. De aquí podemos inferir que un encuadre corporalista trasciende por completo a la aplicación de las llamadas “técnicas corporales”.

Algunos contenidos fundamentales
El sostén que las diversas técnicas corporalistas tienen en sus contenidos básicos de concientización y apertura sensorial rescata y refuerza el carácter válido de lo personal, que nacido del seno de un grupo, se discrimina como tal, por el encuentro con lo diferente. Algo así como: me reconozco en nuestra diferencia. Para que esto sea posible, es necesario que se funde sobre la base de la libertad, la aceptación de uno mismo y del otro y una especie de ejercicio democrático basado en un sentido pluralista. Tal vez sea éste uno de los aspectos más valiosos que nos deja como saldo el recorrido por las experiencias basadas en el desarrollo de la percepción.
Siempre recuerdo a mis alumnos que la postura positivista que pretende que “lo percibido sea idéntico a lo real” descartando la participación de lo subjetivo que plasma el mundo interno de quien percibe, en la percepción, sirvió durante mucho tiempo para sustentar sistemas de poder verticalistas que otorgaban plena validez a lo percibido por quien estuviera en la cúspide.
Así, el “monarca” siempre sabe qué es lo mejor para todos y su palabra es reflejo de la verdad absoluta. Sé que esto nos resuena como no tan lejano y que el presente suele arrastrar hilachas del pasado que, si sabemos observar, ponen al descubierto cuáles son las máscaras del poder que se están jugando en cada uno.
La experiencia de transitar por el desarrollo perceptivo transforma en vivencias muchas de las apreciables ideas que a veces nos cuesta bajar a la acción. Allí compruebo que lo suave, lo frío o lo pesado sólo existe cuando alguien lo experimenta como tal y que lo bueno o lo malo no tienen existencia propia, ni son valores absolutos.
Y en estos términos, sólo se alcanza la revaloración de lo propio en el ejercicio de una idéntica aceptación de la identidad del otro. Identidad que encuentra en el cuerpo un espacio originario donde construirse, nutrirse y expresarse.
Allí uno comprueba que cada individuo está construido por un entramado entre su propia historia y la de su cultura, sus sueños y los de otros, sus frustraciones y sus anhelos, hechos carne en su cuerpo, y que de esto derivará su manera de ser y estar en el mundo y por ende su manera de ver y pensar al mundo obrando en él.
El espacio generado para esto en el campo de lo corporal permite que cada uno se re-eduque “haciéndose cargo” de la construcción de su presente y su futuro. Generando la posibilidad para experimentar un verdadero sentido de pluralidad —donde el otro acuerda pero también se opone y se resiste—. Allí se templa el ego que acostumbrado a usar su poder contra los otros cambia de objetivo y apunta al conocimiento de sí mismo.
El aprendizaje se refiere entonces a un conocimiento nacido de lo subjetivo. Su recorrido, de ida y vuelta al mundo exterior exige en su evolución un constante movimiento de formas y estructuras internas que se re-crean constantemente y reflejarán en nuestra acción sobre el mundo esa capacidad cada vez más disponible.
El desarrollo de la creatividad, así propuesto en la pedagogía de lo corporal, nos conecta con el sentido de lo femenino tan deteriorado en nuestra cultura patriarcal. Hombres y mujeres rescatamos la experiencia de dar a luz: nuevas formas, ideas, figuras, movimientos, modos de ser, pensar, sentir y actuar.
El sentido de lo masculino también se reacomoda. Recuperando su sentido en la existencia humana, se manifiesta en la acción persistente y tenaz de abrir nuevos espacios, dando lugar al vacío para que germine lo nuevo. Hombres y mujeres en esta construcción, acariciamos un nuevo sueño.
Ambos, lo amamantamos, lo cuidamos, lo contenemos.
Juntos resistimos, luchamos y trabajamos en su creación.
Héroe y heroína modernos, encarnados en cada cuerpo, presentificando los mitos de resurrección.
Final y nacimiento de un nuevo ser.•


La Lic. Raquel Guido es prof. de Expresión y Lenguaje Corporal; Licenciada en Composición Coreográfica, Mención Expresión Corporal (IUNA). Titular regular de las cátedras de Expresión Corporal I y II en el IUNA, Departamento de Artes del Movimiento. Jefa de Trabajos Prácticos, regular en la UBA, Fac. de Filosofía y Letras, Carrera de Artes.


Texto publicado en la edición Nº 37 de Kiné, la revista de lo corporal.



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