Una muestra en Telefónica vuelve sobre las experiencias de un grupo de artistas del Di Tella, que, a fines de los años 60, redefinieron el lugar de la tevé en la vida de los argentinos.
Por Marina Oybin
Hubo un tiempo en que el arte local estuvo bien cerca de la tevé.
Televisión. El Di Tella y un episodio en la historia de la TV, la imperdible muestra, curada por Rafael Cippolini e Inés Katzenstein en el Espacio Fundación Telefónica, pone el foco en las relaciones entre arte y televisión, a través de las experiencias en el mítico instituto entre 1965 y 1969. Un dato sirve para ilustrar el lugar que ocupó la pequeña pantalla: a fines de los sesenta la Argentina ostentó el extraño récord de ser el país con más horas transmitidas por tevé en todo Occidente.
Tanto fue el interés, que Jorge Romero Brest proyectó transformar el instituto en un estudio de televisión. Una idea “deudora de un proceso que se había iniciado unos años antes de la mano de los artistas y que había tenido al Di Tella como centro de operaciones: por primera vez el arte proponía modificar la televisión desde todos los ángulos, convirtiendo el doméstico aparato en escultura, fetiche y sistema autorreferencial, pero también transformando las especulaciones teóricas (sociológicas, tecnológicas y políticas) en una indagación de la visualidad social y sus efectos”, escriben los curadores en el catálogo.
Sin duda, uno de los tantos aciertos de esta muestra es que no se propuso reconstruir obras de época, que difícilmente hubieran logrado la misma fuerza conceptual y visual, sino que se ha incluido valioso material de archivo integrado por fotografías, grabaciones televisivas inéditas que son joyitas, manuscritos, artículos de diarios y revistas y entrevistas a los artistas. Se exhiben obras y proyectos de Luis Felipe Noé, Jorge de la Vega, Marta Minujín, Edgardo Giménez, David Lamelas, Roberto Jacoby, Eduardo Costa, Raúl Escari y el grupo Frontera. Y una serie de instalaciones de Jorge Macchi, Miguel Mitlag y Andrés Di Tella realizadas especialmente para esta exhibición y como comentario de aquellas experiencias.
La muestra tiene mucho de lógica fragmentaria y de mosaico visual como la que hoy domina el zapping. Las imágenes y voces de las distintas filmaciones proyectadas en las paredes de la sala y las de los plasmas copan el espacio en vertiginosa superposición. Dan ganas de ver todo en simultáneo. Un verdadero frenesí mediático.
Las distintas propuestas, que buscaron resignificar la tevé, reinventarla, ponerla en cuestión o crear nuevos usos, van desde obras sobre la mediatización de la política hasta el artificio y la ficcionalización propias del medio televisivo en la instalación de Mitlag. O desde la estructura primaria minimalista electrónica en la que Lamelas invitó al espectador a sumergirse en una atmósfera de luz catódica con tiempo envolvente, a contrapelo del tiempo segmentado zappinero, hasta –en uno de los trabajo de Macchi– las imágenes seleccionadas en un Flickr dedicado a televisores abandonados. ¿Qué extraña atracción conservan estos esqueletos de tevé? Sin duda, lo más curioso de aquellos años fue la inserción del pop, con Minujín y Giménez a la cabeza, en la pantalla chica. Quisieron publicitar sus obras a gran escala y lo lograron, acaso intuyendo algo de los mecanismos de espectacularización televisivos. Las cámaras los trataron como stars . En cambio, en la vereda de enfrente al pop, cuenta Jacoby que su vinculación directa con el set de tevé fue nula. Influenciados por las ideas de Marshall McLuhan, los artistas Jacoby, Costa y Escari, que siguieron atentos las clases de Oscar Masotta, buscaron analizar los mecanismos de la televisión y poner en evidencia el poder de los medios en la construcción de la realidad. Imaginar nuevos modos de participación, lejos de la actitud pasiva.
Un tema sobre el que los análisis teóricos siguieron poniendo el foco: preguntándose cuáles son los mecanismos mediante los cuales la tevé influye en la conducta, si los efectos sobre el espectador son poderosos o limitados, analizando los cambios que experimenta el discurso político para lograr inserción en la pantalla, y discutiendo el lugar –decisivo o no– de la tevé como escenario político y nuevo foro público (¿de las cámaras parlamentarias a las cámaras de televisión?).
En Homo videos. La sociedad teledirigida , aquel Giovanni Sartori enojado –irreconocible, si uno lo compara con sus otros escritos– comenzó con los efectos en la política. La televisión, decía, personaliza las elecciones: importan los rostros de los políticos, no los programas partidarios. La cobertura de campaña deviene horse race minuto a minuto. Además, la tevé favorece la emotivización: una política dirigida y reducida a episodios emocionales. Y contra la supuesta condición global, el politólogo italiano sostuvo que la tevé “aldeaniza” las vivencias: el mundo visto en imágenes es de primeros planos, donde la unidad foto- aprehensible es, a lo sumo, la aldea, el conglomerado mínimo. El autor anunciaba un final trágico: el ciudadano transformado en eterno video niño adicto al juego. “¿Libertad de qué y para qué? ¿De hacer zapping?”, preguntaba, provocador.
Muchos dispararon contra la tevé sosteniendo que la decodificación simple e inmediata de la imagen desactiva la capacidad de abstracción. O que degrada los contenidos con el tratamiento espectacularizado y descontextualizado: las noticias más diversas se suceden en desfile indiferenciado, provocando que las imágenes de guerra sean absorbidas por el televidente del mismo modo que un filme. Hasta llegó a hablarse de hipertrofia de emociones, de televidentes devenidos multitud solitaria privada de experiencias de primera mano. Joan Ferrés i Prats no dio un panorama mucho más alentador con el “zapping moral” de un ciudadano convertido en espectador pasivo que se limita a contemplar la pantalla: alguien tomará las decisiones. Y Manuel Castells volvió sobre la idea de una audiencia perezosa.
A fines de los setenta, Umberto Eco lanzó una pregunta punzante en su trabajo titulado ¿Tiene la audiencia efectos perniciosos sobre la televisión? Esta muestra nos responde qué hicieron los artistas locales con aquella pequeña caja, hoy devenida tamaño extra large, que acompaña, atrae con la ilusión de contenerlo todo. Banal, bizarra, poderosa, hipnótica.
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