Bajo el mismo cielo y casi mezclándose con la calle donde se exhibe, una gigantografía de Seguí enhebra íconos de la argentinidad.
Por Nora Iniesta
No podría titularse de otro modo: “Los mitos de mi infancia”, una enorme pizarra de 34 x 88 metros –casi tres mil metros cuadrados– es la estupenda gigantografía que se despliega como una gran ventana sobre la 9 de Julio, muy cerca del Obelisco y con Obelisco dibujado en la obra. Su autor es, claro, Antonio Seguí, el pintor cordobés que conquistó París; artista que actualmente Buenos Aires permite ver en plenitud y en gran tamaño a todo ciudadano que pase por la fachada del ex Mercado del Plata, rebautizado como Edificio del Plata. Situado en Carlos Pellegrini 211, el ex mercado inaugurado en 1962, que fue originariamente un lugar obligado de compras para familias que buscaban variedad de productos y buena calidad, hoy ha sido convertido en un edificio de oficinas, sede de diversas áreas técnicas y de gestión del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Para suerte de los porteños, su fachada se ha vuelto una pantalla gigante desde donde emana y emanaron con una programación pautada y puntual y, cada cual a su turno, cronológicamente hablando, las obras de los artistas Fabián Burgos, Guillermo Ueno, Max Gómez Canle y Marcos López, siendo ahora el momento de ver y apreciar la obra de don Antonio Seguí. Porteños y no solo porteños, habitantes de Buenos Aires: no dejen de verla, vale la pena pararse por un rato ante ella e ir descubriendo gozosamente un mundo donde seguramente encontrarán cual libro abierto, como juego de acertijo, más de un ícono que les disparará muchas fantasías y o aventuras de infancia.
La verdad es que dan ganas de pasar mil veces delante de ella; como todo gran cuadro sus lecturas son múltiples como múltiples son sus personajes, los dibujos a carbonilla en blanco y negro y las palabras que lo habitan. Figuras contorneadas, algunas con un toque de color; otras con los emblemáticos sombreros, una suerte de diccionario ilustrado de lo que fuese la geografía y la historia de la Argentina compendiado en un racconto simultáneo, disperso, en continuidad, con un gran aglutinamiento de personajes diminutos esparcidos por la superficie del cuadro.
Seguí despliega en la tela un tesoro mayor: su gloriosa memoria intacta, situada en la Argentina que él vivió; llámese escuela primaria, fútbol, tango, las sierras de Córdoba que lo vieron nacer, Buenos Aires, la Casita de Tucumán, el Cabildo, la Cordillera de los Andes, el deporte representado por un auto turismo carretera, un ring de boxeo y dos jugadores de fútbol de River y Boca; los símbolos patrios. El artista nos invita a descifrar, descubrir y encontrar el hilo en esta trama, archivo colectivo de esta tierra sureña. Billiken, Gatica, la Negra Sosa, la Casa del Viejo Vizcacha, Roberto Arlt, Fúlmine, Florencio Molina Campos, la Misa Criolla, Vito Dumas, Fangio, Froilán González, Patoruzú, San Martín, Manuel Belgrano, el hotel Castelar, el Aguilucho, hasta la advertencia ¡no corten árboles!, son todas palabras que van creando un solo tejido; el de nuestra identidad e historia. Seguí reside en París desde hace 47 años, pero su memoria se mantiene intacta para abrirnos este portón de sus recuerdos tan genuino y generosamente argentino como la yerba mate o el dulce de leche. La composición ha sido dividida en tres franjas horizontales cual tres guardas bien definidas: oscuro, medio y claro, desde lo más profundo hasta lo más alto. Como si ellas no existieran, todo lo que se muestra y acontece en superficie parece deambular sin importar mucho la demarcación en la totalidad del campo compositivo donde van sucediendo los hechos. Digo y afirmo campo porque es a la intemperie donde todo ocurre, como lo es también donde se muestran estas escenas, partes de un todo a cielo abierto, cual horizonte pampeano. La primera capa, la más cercana a la tierra, al suelo, la más oscura, es la más copiosa y abigarrada de personas y personajes en esta bidimensionalidad. No hay ni existen puntos de fuga. No hay por donde escapar, aunque campo, ello, lo propio se vuelve encierro, bagaje insustituible. Es lo que vivimos, es lo que portamos, es definitivamente lo que somos. Cual dibujáramos en la escuela primaria, ese sector por debajo de la línea de tierra recuerda a aquella en que ubicábamos las raíces, justamente, de árboles y plantas, estando bajo superficie.
La que sigue, algo más clara, está entre las líneas de tierra y de horizonte; por allí Antonio sigue contándonos su historia; así llegamos a la radiante y luminosa, la más alta, cercana al cielo. En ella, ya nada, despojada de grafías y palabras, cual liberación de lo terrenal, alcanzando vuelo sólo la banderita argentina, flameando desde la cúpula del Cabildo se alza bella, única, invocando esa unión e igualdad que siempre soñamos por estas tierras desde chicos.
Un sinfín es esta historia inconclusa que, puesta y expuesta en plena calle, presencia silenciosa la otra realidad que acontece en simultáneo, la de la incesante cantidad de autos que día a día circula por la avenida más ancha del mundo en ambas direcciones. La generosidad de un artista es mucha. Unica e irrepetible; y Seguí sabe de ello. Mención aparte merece el bello texto de la curadora Clelia Taricco sobre la obra: El retorno a la infancia es, en Seguí, casi una marca registrada. Para este artista cordobés –“que trabaja en París pero vive en Córdoba”–, la infancia es, y ha sido permanentemente a lo largo de toda su producción, la fuente de donde abreva sus ideas. De la infancia provienen sus imágenes, sus recuerdos, hasta sus comidas.
Y me viene a la mente otro artista residente en París, el argentino Alfredo Arias quien hace semanas presentó en plena calle Corrientes su obra Tatuaje; otro enclave; la misma historia, memorias de un Alfredito que pasó su infancia en el conurbano bonaerense, en Remedios de Escalada, quien puso en escena sus recuerdos de modo impecable, con gran rigor y extremo sentimiento.
La memoria selecciona aquello que recuerda; ambos artistas ya son patrimonio legítimo de este suelo al que sin duda muy a pesar de donde vivan, pertenecen. Como pertenece aquello que puedan crear, recrear y hacer.
Buenos Aires y la Argentina, agradecidos.
Arte en el Plata es un emprendimiento de los ministerios porteños de Cultura, de Espacio Público y de la Fundación Banco Ciudad. Sus curadoras son Eva Grinstein e Inés Katzenstein.
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