Editorial Gorla acaba de editar Siegfried Kracauer. Un pensador más allá de las fronteras, una compilación de artículos de los personajes más curiosos y penetrantes de la ensayística alemana de su tiempo, el de la célebre Escuela de Frankfurt.
Por ADRIAN LASTRA
Desde sus orígenes el cine mantiene una íntima relación con la filosofía; desde ambos espacios se expresa un mundo a través de un lenguaje propio, cada vez más sofisticado. Este vínculo fue explotado una y otra vez por distintas personalidades de la cultura, entre ellas, el judeoalemán Siegfried Kracauer, quizá la más relevante dentro del espectro que enlaza la filosofía con la imagen por medio del estudio de la estética.
Kracauer, a través de un intercambio permanente de puntos de vista con el movimiento intelectual de la Escuela de Frankfurt (Theodor Adorno, Georg Simmel, Walter Benjamin, entre otros), se convirtió en uno de los personajes más curiosos y penetrantes de la ensayística alemana de su tiempo. Sus obras oscilan entre cuestiones netamente filosóficas, tratamientos de las peculiaridades cinematográficas y aproximaciones a las nuevas tecnologías en relación con la cultura moderna. El lanzamiento de Siegfried Kracauer. Un pensador más allá de las fronteras (Editorial Gorla), compilado por el filósofo Carlos Eduardo Jordão Machado y el doctor en Letras Miguel Vedda, en el que distintos autores europeos y latinoamericanos interpretan y dan a conocer las virtudes del intelectual frakfurtiano es un interesante puntapié para revisitar su obra.
Dada la diversidad de fenómenos que fueron objeto de interés de este multifacético pensador, sería una injusticia circunscribir su obra a un ámbito determinado de la cultura y del mundo intelectual. Sus miles de estudios acerca de la sociología, la religión, la arquitectura, la filosofía y los avatares relacionados con un nuevo mundo en construcción, dan fe de esta problemática. Durante la República de Weimar, Kracauer escribió más de 700 críticas de cine (entre otros dos mil ensayos, artículos y reseñas), la gran mayoría publicadas en el diario Frankfurter Zeitung (1921-1933). Luego, cuando los nazis tomaron el control de Alemania, se exilió en París y, más tarde, en Nueva York. Desde allí, sus trabajos críticos sobre el cine, sobre todo De Caligari a Hitler (1947) y Teoría del Cine (1960), eclipsaron sus otras facetas pero, al mismo tiempo, lo lanzaron más allá de las fronteras, tanto de las de la territorialidad como de las del pensamiento.
Siegfried Kracauer fue uno de los pioneros en advertir que el séptimo arte no era un mero espectáculo. Se ocupó de reflexionar sobre la construcción del lenguaje cinematográfico y su relación con las masas espectadoras que acudían al cine por los años 30 del pasado siglo.
Si tal como atestigua Salo Lotersztein en El cine y su relación con el inconciente, para Joseph Gregor los espectadores son amantes del engaño, para Kracauer los espectadores son testigos de la realidad: no se trata de una nueva alegoría de la caverna platónica. Sino todo lo contrario: recogiendo el concepto de epojé de la filosofía fenomenológica, Kracauer proponía comprender la articulación del lenguaje cinematográfico (basándose en las películas mudas del impresionismo alemán) como un procedimiento de suspensión, como una actitud de conocimiento que implica una suerte de poner entre paréntesis el mundo para luego analizarlo en detalle, lo cual provoca una gran diferencia en el modo en que el sujeto se relaciona con el objeto. La cámara irrumpe la correspondencia natural entre sujeto y entorno y de este modo produce un efecto en el cual ya no media una representación, sino que el sujeto se encuentra con las cosas tal como son. El objeto intencionado resulta ser el objeto en sí, y no una mera representación del objeto como lo sostuvo la tradición filosófica moderna.
Quizá, por este motivo, Kracauer veía en el cine una suerte de capacidad redentora al mostrar las cosas tal cual son por medio de la cámara-realidad. La posibilidad de que a través del cine se superara el problema de la imposibilidad de la representación era, según este pensador, un potencial imperdible que ofrecía el cine. Visto desde este punto de vista el horror no es el resultado de una construcción artificial, sino, justamente, el fondo desde donde emerge la figura del hombre en toda su naturaleza.
Como sostiene Nia Perivolaropoulou, investigadora de la Universidad de Essen, en Un pensador más allá de las fronteras, lo que el cine ofrece según Kracauer no es un refuerzo de la identidad del sujeto, pues no continúa en la línea de una saber histórico que se alimenta de las tradiciones, de los ritos o de cualquier otra forma de transmisión de la memoria colectiva, sino que es la propia experiencia de los espectadores frente a la pantalla la que es capaz de provocar el abandono previo de algún tipo de saber y la que da lugar a otro tipo de conocimiento mediante la experiencia estética. Inmerso en ella, el sujeto no puede afirmarse como autónomo, sino como una experiencia de la alteridad.
Desde el contexto actual de la industria cinematográfica, resulta interesante volver a leer el pensamiento de Kracauer, puesto que las artes audiovisuales en su conjunto continúan desarrollando y modificando sus instrumentos técnicos, colocándonos constantemente en una nueva instancia de comprensión. Ante el éxito del cine 3D, por ejemplo, cabe preguntarse si no estamos ante el regreso a aquella primera instancia natural anterior a la epojé, en la que el sujeto se encuentra rodeado de las cosas, mezclado entre ellas, inmerso en el mundo nuevamente. Pero ¿es este su entono natural o por el contrario, en el nuevo cine 3D, el sujeto es puesto en un mundo que le es completamente ajeno y que lo aísla de toda posibilidad de conocimiento acerca de su vivencia propia y cotidiana?
Lo que podría considerarse una gran evolución en la industria del cine también podría ser pensado entonces como una vuelta al engaño, como un regreso a la caverna platónica. El sujeto-espectador cree que el mundo que lo rodea es real, dado que puede verlo en 3 dimensiones, sin embargo no advierte que aquello sigue siendo una sombra, una representación de la cosa en sí, que ahora se presenta a través de un dispositivo mejorado.
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