sábado, 17 de abril de 2010

VIDEO Y FOTOGRAFIA Doscientos años, de qué sirvió

Reflexiones sobre el Bicentenario de las independencias latinoamericanas, en estricta vinculación con la urgente realidad del presente en la región.
Por: ANA MARIA BATTISTOZZI

Pareciera inevitable que el Bicentenario termine por escurrírsenos de las manos sin que hayamos podido articular a su alrededor el debate amplio que nos debemos. Debate que el tembladeral del 2001 empezó a instalar con una urgencia proporcional a su caudal de incertidumbres pero cuyo sentido pareciera cancelado en la sucesión de discursos fundacionales que han sustituido la necesidad de autocomprensión que experimentamos no hace tanto.
Enunciados no faltan, pero hasta el momento nada resulta demasiado complejo ni abarcador –aunque justo es destacar el monumental trabajo de compilación que realizó la socióloga Susana Torrado por encargo de la administración de José Nun– y es poco lo que se promueve que no lleve la impronta escolar de efeméride. Es en este sentido que cobra interés la iniciativa del curador alemán Alfons Hug, concebida como proyecto de diálogo entre América Latina y Alemania que impulsó el Instituto Goethe a nivel regional y del que esta exhibición en el Palais de Glace, auspiciada por la Secretaría de Cultura de Nación, es el resultado final.
Menos tiempo que lugar, el arte de la independencia, el título elegido que pareciera unir a las urgencias de un territorio al concepto de independencia sucesivamente postergado, surge de un poema de Mario Benedetti. El verso disparó lo que Hug llama una "dramaturgia geográfica" que permite hilvanar y revisar críticamente el acontecer de varios países según coordenadas espaciales diversas que no son estrictamente las de la América Latina sino también las de la Europa de antes y después de los procesos de la independencia.
Alemán, residente desde hace años en América Latina –Hug fue curador de la Bienal de San Pablo en 2004 y la Bienal del Fin del Mundo el año pasado– y familiarizado con las urgencias y postergaciones de la región, parte de un documento de la historia latinoamericana que de algún modo adelanta las vicisitudes actuales e implica también a su propia mirada: la Carta de Jamaica. Suerte de testamento histórico de Bolívar que escribió en inglés a un amigo inglés en septiembre de 1815 desde su exilio en Kingston, describe allí los diferentes movimientos independentistas que lo tuvieron como protagonista, da cuenta de la admiración que lo unió a esa figura excepcional de la nobleza ilustrada germana que fue el barón de Humboldt y, sobre todo, confiesa su imposibilidad de aventurar certeza alguna en cuanto al futuro de América, lo que alumbra ya un primer vínculo problemático entre aquel pasado y este presente.
Hug se vale de la Carta –curiosamente más una referencia en el imprescindible catálogo que en la sala de exhibición– como disparador de su proyecto institucional de diálogo entre intelectuales y artistas en torno de un momento fundacional, imposible de conmemorar sin rozar los inquietantes rumbos del presente. Es ése quizás uno de los mayores méritos del proyecto y no cabe duda que la Carta de Jamaica efectivamente tuvo efecto directo o indirecto en la visión crítica que se desliza en la poética de cada artista.
Argentinos, alemanes, colombianos, uruguayos, paraguayos, bolivianos, ecuatorianos, mexicanos, chilenos, venezolanos y brasileños presentan instalaciones, fotografías y videos que, más allá de su diversidad, coinciden en hacer foco en la discrepancia entre la promesa histórica y la realidad actual. Algunos, como el venezolano Alexander Apóstol, apuestan a la ironía básica de que semejante documento fuera escrito en inglés. En su video, "Yamaikaleter", una serie de habitantes de un barrio pobre de Caracas leen el texto en un inglés champurreado que en definitiva no entienden.
Otros, como la cordobesa Leticia El Halli Obeid, opta por reescribir la Carta de Bolívar en un trayecto en tren por el conurbano. Su video performance confronta el acto íntimo, reflexivo, de la escritura con la realidad conmovedora que se sucede a medida que el tren avanza. El viaje, pieza clave en la representación de Latinoamérica que remonta a los siglos XVIII y XIX, es retomado aquí tanto por los artistas europeos (Frank Thiel y Agatha Madejska) como por los americanos (Julián D'Angiolillo, argentino y Gianfranco Foschino, chileno). En cada caso sirve para deconstruir, desde distintas perspectivas, la visión idealizada del paisaje que plasmaron los artistas viajeros del XIX.
Las recurrentes crisis, las relaciones Norte - Sur que renuevan los vínculos coloniales bajo nuevas formas, el enfrentamiento entre países y culturas superpuestas y la violencia generalizada que denuncia la ausencia de un estado ordenador aquí y allá aparecen en los trabajos de los artistas cuyas poéticas pueden apelar ya al humor, como la alemana Christine de la Garenne, el peruano Fernando Gutiérrez, el uruguayo Martín Sastre y la boliviana Narda Alvarado, o directamente a la violencia, como el mexicano Miguel Ventura.
Es significativo que en el centro del espacio circular de exhibición se haya emplazado justamente la obra del colombiano Juan Fernando Herrán, una estructura ascensional enclenque que se percibe como metáfora del carácter fatalmente provisorio de cualquier empresa latinoamericana que involucra tanto a los gobiernos como a los sueños de la gente.
Como pocas exhibiciones podría decirse que ésta es inseparable del robusto catálogo que la acompaña con imperdibles aportes del investigador y activista social uruguayo Raúl Zibechi; del escritor peruano Alonso Cueto, y del poeta y traductor alemán Timo Berger, quien difundió con gran entusiasmo la poesía argentina post 2001. Todas acompañan el texto introductorio de Alfons Hug y refuerzan la seriedad de un proyecto que debemos considerar especialmente, ya que en cierto modo desnuda la simpleza y la falta de sofisticación con que se ha encarado lo poco que hasta el momento se ha ofrecido acerca del Bicentenario.

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