La percepción, lejos de ser infalible, acusa errores que inciden en cómo captamos y recordamos el mundo. Christopher Chabris y Daniel Simons, investigadores y autores de “El gorila invisible”, analizan aquí diversos engaños de la intuición.
POR Federico Kukso
Un día cualquiera de 1999 Christopher Chabris y Daniel Simons,  ambos  psicólogos cognitivos estadounidenses, amigos desde hace muchos  años,  maestro de ajedrez el primero y malabarista amateur el segundo,   diseñaron y realizaron un experimento llamativo. Quizás no fue uno de   los más bellos de la historia de la ciencia –como la medida del radio de   la Tierra por Eratóstenes o la caída libre de los cuerpos por  Galileo–,  es cierto, pero seguramente fue uno de los experimentos más  curiosos de  los últimos tiempos. Sencillo y contundente: estos dos  investigadores  convocaron a seis estudiantes, los dividieron en dos  equipos –unos de  remera blanca y otros de remera negra– y les pidieron  que se pasaran una  pelota de básquet unos a otros mientras se  mezclaban. Y los filmaron.  Luego hicieron varias copias en VHS –los  pendrives y Youtube no existían  por entonces– y las esparcieron por  todo el campus de la Universidad de  Harvard. Cuando consiguieron  voluntarios suficientes les pidieron que  vieran el video de menos de un  minuto  –www.theinvisiblegorilla.com/videos.html– y contaran la  cantidad de  pases que hacían los jugadores vestidos de blanco, sin  prestarle  atención a los de negro. Sin mucha dificultad, la mayoría  contestó  correctamente (15 pases). Sin embargo, cuando Chabris o Simons  les  preguntó casi de improviso “¿notó un gorila?”, todos, y casi sin   excepción, respondieron lo mismo: “¡¿Un qué!?”.
Sí: promediando  el  video, una estudiante disfrazada de gorila entraba en escena, se  paraba  justo entre los jugadores, miraba a cámara, levantaba el pulgar y  se  retiraba luego de nueve segundos. Curiosamente, ninguno de los   voluntarios vio al intruso. Más que tomarles el pelo a los estudiantes,   este experimento demostró claramente lo que varios psicólogos  cognitivos  saben desde hace rato: que cuando en nuestra vida cotidiana  le  prestamos mucha atención a un área o aspecto de nuestro campo  visual,  tendemos a no advertir objetos inesperados, aun cuando sean  prominentes.  Es un error de percepción, lo que se denomina “ceguera por  falta de  atención”, una de las tantas ilusiones con las que convivimos  y nos  manejamos todos los días en el mundo. O, como dicen estos   investigadores, una de las tantas trampas que nos juega nuestra cabeza y   dominan nuestros pensamientos, decisiones y acciones, aunque no nos   demos cuenta.
Con este experimento –que le da el nombre a su último y premiado libro, El gorila invisible y otras maneras en las que nuestra intuición nos engaña–,   estos científicos le asestan un duro golpea a nuestro ego, casi tanto   como lo hizo Sigmund Freud hace cien años con el descubrimiento del   inconsciente. Chabris y Simons corren la cortina y nos desnudan. Luego   de exponer varias ilusiones cotidianas –por ejemplo, las relacionadas   con la memoria, la confianza y el conocimiento–, demuestran lo poco que   nos conocemos, cuán engañados estamos al creer saber cómo funciona   nuestra mente, aquel órgano de casi 1.600 gramos que cargamos entre   nuestras orejas. “Todos creemos que podemos ver lo que está delante   nuestro, recordar con precisión acontecimientos importantes de nuestro   pasado, comprender los límites de nuestro conocimiento, determinar de   forma adecuada la causa y efecto de distintos sucesos –dicen los   autores–. Pero estas creencias intuitivas a menudo están equivocadas y   se basan en ilusiones que encubren las limitaciones de nuestras   facultades cognitivas”.
-Cuando se habla de experimentos  se  suele pensar en laboratorios e individuos manipulando pipetas y  tubos de  ensayo. ¿Los experimentos psicológicos sobre percepción,  memoria y  conciencia están subvaluados?
-Christopher  Chabris: Los  experimentos psicológicos, como el del gorila invisible  que apareció  tanto en la revista Perception como en un episodio de la  serie CSI y se  convirtió en uno de los estudios más mostrados y  debatidos dentro de la  psicología, son una de las mejores maneras de  conocernos, de aprender  más sobre nosotros mismos. De hecho,  constituyen la única manera de  conseguir un conocimiento fiable sobre  muchos aspectos del  comportamiento humano. Sólo el entorno experimental  revela que muchos  objetos nos pasan inadvertidos por completo si no  esperamos verlos.
-Por ejemplo,  “salió de la nada”, suele decir un conductor después de un choque.
-C.   C.: Exacto. Miramos sin ver. Pensamos que deberíamos percibir  cualquier  cosa que esté delante pero de hecho apenas advertimos una  pequeña  porción de nuestro campo visual en cada momento. El cableado de  nuestras  expectativas visuales se encuentra casi por completo aislado  de nuestro  control consciente. De hecho, los conductores no ven a  muchos  motociclistas –y se los llevan por delante cuando doblan– porque  no  están esperando ver motocicletas.
-Mencionan  estudios que  muestran que los impedimentos ocasionados por el uso del  celular son  comparables a los de manejar bajo efectos del alcohol. 
-Daniel   Simons: Sí. Cuando hablan por celular, los conductores reaccionan en   forma más lenta que los semáforos, tardan en hacer maniobras evasivas y   en general tienen menos conciencia de su entorno. El problema está en   que hablar por teléfono al manejar, pese a que en apariencia no implica   ningún esfuerzo, socava nuestra atención, nos distrae más de lo que   creemos. Perjudica en forma notable la percepción visual y la conciencia   de nuestro entorno. Olvidamos que nuestros circuitos neurológicos para   la visión y la atención están construidos para las velocidades propias   de los peatones, no para las del manejo.
-Y a veces confiamos demasiado en las herramientas que creamos, como el GPS.
-D.   S.: Eso es una falsa sensación de seguridad. Esperamos que los   escáneres de los aeropuertos detecten armas en los equipajes como   esperamos que los guardavidas de las piletas de natación adviertan   cuando alguien corre peligro de ahogarse. El GPS de los autos puede   ayudarnos a encontrar nuestro camino pero cuando se confía en ellos   ciegamente pueden llevarnos a manejar sin notar adónde estamos yendo.   Los dispositivos tecnológicos pueden hacer que las personas noten menos   lo que las rodea, en particular si suponen que esos artefactos son más   capaces que ellas.
-También revelan cómo nos traiciona   nuestra memoria, que hay una desconexión entre cómo pensamos que   funciona y cómo de hecho lo hace en realidad. ¿Ni en eso podemos   confiar?
-C.C.: Y no. La ilusión de memoria se da cuando lo   que recordamos difiere de lo que pensamos que recordamos. La memoria no   funciona como una cámara de video. La memoria no almacena todo lo que   percibimos como si fuera un gran armario con cajones. La mayoría de los   especialistas en memoria humana considera que es improbable que el   cerebro dedique energía y espacio a guardar cada detalle de nuestras   vidas. Así como lo que percibimos depende de lo que esperamos ver,   aquello que recordamos se basa en parte en lo que pensamos que sucedió.
-Es decir que la memoria depende tanto de lo que pasó como del modo en que lo interpretamos. 
-Así   es. La memoria no almacena todo lo que percibimos, sino que toma lo  que  hemos visto u oído y lo asocia con lo que ya sabemos. Estas   asociaciones nos ayudan a discernir lo que es importante y a recordar   detalles de lo que hemos visto. Proporcionan algo así como “pistas de   recuperación” que hacen que nuestra memoria sea más fluida. Lo curioso   es que no podemos distinguir con facilidad entre lo que recordamos al   pie de la letra y lo que reconstruimos a partir de asociaciones y   conocimientos. Así nuestras evocaciones suelen distorsionarse para   ajustarse a nuestras expectativas y creencias. Al recordar, reescribimos   nuestros recuerdos a partir de nuestras interpretaciones.
-O sea, los testigos de un accidente o de un crimen no son tan confiables como se cree. ¿Están al tanto abogados y jueces?
-C.C.:   Deberían. El sistema legal asume que las personas somos seres   ultrarracionales y que estamos al tanto de cómo funcionan nuestras   mentes. No digo que los testigos se equivoquen siempre. Pero por lo   general dos personas recuerdan un hecho de manera distinta.   Curiosamente, los testigos extremadamente confiados se equivocan el 30%   de los casos. Esto demuestra la ilusión de confianza: en entrevistas de   trabajo o en la calle, tendemos a pensar que las personas confiadas y   seguras son más calificadas y confiables de lo que en realidad son.
-¿Piensan entonces que debería cambiar el sistema judicial?
-D.S.:   Habría menos condenas a personas inocentes y más condenas a culpables   si abogados y jueces supieran más sobre cómo las personas pensamos,   recordamos y tomamos decisiones. Creemos que reemplazar el sentido común   con hechos y verdades científicas sería bueno para la sociedad.
-¿Qué sugieren? ¿Que desconfiemos de nuestro cerebro? ¿Es nuestro peor enemigo?
-C.C.:   La mayoría de las veces nuestros cerebros son dignos de confianza. Si   fuesen demasiado defectuosos, nuestra especie no podría haber   sobrevivido. El tema es comprender y estar conscientes de nuestras   limitaciones y fallas. Somos buenos para extraer el significado de lo   que sucede enfrente de nosotros. Y somos buenos en prestar atención a   algunas partes del mundo, ignorando las demás, una habilidad que nos   ayuda a procesar la información que proviene de nuestro entorno. Pero   tenemos una tendencia a sobrevalorar los detalles, la precisión.   Nuestros cerebros son confiables, pero no tanto como asumimos.
-¿Pero   sirve de algo conocer estas ilusiones cotidianas y persistentes, cada   vez que suponemos que alguien que dice no recordar su pasado está   mintiendo, cada vez que elegimos a un gobernante porque esa persona es   la que transmite mayor confianza? 
-C.C.: Sí y no. Conocer   estas ilusiones quizá no evite que nos afecten pero sí nos ayudará a   tomar mejores decisiones, nos hará desconfiar de aquellas personas que   juran recordar un hecho hasta el último detalle y, sobre todo, nos   ayudará a lograr el gran objetivo que podemos tener en la vida: saber   quiénes somos.
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