El 26 de abril de 1937, la pequeña ciudad vasca              de Gernika es bombardeada por la legión alemana “cóndor” bajo la              incitación de Franco. Durante tres horas los aviones de guerra van              a destruir este símbolo de la cultura vasca y hacer de ese día un              fuerte ejemplo de la destrucción voluntaria y masiva de una              población civil con el objetivo de someter a los españoles al              mandato del tirano. Este episodio de guerra, aunque históricamente              muy importante, quizás no habría tenido la fuerza emblemática que              adquirió a través de las ultimas décadas sin el cuadro critico que              realizo Pablo Picasso en homenaje a las victimas del              bombardeo.
            Hoy en día el Guernica de Picasso, expuesto              en el museo madrileño de la Reina Sofía, no es considerado              puramente como obra de arte sino también como soporte simbólico de              referencias históricas, políticas, sociales, plásticas y visuales.              Realizar una investigación en torno al sentido que tiene el Guernica implica enfrentarse a una gran variedad de              culturas, de personas y de personalidades además de abrir una              reflexión que extienda poco a poco los límites disciplinarios              entre historia del arte, psicología, sociología y              antropología.  
            De aquí surge la conclusión              contradictoria de que el arte (y más precisamente el arte              pictórico), aunque visto como muy alejado a la vida cotidiana del              individuo, es una fuente de referencias fundamentales para la              construcción de la identidad a nivel tanto personal como              colectivo.  
Del hombre y del arte: omnipresencia y evolución.
Es capital pensar el arte como un elemento                primordial de las sociedades humanas.
              Desde los orígenes de la                humanidad, o sea desde que el Homo Sapiens reemplazó al Hombre de                Neandertal, el arte llegó a ser un componente esencial de la                producción manufacturada del hombre. Al principio esa producción                es colectiva y organizada, generalmente anónima, y tiene una                función religiosa o política. A partir de la Antigua Edad Griega                surgen estilos personales pero todavía bajo cánones                representativos tradicionales y aparecen las primeras disciplinas                definidas como “artes liberales” (gramática, retórica, dialéctica,                aritmética, geometría, música, y astronomía). Con el desarrollo                del cristianismo el arte se hace fundamentalmente religioso y las                artes “menores” (cerámica, tapicería, ebanistería, etc.…) son                relegadas a nivel de artesanía. Con el Renacimiento florecen                artistas reconocidos por su talento individual pero el arte es                todavía limitado a un uso político o religioso. 
              Entre el                siglo XVII y XVIII se desarrollan academias de pintura y                reflexiones teóricas en torno a las Bellas Artes ya consideradas a                la vez como «motor del progreso de la sociedad» y reconocidas como                soporte de placer estético. Con esas nuevas dimensiones dadas al                arte, se forman poco a poco colecciones privadas que llevarán al                desarrollo del museo con su vocación de preservación y de                presentación de las obras.
              A partir del siglo XIX, la                concepción del arte se modifica y las obras pierden su valor de                « uso » al beneficio de su valor de                « intercambio »; es el nacimiento del mercado de arte                y  de la evolución del estatuto del artista más libre en su                trabajo personal pero aún dependiente del gusto y las criticas del                público.
              El siglo XX por el contrario será un siglo de ruptura                plástica donde por primera vez los artistas ya no aspiran a ser                representativos de su época sino a traducir la evolución del mundo                con anticipación.
              La mirada del público hacia las obras                también tuvo que adaptarse a esta nueva dimensión del arte y al                igual que el trabajo de los artistas se hizo más “liberal”, la                percepción de los espectadores se vuelve esencialmente subjetiva y                personal aunque determinada por el entorno y el contexto social en                el cual viven. El interés, el gusto o la apropiación personal que                se hace de una obra dependen entonces completamente del sentido                que adquiere a nivel cultural (individual y colectivo) y del papel                que tiene en la vida de cada uno [1]. 
De la obra “objeto” a la obra “sentido”:
Esa visión sobre el arte, considerado fuera                de una concepción puramente “estética” de las obras, nos permite                regresar al sentido inicial y al papel que el arte tiene en las                sociedades humanas. Como lo dijimos las obras tuvieron a lo largo                de los siglos una función religiosa o política muy fuerte. Además                si consideramos la etimología de la palabra “arte”, así como las                fronteras delgadas que existen entre arte y artesanía, debemos                regresar a la relación primordial que une al hombre con las obras                y que viene de la naturaleza misma de ellas.
              Por evolución de                su práctica como de su recepción y por la proyección seductora de                que una producción humana puede adquirir un valor sagrado, el arte                tomo poco a poco una dimensión mágico-estética que hizo perder de                vista lo que es en realidad: un artefacto producido por la mano de                un hombre según diversos contextos personales y sociales.
              En                esa perspectiva es fundamental repensar las obras como “objetos”,                no por despreciarlas y disminuir su potencial estético sino al                contrario para abrir un nuevo interés hacia esas producciones y no                convertirlas en puros objetos de decoración.Antetodo, no debemos                olvidar que la noción de “arte” siempre fue asociada a la noción                de “técnica”. El termino latín “ars” es en sí una                traducción  del término griego “techné” (τεχνη) que                significa a la vez arte, habilidad, oficio, conocimiento técnico,                método o ardid.
              Para Francastel esa relación es incontestable                y la oposición común que se hace entre el arte y la técnica es                falsa en la idea de que el arte mismo es «inseparable de una                  cierta tecnicidad, tanto al nivel de la practica manual que al                  nivel de la organización intelectual que dirige el artista hacia                  la creación de sistemas figurativos […] susceptible de ser                  transmitida». [2] Lo que diferencia los dos términos más bien                es el objetivo que acordamos al objeto producido según la idea de                “imitar” (lo que conduce a la producción técnica y repetitiva) o                de “inventar” (lo que conduce a una producción artística y                única).  A ese nivel tocamos entonces a la especificidad de                las obras de arte. La producción artística en si, y sobretodo las                reflexiones teóricas que se desarrollaron en conjunto a ella,                hicieron que las obras consiguieran una autonomía a la cual no                puede pretender la técnica. Esa autonomía misma condujo a las                obras a alcanzar, a través de sus formas imaginarias y de su                carácter único, una finalidad más compleja, a la vez estética,                sagrada y emocional.
              Las obras de arte pasan así de ser                “objeto producidos” a un nivel estrictamente técnico para ser                “objetos compuestos” según la voluntad, la habilidad y las                reflexiones de un “artista-creador”. Mientras crea, el artista                realiza en formas concretas un producto único a través de una                actividad material e intelectual propia que “materializa” las                percepciones que tiene de su entorno y de las actividades                imaginarias del grupo social en el cual vive.
              Sin embargo el                producto que sale de esta creación todavía no es una obra de arte                sino una pintura, escultura, grabado o música. Aunque el artista                tiene la pretensión de “hacer arte” esa dimensión no puede ser                lograda por su voluntad propia. 
              Ese “objeto”, una vez                producido ya le escapa, primero porque la casualidad es un factor                capital de la creación artística pero también porque la obra nace                no tanto en su realidad material, sino en los niveles de                comunicación que crea y en las nuevas potencialidades de expresión                que permite. En realidad « el valor de la obra de arte no                  se inscribe mas que en el ojo de la persona que la ve » [3]                porque « la pintura no transmite un sentido fijo sino                  encuentra su sentido mismo a través del “mirador” según como es » [4]. 
Obras, Museos y públicos:
Esa constatación implica entonces que una                obra de arte es un objeto que tiene como condición el ser visto y                como vocación la de ser compartido. Eso nos lleva a otra                particularidad que caracteriza hoy en día nuestra relación con las                obras : las condiciones bajo las cuales se presentan a nuestros                ojos, ósea los modos de exposición que las acompañan y de manera                mas concreta el lugar del museo como lugar de exhibición                privilegiado. 
              No es cuestión de magnificar el papel del                museo en la presentación de las obras. Hoy en día hay muchas                maneras y varios lugares para enfrentarse al arte (de la calle a                la computadora) pero el museo queda como el único lugar creado y                dedicado únicamente a esa función. Además de ser un espacio que                permite la reunión de obras de varias épocas, también les da un                carácter intemporal y una dimensión decididamente artística.
              Reflexionar sobre la noción de exposición y el lugar del museo                nos lleva a considerar al ‘mirador’ de las obras bajo el término                de ‘publico’. Sin embargo, el término general de público tampoco                nos debe conducir a simplificar la realidad de la confrontación al                arte. No existe “un” público del arte y es peligroso reducir los                espectadores a categorías socioculturales, económicas, de género o                de edad.
              Como lo dijimos el sentido dado a la obra nace del                ojo del espectador, y esa mirada que lleva sobre las obras debe                ser concebida en su dimensión subjetiva de análisis de la realidad                según el contexto (social, político, histórico, personal…) que                acompaña su recepción. Para la  historiadora estadounidense                Janet Staiger esos contextos son determinantes cuando nos                enfrentemos al arte porque es « cuando las obras impresionan                  de algún modo a los  públicos que ellos pueden reaccionar. No                  es solo el estatuto de la obra que cuenta, también es su contenido                  y la manera con la cual ese actúa sobre las costumbres, los                  valores y las identidades de los públicos [y permite que] en un                  contexto dado los actores sociales se reapropian los objetivos de                  una obra. » [5]
              Esa visión del público implica entonces                una doble dimensión “activa” de los espectadores sobre la obras,                en su manera de considerarlas y apropiárselas, y de las obras                sobre las percepciones, sensaciones y concepciones, así que                potencialmente sobre las acciones, de esos espectadores [6]. 
El Guernica, recepción y apropiación.
El Guernica de Picasso es un                ejemplo perfecto de una obra “simbólica” que marca esa doble                dimensión. Suele ser a la vez una cuadro fundamental a nivel                plástico y estético, un soporte particular de referencias                históricas y políticas, así como una base de transmisión cultural                y de construcción de identidad.
              Lo interesante cuando uno se                enfrenta al “publico” del Guernica reside en la manera con la cual                cada uno de los visitantes del museo va ocupar una u otra de esas                posibles relaciones con la obra para apropiársela según su propia                historia. Sus comportamientos en frente del cuadro o los discursos                que tienen son cada vez reacciones individuales que revelan el                papel que tiene la obra en un contexto sociocultural dado.
              A                este nivel podemos ver que en realidad la cuestión de edad no es                muy reveladora porque la fuerza simbólica que lleva la obra se ve                transmitida a lo largo de las generaciones.
              Para una mujer                italiana de 85 años [7] este cuadro representa “la importancia de                toda una vida”. Es un símbolo fuerte, pero a la vez incomoda                porque su existencia y su presencia no permiten olvidar momentos                trágicos de su historia personal. Por su edad se puede imaginar                sin dificultad su juventud entre la doble guerra, la subida del                fascismo y el enfrentamiento con una historia política “culpable”                donde Italia, a través de Mussolini y las relaciones estrechas que                tenia con Hitler y Franco, participo directamente en acciones como                el bombardeo de Gernika.
              Si ella lleva esos eventos como parte                de su vida personal, ¿que hay de este habitante de Gernika que                nació al final de la guerra de España? Pues sabemos que uno se                construye a partir del contexto social en el cual crece.                Probablemente sus padres le transmitieron de manera indirecta una                visión del cuadro como una imagen que “representa todo lo que                  es la historia y la identidad vasca” y en particular la lucha                en contra de la dictadura cuando le relataron el evento y sus                acciones personales en contra del fascismo.
              Mas impactante                todavía es la reacción de una chica de 20 años que se puso delante                de la obra para contar que « ese cuadro es una representación                  de [su] historia, la del cruel bombardeo de Gernika un lunes de                  feria » y que delante de esta pintura lo que siente es « dolor, pena, tristeza, impotencia, e incomprensión [que se]                    siente humillada, destrozada, atacada, arrasada, mutilada [y que                    oye] los gritos, las bombas que caen, que [ve] los escombros, las                    casas destruidas y los cuerpos en la calle.»
              ¿De donde                pueden salir tantos detalles del evento en los ojos y los                recuerdos de una chica que nació más de 40 años después del                ataque? ¿Y como un objeto como este cuadro, solamente hecho de                madera, tela y pintura puede volverse un referente histórico y                cultural tan esencial de una comunidad como los vascos?
              La                respuesta vendrá de otra chica, en apariencia la más ajena en                edad, cultura y ubicación geográfica a dicho evento. Tenia apenas                19 años y era japonesa. Delante del cuadro contestó a las                preguntas de manera bastante reservada pero con una cierta emoción                hasta que le fue imposible expresar lo que sentía en frente de la                obra. Cuando se le propuso escribirlo en su propio idioma para no                limitarse por el uso del español, ella contestó que “no                  [podía] encontrar palabras para expresar, que todo lo que [sentía]                  era como un grito amargo, entre ira y tristeza”.
              Esta                respuesta, la reflexión dada por una de los vigilantes del museo y                las manifestaciones que se levantaron en todo el mundo en contra                de la intervención del ejército estadounidense por la guerra en                Irak, permiten entender lo que realmente ocurre cuando uno se                enfrenta al Guernica. Ya no se trata de una simple                pintura, ni siquiera de una obra fundamental de la historia del                arte del siglo XX. Tampoco se limita a ser un símbolo de la                historia Vasca. El Guernica se ha convertido ya en un                símbolo, casi universal, de la contestación pacifista en contra                del uso de la violencia militar sobre poblaciones civiles, y hasta                de la violencia en general. Los vascos lo ven como un elemento                capital de la lucha por su independencia y un elemento fundamental                de su cultura. Los japoneses como la única imagen capaz de                reflejar el trauma del bombardeo de Nagasaki e Hiroshima, y en                muchas otras partes del mundo se volvió símbolo, incondicional y                perturbador, de la injusticia y de la aberración que representa la                guerra.
              Más fuerte todavía, el lenguaje plástico de Picasso y                la fuerza pictórica transmitida en la obra es tal que cuando se                llegó a encontrar una persona que no conocía el cuadro, ni su                historia, la pudo “leer” y percibir a la vez la tristeza y el                miedo que el pintor quería transmitir a través de su pintura.Con                el ejemplo del Guernica vemos así las potencialidades que                puede tener una obra de arte en la transmisión de emociones, de                discursos sociales o políticos, de historias personales o                colectivas; su papel en la construcción de la identidad y de la                cultura; e incluso el uso moderno que se hace de su “imagen” a                nivel estético, socio-político o económico (con el uso comercial                que puede acompañar la venta de una obra o de productos                derivados).
              Una obra, por naturaleza, es un objeto fundamental                de la producción humana que reúne dimensiones materiales,                intelectuales y mágicas. Tiene a la vez una existencia concreta                por su materialidad a la vez de una existencia abstracta por la                percepción y la apropiación que cada persona que la ve o que sabe                de ella proyecta.
              En nuestras sociedades tenemos una visión un                poco hastiada del arte a veces considerado como anacrónico o                demasiado alejado de nuestras preocupaciones cotidianas, pero no                debemos olvidar este potencial que tienen las obras y esa relación                incondicional que el hombre siempre tuvo con el arte.                     
Notas:
1. Bertrand PREVOST, « Pouvoir ou efficacité symbolique des images », revista L’homme, revue française d’anthropologie N°165: Image et Anthropologie, Enero/Marzo 2003, edición de la EHESS p.281 : «La imagen no se contenta de representar, de reproducir la realidad y la experiencia vivida, también transforma, o sea abre un lugar, a la vez para la recepción y la producción, que viene a informar de manera diferencial una parte del mundo social que ofrece una base de imágenes para practicas sociales. »
2. Pierre FRANCASTEL, Art et Technique aux 19e et 20e siècles, les Editions de Minuit, Paris, 1956 p.265
3. Nicolas JOUMET, « L’art est en nous », Revista Hors-série Sciences Humaines n°37 sobre el Arte, p.4
4. Citación del artista Pierre SOULAGES en referencia a la celebre frase de Marcel DUCHAMP en su texto Du lard à l’art de 1915 : « Es el ‘mirador’ que hace la obra de arte. »
5. Citada en Jean-Pierre ESQUENAZIi, La sociologie des publics, p.102
6. Régis DEBRAY, Vie et mort de l’image, p.150-151 : « Como hay palabras que pueden herir, matar, entusiasmar, aliviar, etc.… hay imágenes que dan nauseas o miedo, que hacen vibrar, salivar, llorar, vomitar o empalmarse, que llevan a decidir cual carro comprar o cual candidato elegir.»
7. Los testimonios aquí presentados fueron extraídos de la tesis Le public du Guernica, Malika VINOT, Tesis de Maestría de Etnología, bajo la dirección de Dra Anne RAULIN y Dr Jean-Pierre WARNIER, septiembre 2003, Universidad René Descartes, Paris, Francia.
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