martes, 5 de julio de 2011

Ciudadanos hiperconectados

El vertiginoso crecimiento de las redes sociales divide a quienes acusan un alejamiento del Ser y quienes celebran acríticamente las invenciones tecnológicas. Aquí, un recorrido por los dispositivos que están cambiando cotidianamente la manera de relacionar a sus usuarios.

POR Fernando Peirone


No existe un fenómeno social que genere tanta incertidumbre, tantas aventuras intelectuales y tantas contradicciones como las redes sociales. Su vertiginoso crecimiento, su versatilidad y su insoslayable presencia pública parecen haber conminado el pronunciamiento –la mayoría de las veces apresurado y categórico, cuando no prejuicioso– de comunicólogos y consultores políticos hasta pedagogos, periodistas y filósofos. Se repite hasta el cansancio que Facebook es el tercer país más grande del mundo después de China y la India (en la actualidad supera los 600 millones de usuarios); que Twitter puede derrocar gobiernos mientras otros dicen que “la revolución no será twitteada”; que con casi 160 millones de blogs emitiendo noticias se ha terminado el periodismo y se perdió de vista la verdad; que no se puede tener tantos amigos sin conocerles la cara; que Internet es el opio de los pueblos. Pero sin certezas, las dudas, la inmediatez, el entusiasmo y los miedos terminaron por reavivar un nuevo round entre apocalípticos e integrados.

De un lado los tecnofóbicos que confirman sus presagios decadentistas con cada nuevo gadget que sale al mercado, y del otro los apologistas e ingenuos que celebran acríticamente y corren detrás de las invenciones del “cerebro digital planetario” como quien persigue los designios de un demiurgo. Ahora bien, ¿cómo abordar una manifestación social cuya contemporaneidad y extensión la convierten en una trampa a la medida de todo tipo de intrigas? ¿Cómo superar el asombro, los prejuicios y el anecdotario para pasar a pensar la “naturaleza” de las redes sociales y los fenómenos epocales que se producen alrededor de las nuevas tecnologías? Un buen modo de empezar sería reconocer lo que de propio hay en ese acontecimiento, admitir que no se trata de una irrupción marciana y que si bien no podemos ser optimistas sin cierta cuota de intrepidez, tampoco podemos sostener el credo heideggeriano que ve en el pensamiento técnico un irrefrenable alejamiento del Ser y un peligro para el pensamiento reflexivo, porque sería caer en simplificaciones –a esta altura– irresponsables. El cruce de palabra, imagen y velocidad que produjo el siglo XX ha sofisticado las comunicaciones tanto como el modo en que nos relacionamos con el mundo; desde el automóvil y el cine hasta la televisión y la banda ancha hay un complejo proceso de asimilación social que se desagrega en los modos de nuestro presente. La vida cotidiana está atravesada por ese devenir, y por más que pueda parecer un proceso ajeno a nuestras vivencias, todos fuimos parte de su desarrollo. ¿O acaso no es posible ver en la lógica instantánea, intersticial y discontinua del zapping una versión electrónica del shopping, y un antecedente de los múltiples procesos concurrentes que intervienen cuando navegamos por Internet? ¿No son los juegos on-line y las redes sociales una virtualización de la vida pública que se perdió primero con la urbanización y después con la modernidad tardía? Dicho esto, podríamos decir que, a pesar de su nombre, las nuevas tecnologías son un fenómeno social antes que tecnológico, como habitualmente se las referencia.


Mundo extenso

La sociedad capitalista y la globalización contaron con sus propios dispositivos tecnológicos. Sin embargo, hay una diferencia que distancia considerablemente el carácter de estos dos dispositivos. Mientras que en la revolución industrial la máquina a vapor estaba en manos de los capitalistas que esclavizaban a los obreros del siglo XIX, en la era digital, la computadora personal e Internet, al alcance de muchos, aumentaron la capacidad de actuar y de comunicar de los ciudadanos de a pie. El acceso masivo a este instrumental, echó a andar volúmenes de información sin antecedentes, capaces de sortear límites que hasta no hace mucho eran la garantía de regímenes de gobierno totalitarios que lograban mantener en el aislamiento a poblaciones enteras. Gran parte de las ciencias sociales, sin embargo, se resiste a ver en la cultura participativa algo más que la corrosión de economías digitalizables, la generación de bienes intangibles, o un relativo empoderamiento de los consumidores. Está muy lejos de ser, dicen, un poder contrahegemónico que genere iniciativa política y presente una alternativa real frente a la globalización y el neoliberalismo. Pero que no logren establecer un poder contrahegemónico, como en su momento fue el movimiento obrero organizado para la sociedad capitalista, no le quita relevancia al protagonismo que tuvieron las redes sociales en los últimos años, haciéndose presentes cada vez que en algún lugar del planeta, por apartado que sea, se necesita ayuda o un pronunciamiento social. ¿No hay en ese acudir una conciencia social y por lo tanto un potencial político? ¿Que Google, YouTube y Wikipedia hayan desbaratado el paradigma de conocimiento que convirtió al modelo ilustrado en un factor de poder y hayan puesto a circular mundialmente otros saberes, no es la expresión mediada de un contenido político a dilucidar? ¿Las banderas del movimiento antiglobalización, de los grupos ecologistas y el Foro Social Mundial, no fueron tomadas y reinventadas (ver el video “Coalición de voluntades”) por un frente generacional-tecnológico que en los últimos 10 años ha producido cambios fundacionales? Hay más de un indicio que nos habilita a pensar que estamos frente a una avanzada contracultural con un alto contenido político, cuyos antecedentes se remontan a los movimientos sociales de los años 60, de quienes retoman algo más que consignas grafiteras, como el decálogo de “la ética hacker” que hoy presentan como una alternativa a “la ética protestante” con que Weber describió el espíritu del capitalismo.

Las nuevas tecnologías han potenciado el surgimiento de una vanguardia polifronte que ha logrado poner en crisis formas dominantes tanto de información, comunicación y conocimiento como de investigación, producción, organización y administración. Esta nueva cultura concibe y cultiva otros tipos de relaciones interpersonales, tanto como otros procedimientos políticos, que no están expresados acabadamente en el uso que hacen de Facebook los televidentes de 6-7-8 , como tampoco en el uso que le dieron los jóvenes universitarios a las redes sociales durante la campaña de Obama, pues si bien en ambos casos han ingresando variables bien interesantes a las prácticas políticas, no dejan de reproducir lo que hasta acá se entendía por participación, militancia y compromiso, sólo que en otro registro. Hablamos de un cambio más extenso, que ha perdido la localidad para abrirse a una dimensión planetaria, vaga e inabarcable, que vino de la mano de la globalidad pero que tiene un accionar divergente.


Temor y temblor

El ingreso a la sociedad conexionista puso en juego algo más que un modo de funcionamiento social, puso en duda un modo de estar en el mundo que tiene una tradición milenaria, y con el que hasta las culturas más diversas se habían alineado. Por eso, como decíamos a principio de este año durante las revueltas del mundo árabe, Europa se equivoca cuando ve en los conflictos de Oriente Medio sólo una consecuencia de los regímenes autocráticos musulmanes y la manifestación de un deseo democrático, en lugar de ver en esas sublevaciones un efecto dominó que viene de más atrás y que terminará por afectar –como ya lo está haciendo– su propia suerte. El Movimiento 15-M español y su repercusión en otras ciudades europeas, es un ejemplo vivo de esa transversalidad cultural. Lo que origina las protestas es mucho más ancho que las circunstancias que lo desencadenan en cada lugar. La presencia y el pronunciamiento que posibilitan y estimulan las redes sociales, expresa una voluntad comunicativa y un interés cuya red-pública es el mundo. Digamos que así como la corporación universitaria no debería dejar de ver en la crisis de los diarios en papel los efectos –en todo caso veloces– de una impronta procedimental que empezó por las discográficas y terminará por alcanzarla y relevarla de su sitial si no logra anticiparse a la jugada, del mismo modo, las democracias occidentales no deberían suponer que están a salvo del tsunami que están produciendo estos plegamientos intraculturales. No alcanza con presentar credenciales republicanas y esgrimir representatividad democrática, porque no es un sistema de gobierno lo que está en juego sino una cosmovisión.

A diferencia de otras crisis que el capitalismo supo sortear y aprovechar para salir fortalecido, estos trastornos sociales presentan una estrategia renovada, frente a la cual el sistema –hasta el momento– no ha sabido darse una respuesta; entre otras cosas, porque su cuestionamiento trasciende al modelo económico y alcanza a sus fundamentos. El carácter de esta singular prorrupción social podría resumirse en cinco puntos fundacionales: carece de un sujeto de cambio identificable, no acota su accionar a un territorio ( locus ), socava poder sin disputarlo, evita –en la medida de lo posible– las confrontaciones, abandona el estatuto que tenía en la palabra ( logos ) como morada del Ser y patrón de sentido para validar una transmediación y una convergencia de lenguajes cuyo producido no es pasible de ser asimilado ni conocido en su totalidad, sólo aludido como campo simbólico-empático.

Es decir, se trata de un movimiento que elude cualquier representación acabada, que prefiere accionar y traccionar de un modo dislocado y discontinuo (rizomático), tornándose especialmente escurridizo y difícil de combatir. Estas prácticas se promueven y desarrollan fundamentalmente a través de blogs y redes sociales, lo cual les permite: a) reconocerse en un colectivo de afines; b) multiplicar un mensaje con un alto contenido político implícito; c) expresar un ánimo social verificable; d) manifestar una voluntad política en estado de latencia. ¿Podemos entonces menospreciar las implicancias políticas de las redes sociales o sostener, como el analista canadiense Malcolm Gladwell, que los lazos de las redes sociales son débiles y sin compromisos, incapaces de generar activismos efectivos? Habría que preguntarle a José María Aznar qué opina de la efectividad que tuvieron las cadenas de SMS después de Atocha (11-M) o a Hosni Mubarak y al dictador tunecino Ben Alí qué piensan sobre la efectividad de Twitter. Por ejemplo, nadie pudo evitar las previsibles consecuencias políticas que produjo el 15-M español, sólo con sentadas silenciosas en la Puerta del Sol y las principales plazas del país; pero tampoco pueden prever cuáles serán sus derivaciones económicas, políticas y sociales, ni en qué lugares repercutirán.

Estamos frente a una importante renovación de los procedimientos políticos y de una sofisticada manera de discutir lo instituido (el poder). Es cierto que por el momento ha desarrollado mayor capacidad de desinstitucionalización que de construcción e institucionalización, pero todo parece indicar que se trata de una corrida cultural de envergadura, cuyas derivaciones políticas e institucionales aún no podemos predecir. “Los especialistas estamos desconcertados, no podemos hacer un pronóstico”, dice el sociólogo español Javier Elzo. “Estamos ante el nacimiento de un nuevo tipo de movimiento social autónomo de partidos y sindicatos”, dice su compatriota Jaime Pastor, experto en movimientos de masas. Leyendo estas palabras y frente a una prorrupción semejante, con ramificaciones que van desde la educación hasta la psicología, no es extraño que las ciencias sociales se muestren particularmente inquietas y en buena medida estimuladas.


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