miércoles, 21 de julio de 2010

La filosofía en el vestidor

Se pueden pensar los diferentes estilos o tendencias de la moda como expresiones de ideas filosóficas. Por ejemplo, Kant en clave de Alta Costura y prêt à porter en versión nietzscheana.

Por: Luis Diego Fernández

LOS JEANS, originalmente confeccionado para el trabajo rural, serializó la sensualidad desde iconos como James Dean o Heidi Klum (foto).

A partir de mediados del siglo XIX surgen los primeros grandes discursos sobre la moda: desde el Tratado de la vida elegante (1830) de H. Balzac y Del dandismo y de Georges Brummell de J.A. Barbey D'Aurevilly (1845) al Elogio del maquillaje de Charles Baudelaire y las descripciones de las trivialidades snobs de la high life del Ritz de París que hace Marcel Proust en En busca del tiempo perdido. Esta reflexión sobre la artificialidad, que no es sino otra forma para pensar la cultura, aparece también en el plano gastronómico con textos tales como el Almanaque de Gourmands (1803) de Grimod de La Reyniere o la Fisiología del gusto (1825) de Brillat-Savarin. Moda y gastronomía devienen sistemas y objetos de reflexión a partir de la modernidad: sistemas donde el artificio adquiere un espacio fundamental de autoconciencia.
Podemos pensar los diferentes estilos o tendencias de la moda como significantes de determinadas ideas filosóficas –significados– que reposan por detrás. Aplicaciones concretas de filosofías subyacentes sobre los cuerpos: alta costura, pret a porter, traje masculino y jean como manifestaciones del pensamiento.

Si la moda, como mecanismo, nace a mediados del siglo XIX de la mano de Charles Fréderik Worth, iniciador del esquema de la Alta Costura, no sería descabellado imbricarlo con la filosofía de Immanuel Kant, padre de la filosofía moderna. La Alta Costura se basa en modelos inéditos realizados con antelación, presentados a clientes en salones lujosos que luego de la elección se confeccionan a medida de cada uno de ellos. La filosofía kantiana puede leerse en la clave de la Alta Costura: un modelo –de conocimiento– único al cual no podemos acceder completamente –la cosa en sí– más allá de lo meramente fenoménico, y de las formas de nuestro entendimiento.
Si la Alta Costura de Worth se apoya en el carácter único e irrepetible, pero, por lo tanto, universal, la filosofía de Kant se basa en el imperio de la unicidad ilustrada. La Alta Costura tiene su reverso o, mejor, su continuidad lógica, su contrapartida: la reproducción seriada para las masas. Algo que se denominará pret a porter. Escuela que toma la lógica de la serie en relación con el aval de las grandes marcas.

La forma propia del pret a porter tiene una vocación que rompe con la unicidad y el universalismo kantiano, es, más bien, una ropa hecha para todos los días pero sin por ello perder cierta remisión legitimadora –vía marcas– o de distinción e identificación.
En el pret a porter juega más la voluntad individual para la diferencia del resto, que el universalismo liberal de la Alta Costura. Por ello es que Nietzsche entraría en juego. La voluntad de poder y el énfasis en la acción concreta hacen posible esta unión. La filosofía nietzscheana es una apología del aristocratismo fisiológico y espiritual en tiempos de ausencia de diferencia de sangre: el cuerpo en primer lugar.

La moda es norma, arbitrariedad y control.

La paradoja del individualismo nos lleva a pensar más la uniformidad que la diferencia. Hoy es difícil que alguien no esté uniformado, todos lo estamos; en algún sentido, todos entramos en una sub-cultura o target que requiere de su vestimenta. Si el dandismo del siglo XIX encontraba en el vestir un modo de afirmación y separación –crítico– respecto de la masa productiva, hoy su intencionalidad es otra. Vigilar y castigar de Michel Foucault proponía desde un concepto de poder nuevo –en el que todos estamos incluidos– un esquema de normalización, sistematización y control que hoy podemos ver efectivo en múltiples dispositivos: la moda es uno de ellos. En este sentido, podemos pensar la aparición del traje en serie –sobrio, austero, cerrado, gris–, de procedencia anglo-americana, cuya finalidad se centra en la funcionalidad para el trabajo –básicamente, en oficinas– de los grandes centros urbanos de los siglos XIX y XX, como la puesta en evidencia del autocontrol sobre sí, y el elogio, en cierto sentido, de la productividad. El traje masculino merece una aproximación foucaultiana, una óptica que desmenuce al cuerpo individual disciplinado, a través de la moda como herramienta y de la lógica de un poder fibrilar. Indudablemente ello remite a Foucault.

El uniforme de trabajo urbano cede paso a mediados del siglo XX, especialmente a partir de los años 50 en Estados Unidos, a una nueva lógica con la aparición del jeans –de la mano de Levi Strauss, en San Francisco. El jeans, originalmente confeccionado para el trabajo rural, uniformiza pero no "encorseta", valga más que nunca la expresión. La uniformidad del jean pasa por la sensación de seducción y, sobre todo, el culto a la juventud como emblema de belleza. La ropa, en este aspecto, no marca tanto una distinción en términos de elegancia sino una diferencia de actitud o, como señala Yves Sant-Laurent, de confusión de géneros –androginia– y erotismo. Podemos pensar la "lógica del Jeans" como similar a la filosofía del Gilles Deleuze: un pensamiento libre de la representación europea, por fuera ya de los centros subjetivistas de la modernidad, sea el cogito cartesiano o el sujeto kantiano. Un pensamiento anárquico que reposa en la diferencia plena, y en la repetición de esa diferencia. El Jeans, de alguna manera, está llevando a la práctica esta vuelta sobre lo diferente, esta serialización de la sensualidad a partir de la mitología americana con sus personajes concretos: del cowboy al motociclista, de James Dean a Marlon Brando.

El juego habría que verlo en la remisión de las ropas de los filósofos a sus ideas, ejemplos, sobran: las togas de lino de los estoicos, el travestismo de Aristipo de Cirene, las poleras blancas de Michel Foucault, los trajes de Jean Paul Sartre, el sombrero –a lo Indiana Jones– de Gilles Deleuze, los ambos monacales de Martin Heidegger –recordar que Hugo Boss diseñó los uniformes del nazismo–, las camisas de seda de Bernard Henry Levy o el minimalismo negro –que recuerda a Armani– de Michel Onfray. Podemos recordar también que por los años 80 y 90 surgió lo que se llamó moda deconstruccionista, movimiento que aunó a diseñadores belgas como Dries Van Noten o Martin Margiela: moda que se embebía de las ideas de Jacques Derrida llevadas al plano de la vestimenta; colecciones donde estos diseñadores ponían en evidencia las costuras, la manufactura o invertían las formas llevando a cabo los principios del filósofo argelino.

Giorgio Agamben señala que la principal característica de la contemporaneidad es la relación con lo anacrónico. El contemporáneo será aquel que no está relacionado con su tiempo ni demasiado temprano ni demasiado tarde, sino de manera distanciada. La naturaleza "discontinua" del tiempo fashion será una temporalidad donde el "ahora" siempre es conflictivo. El "ahora" de la moda, ¿cuándo es? ¿Cuándo se lanza la colección? ¿El instante en que las modelos pasan la ropa por la pasarela? ¿El momento en que se pone a la venta? Por ende, cada estilo y su analogía filosófica son siempre provisorios y susceptibles de cambio.
La moda implica siempre un desfase temporal: paradójicamente, lleva en sí mismo el germen de lo demodé.

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